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Domingo, 6 de agosto 2023, 15:18
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Esta no es una historia más, es una historia singular con dos protagonistas que han pasado a las crónicas de la época por unas características físicas que nada tenían que ver con sus convecinos. Se trata de Víctor Sánchez Carrero, nacido en Béjar en 1847, y Fausto Prieto Vicente, natural de la vecina localidad de La Calzada de Béjar en 1900.
No son solamente dos nombres, son dos «grandes» salmantinos que vivieron condicionados por su gran altura, en torno a los 2,2 metros, un fenómeno poco habitual pero que se dio en dos vecinos con medio siglo de diferencia y apenas diez kilómetros de distancia en la comarca de Béjar. Es, por tanto, una coincidencia extraordinaria que dos personas padecieran una extraña enfermedad conocida como gigantismo y acromegalia (agrandamiento de las extremidades) en tan poco espacio de tiempo y en territorios tan cercanos.
El primero de ellos es Víctor Sánchez Carrero, conocido popularmente como «Vítor». Vino al mundo en 1847 en Béjar y vivió poco más de 37 años. Su altura le condicionó por vida ya que, con sus 2,20 metros de estatura (existen dudas sobre este dato) y sus 144 kilos de peso, se vio obligado a trabajar en espectáculos circenses ya que el público se sentía maravillado por su gran tamaño.
Uno de los estudiosos de la vida de Víctor Sánchez Carrero es el profesor e investigador Luis Ángel Sánchez, de la Universidad Complutense de Madrid, que ha publicado varios para el Centro de Estudios Bejaranos centrados en el gigantismo y los principales ejemplos de gigantes a lo largo de la historia y otro más sobre en la vida de Víctor Sánchez Carrero, el gigante bejarano. El artículo dedicado a Vítor se publicó en la revista XXIII del Centro de Estudios Bejaranos en 2019.
Luis Ángel Sánchez Gómez ahonda en las publicaciones y en los testimonios para dibujar la biografía de Víctor Sánchez Carrero. Reconoce en su artículo que es poca la información al respecto, pero se basa en las notas publicadas en la prensa de la época como los tres artículos que el semanario «Béjar en Madrid» hizo públicos en 1922 bajo la firma de Toribio Zúñiga Sánchez-Cerrudo, basados en los testimonios del hermano de Víctor, Mauricio. Además, también recurre Sánchez como fuente para su artículo al dictamen que la academia médico - farmacéutica de Barcelona realizó a finales de 1876 sobre el gigante bejarano. Aunque tiene claras las fuentes de las que se nutre para su artículo, Sánchez Gómez muestra sus dudas sobre la veracidad de algunos datos por la propia imposibilidad de contrastarlos debido a la escasez de información sobre Vítor. Uno de ellos es su estatura, ya que defiende la teoría de que medía 2,12 y no 2,20 como se publicitó en los diarios.
Vítor nació en la ciudad textil a mediados del siglo XIX y Luis Ángel Sánchez ya destaca en esos primeros datos que el gigante bejarano «olvidó» el apellido de su madre, Chamorro, como refleja la partida de nacimiento existente en la iglesia de San Juan (según la investigación de Majada Neila), para adoptar los dos apellidos paternos, es decir, Sánchez Carrero. Sin datos sobre su infancia y juventud, el catedrático de la Complutense destaca como el joven Vítor enfermó con 17 años y se vio obligado a permanecer en reposo por una inflamación de los pulmones durante «una larga temporada» en la que, para sorpresa de su familia, creció casi 42 centímetros en seis semanas.
A partir de ese crecimiento desmedido, Sánchez relata en su artículo varias anécdotas y curiosidades como que, al parecer, el padre de Víctor se vería obligado a abrir un boquete en la pared para que el chico pudiera estirar las piernas o que dejaría su trabajo como tejedor debido a que los telares no aguantaban su peso. Siguen las curiosidades con la nueva etapa profesional del joven, que dejó el textil para vender jabones con la ventaja de que su altura le permitía subir los productos hasta los balcones de sus clientas sin necesidad de que bajasen a la calle.
Así transcurría la vida del gigante bejarano hasta que un vecino, Genaro Gil Pacheco, vio en sus características físicas una buena manera de hacer dinero mediante su exhibición y daba así comienzo una nueva etapa vinculada al mundo del espectáculo y la exhibición popular. Pusieron sus objetivos en Madrid para intentar sacar dinero cuando el gigante bejarano tenía 29 años, detalla Luis Ángel Sánchez. Cobraban 20 reales para ver al gigante bejarano en la casa de huéspedes en la que se alojaron. Explica el profesor que «extendía los brazos para demostrar podía abarcar mayor tamaño y entonces cogía un palo de cerca de tres metros, que tocaba de punta a punta».
Llamó la atención de la Casa Real y, como reflejan las crónicas de la época que José Ángel Sánchez recoge en su trabajo de investigación, «S. M. el rey -un joven Alfonso XIII- ha enviado hoy 2000 reales al gigante bejarano que se exhibe en la calle de Alcalá, y el cual fue presentado días pasados al monarca». Quiso hacer esa donación porque, un año antes, había recibido al gigante extremeño, Agustín Luengo Capilla, pero no le dio donativo alguno y falleció «en la más absoluta indigencia», explica.
Desde Madrid, Genaro Gil y el gigante emprenden viaje a Barcelona previo paso por otras ciudades y llegan a la capital catalana en octubre de 1876, unos meses después de iniciar su exhibición en Madrid. Se «vendía» con siete años menos, es decir, 22 aprovechando su escasa barba consecuencia de su enfermedad y con ocho centímetros más de los que tenía, es decir, aparecía como un gigante de 2,20 cuando en realidad medía 2,12 metros, detalla.
Vítor fue cogiendo fama en Barcelona hasta que llama la atención de un empresario circense. Se trata de Albert de Sicilia Llanas que alcanzó un gran éxito tras la incorporación del gigante bejarano en su compañía. Sin embargo, el bejarano comenzó a sentirse agobiado y pedía al empresario salir a pasear algo a lo que, en principio, se negó para no frenar la curiosidad que el público encontraba en el gigante. Aún así, accedió a sus peticiones y, según cuentan periódicos de la época, Víctor paseaba acompañado por las inmediaciones de la muralla.
Así sería a grandes rasgos la vida del gigante bejarano, que también viajó a Portugal. El profesor Sánchez Gómez muestra sus dudas sobre el lugar en el que pudo fallecer Vítor aunque recuerda que Zúñiga hablaba de una profanación de su sepultura para que su esqueleto fuera exhibido en algún museo. Concluye que «sus restos probablemente han desaparecido, pero su recuerdo puede y debe perdurar» por ello este reportaje quiere que así sea para que la memoria del bejarano perdure por siempre a través de estas líneas.
El caso de Víctor Sánchez no fue el único en la comarca de Béjar ya que medio siglo después nacería en 1900 en la localidad de La Calzada de Béjar, Fausto Prieto Vicente. Wenceslao Sánchez Bernal, abuelo de los bejaranos José Antonio y Miguel Ángel Sánchez Paso, inmortalizó a ese gigante hacia finales de los años 40. En este caso, su biografía se ciñe a algunas anécdotas de transmisión oral sin material documental que hable sobre si Fausto tuvo también una proyección pública o no.
Vivió 75 años, algo extraño para las personas con acromegalia pero gracias a esa longevidad permitió a sus convecinos aprovechar las mejoras tecnológicas de la época para dejar testimonios de su existencia y su paso por Béjar.
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