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El encuentro fue en Garcigrande donde Enrique Ponce apuraba sus últimos sorbos en activo. A falta de su adiós en México, este miércoles se retira de los ruedos en Valencia una leyenda del toreo. Uno de los diestros que ya forman parte de la historia de la tauromaquia. El espada de los números inalcanzables. Esta fue su penúltima lección, en la intimidad del campo en la que abrió el libro de su vida a LA GACETA. El pantalón beige con las vueltas cogidas del dobladillo le daban aún más protagonismo a unos botos que se ciñen con categoría al tobillo. Camisa blanca y cinturón marrón que ajusta a su eterna e inmarchitable enjuta figura. Un maestro eternamente joven. Fuerte y ambicioso a las puertas de los 53 años que cumplirá el 8 de diciembre. A las tres vacas les firmó tres faenas precisas. Fueron intensas y exigentes y ante ellas ofreció su mejor versión. A esa autoridad respondieron las pupilas de Justo Hernández como solo lo hace la bravura de los elegidos. Ponce pulsó todos los registros delante de las becerras; y no volvió la cara ante las preguntas de su carrera en una entrevista en la que radiografió con precisión su tauromaquia, sus dudas, sus incomprensiones y sus rivales, antes de sacar el bisturí para meter el dedo en la llaga de la situación actual del toreo.
Una vida entera en el toro y más de la mitad en lo más alto, la clave para lograr lo que logró, radica lo que hemos visto en este tentadero:afición desmesurada, ambición e ilusión intacta por descubrir hasta la última embestida.
—Eso es algo que uno tiene que tener para llegar a lo que sea en la vida. Y amar lo que uno hace. Eso es lo que me ha hecho llegar hasta aquí. Y en el toro más, por toda la exigencia que requiere quien te puede dar la gloria o la muerte. Ese afán de superación y la búsqueda de la perfección en mi toreo, de evolucionar, lo tuve siempre. Esa fue una de las claves para que mi trayectoria fuera esta.
Tras una retirada si no inesperada sí sorprendente, ¿le dio vértigo volver este año para decir adiós?
—Vértigo no, porque estuve cuatro años sin torear y no lo eché de menos. Es una vuelta que no esperaba ni yo porque no tenía ninguna espinita clavada. Me fui porque así lo sentía y fue algo inesperado. Incluso diría que para mí, que tampoco lo pensé. Fue una voz interior la que me dijo hasta aquí. Así lo vi y lo sentí. Y me fui cuajando un toro realmente bien. No pensaba volver, la verdad. La prueba fue que estuve cuatro años sin torear o toreando muy poco en el campo, en mi casa. Volví, porque también sentí que no podía irme así, aunque cada vez lo veía más difícil porque estaba fuera y desconectado... Hasta el punto de que veía una cabeza de toro en casa y me decía, ¿yo he sido capaz de ponerme delante de este en Bilbao? Y mira, volví y me alegro de haberlo hecho, porque lo sentí así y muchos me lo hicieron sentir.
¿Qué sintió en este último descuento?
—Un plus en mi toreo. Lo que hablábamos, esa búsqueda interior. No caer en el conformismo buscando mejorar y teniendo esa humildad para aprender hizo que mi toreo ganara ese poso, en esa madurez y profundidad que te da el tiempo. Con 20 ó 30 años no la puedes tener aunque quieras y aunque lo busques.Eso te lo da el tiempo. Y aquí sucede un contrasentido que cuando mejor puedes y sabes torear es cuando te tienes que ir. Este año he tenido faenas que pueden estar entre las mejores de mi vida y que eso suceda en tu año de despedida dice mucho del momento en el que me encuentro. Y que cuando empezaba no podía alcanzar ni estos límites ni lo que he sentido delante de esos toros.
En una carrera que arranca con diez años, ¿pensó en algún momento que llegaría donde ha llegado?
—Si soy sincero, creo que he conseguido más de lo que pude imaginar. Imaginar lo puedes imaginar cuando eres un niño porque no eres consciente de lo que es, necesita y te exige esta profesión. Creía en mí, pero luego todo sobrepasó lo que ni siquiera pude imaginar. Todos los años que estuve en el toreo consecutivamente y todo lo que logré más allá de las cifras. Lo bueno es que esas cifras son el resultado de una trayectoria larga y exitosa en la que pude llegar a torear como yo quería, que era mi mayor preocupación y mi objetivo cuando empezaba.
¿Por qué decide un hombre torear y por qué se juega la vida de un torero?
—No hay una explicación, ni lógica. Lo haces por vocación, es un sentimiento y porque te sientes torero. Sentirse torero no es solo pegar pases y ponerse ahí. Va mucho más allá. Es una manera de vivir, de afrontar la vida, de sentir. Y uno cuando está delante del toro se siente pleno, sientes que eres un artista y estás creando algo con un animal que, si puede, te mata. Por eso el toreo es tan grande.
De aquella explosión que logró en sus inicios de los años 90, ¿en qué ha cambiado aquel toreo al que tenemos hoy?
—Hoy en día el toro está mucho más seleccionado. Por eso el toro es bueno, es muy bueno, dura más. En los años 90 las faenas duraban menos, salvo excepciones, pero generalizando, era un toro que se caía más, no estaba tan saneado. Se paraba más. El bueno era bueno, pero no duraba mucho, y el malo, se veía que era malo. El malo de hoy es un toro mucho más tapado para la gente, es un toro que tiene más peligro que el malo de antes. El malo de ahora es muy exigente y el bueno también, porque hay que torearle muy bien. También ha habido una evolución del toreo. Hoy se está toreando más reunido que antes y se le hacen cosas a los toros que antes eran impensables. Lo mismo que en los 90 se hacían cosas a los toros que en los 70 no se hacían. El toreo como arte está en constante evolución, pero no me atrevo a decir que se torea mejor que antes...
¿Dónde está el toreo?
—Para mí el toreo está alrededor del cuerpo, en la cintura. No está en las líneas rectas, está en el círculo alrededor del torero exacto, alrededor del cuerpo. Consiste en que la embestida del toro circunvale tu cuerpo, salvo las excepciones en las que tengas que abrirle los caminos a los toros al principio en líneas rectas para que coja el camino adecuado.
Rindió todas las plazas del mundo, pero ¿sin qué plaza no hubiera conseguido Ponce llegar a donde llegó?
—Sin Madrid nada hubiera sido igual.
Hábleme de ello...
—Madrid ha sido para mí clave. He sido lo que he sido muy en parte porque Madrid me lo dio después de rendirse muchas veces a mi toreo. En una carrera tan larga, lógicamente hubo de todo. Allí me han exigido, pero ha sido una plaza en la que triunfé mucho y salí cinco veces por la puerta grande, pero pude salir hasta diez. Ha sido clave, desde novillero me dio su beneplácito. Valencia también y Bilbao. Y luego, todas las plazas de América; Lima, Manizales y México fueron allí las más especiales.
¿Qué torero le motivó más?
—Mantuve rivalidad muy grande con toreros de diferentes generaciones y entre todas la más intensa fue la de César Rincón. Además se hizo extensible en América. Rincón triunfó en el 91 y coincidió conmigo cuando emergí.En aquellos años en los que los dos buscábamos ese trono y fue una rivalidad fuerte y muy dura. Luego con Joselito toreé muchas tardes; luego llegó El Juli pero ahí ya me pillaba de otra forma y en otra posición a la de los inicios, por eso digo que la rivalidad con Rincón fue la más dura.
¿Hubo algún torero mejor que usted?
—¿Sí ha habido? Supongo que sí, pero no lo sé... Bueno, no es que lo suponga. Creo que eso es algo que no lo tengo que decir yo. No es algo que pueda decir yo. El toreo es un arte subjetivo, para unos tú puedes ser el mejor de la historia y para otros no. Lo que está claro es que si hablamos de lo que se he logrado, de cifras, ahí sí hay que ser consciente, y lo soy, que tengo una cifra única en el toreo.
¿Se sintió incomprendido en algún momento?
—Yo sé cómo he llegado a torear, lo que he buscado y conseguido. Por ejemplo, llegar a torear con media muletita alrededor del cuerpo. Ahí sí a veces me sentí incomprendido, sentía que no se valoraba y le llamaban «pico» cuando era al contrario. Lo veía como una ignorancia absoluta cuando era lo más difícil. Lo del pico es un invento. Tú no puedes torear solo con la panza la muleta, la embestida del toro se vacía por el pico. Otra cosa es torear con el pico echando el toro para afuera, abusando. Entonces sí, ahí cambia. Son dos cosas diferentes. En una está la verdad, en otra la trampa. Si tú ofreces media muletita adelante, lo enganchas ahí, lo llevas toreado, te pasa un palmo, con el brazo escondido en la cadera... Eso para mí eso es el toreo. Es lo difícil. Por eso te decía antes que no sé si hoy se torea mejor que antes. Que se hacen cosas que antes no se hacían, eso sí. Pero ese concepto del que te hablo, que es el puro de verdad, lo hacen pocos. O lo buscan pocos, fíjate y lo verás.
¿Y un torero por qué se va?
—Una, porque te echan, que casi siempre suele ser así. Y dos, porque has conseguido lo que tenías que conseguir y llega un momento en el que nada es eterno y tienes que tomar esa decisión, que es mi caso. Me voy cuando podría torear el año que viene 70, 80 o 60 o las que quiera... pero me voy porque ha llegado el momento de irme. Logré torear como siempre soñé y he cumplido una etapa. Llega un momento en el que uno tiene que decir: ¡Hasta aquí! Prefiero irme antes de que me echen. Quiero irme estando en plenitud, pero con mis objetivos cumplidos. Me voy pleno.
Se dice que los toreros que se van tienen la obligación de dejar el toreo mejor de lo que lo encontraron...
—Yo sí me voy en mi toreo con una evolución, pero, ¿sabes una cosa? Y me da pena decir esto. El toreo, en su conjunto desgraciadamente no está mejor que entonces. Y con esto no quiero ser negativo, al contrario. Hoy en día hay una afición importante, con muchos jóvenes en las plazas, la gente está empezando a dar la cara, que en estos años atrás no lo hacía ante los antitaurinos. En ese sentido se está sintiendo responsable y están dando la cara, no solo el torero en la plaza. En los años 90 se daban corrida de toros por todos lados y los triunfos en el ruedo tenían más recompensas que hoy. El problema es que hoy la segunda fila casi no torea y la tercera casi ni existe. Es una pena que a las novilladas no vaya la gente, no hay ilusión por los toreros nuevos y eso es muy grave y larmante de cara al futuro. Ahora estamos viviendo un momento en el que tenemos que responsabilizarnos que hay que darle sitio y cabida a los toreros emergentes, que mañana pueden ser figuras. Hay que renovar es verdad, pero la afición también tiene que ser consciente y, donde hay toreros que vienen arreando, tienen que ir y apoyar.Es un momento de relevo. Pese a todo esto, soy positivo y creo que volverán aquellas ferias que eran más extensas.
¿Qué supuso Salamanca en la carrera de Enrique Ponce?
—Al principio, por mi situación donde vivía, a Salamanca vine poco a tentar y me perdí mucho del ambiente que luego conocí, del campo, la afición. Aquí tuve una peña que eran muy aficionados e iban a verme a muchos sitios. Pero me da pena que en esos primeros años me perdí mucho lo que era el Campo Charro, lo que era la afición salmantina, que tiene una gran solera. Y luego, ya sabes, con mi amigo, el maestro Julio Robles, empecé ahí a vivirlo más, venía con él y empecé a conocer más la idiosincrasia de esta tierra. Y ahí ya me ganó para siempre. En estos últimos años ya vine más y disfruté de la solera de esta afición. En la plaza sí que he vivido grandes tardes, grandes tardes de triunfos, pues como con las corridas de Capea, el rabo aquel que corté en el 97 y fíjate la tarde de este año...
Y los maestros salmantinos que fueron sus fuentes...
—Claro, crecí con Capea y Robles. A El Viti casi no lo vi en directo por edad aunque lo admiro inmensamente. Con los que crecí viéndolos y admirándolos fue con Robles y Capea. Me identifiqué mucho. Con Capea hay un paralelismo en muchas plazas, donde fue muy querido. Bilbao y México, que han sido también muy mías y siempre hubo una similitud.
En la despedida de La Glorieta le entregó, de manera simbólica, el bastón de mando a Marco Pérez...
—Marco está haciendo ya un toreo muy bonito, con gran pureza y, con el tiempo, llegará a torear como quiere. Este va a llegar seguro. Es de los toreros que Salamanca y España está esperando. Me recuerda mucho a mí y se que va a ser figura. Para ser grande en el toreo hay que pegarle pases al toro regular y al bueno, lo fácil es cuajar al bueno. Lo fácil es no sentir y defraudar. El torero grande es el que es capaz de solventar la papeleta de renunciar a sus sentimientos para pegarle pases al toro regular y triunfar todas las tardes como hoy se exige. Ese sale mucho, ese es el difuso y con el que se marcan las diferencias. Y con ese ya ha triunfado este año Marco muchas tardes. Por eso va a ser figura del toreo.
Y la última, que no es una pregunta, sino una gratitud pública: estoy convencido de que si no hubiera sido por dos toreros, Morante y usted, en plena pandemia, cuando las figuras se escondieron y no querían torear porque no había público y sin él no había dinero, tal vez hoy no estábamos haciendo esta entrevista y a saber dónde estaba el toreo...
—Así lo sentí y por eso lo hicimos. Recuerdo aquel momento en el que le dije a Juan (Ruiz, su apoderado) hay que tirar para adelante como sea. Es un tributo que tenemos que pagar al toreo. Vamos a hacer las corridas, lo que haya, hay, y lo que quede, queda. Y ya está. No podíamos permitirnos el lujo de que no hubiera toros porque aquel parón podía ser crucial en un momento tan crítico. Pudo ser grave y yo así lo vi. Creo que era importante hacer lo que hicimos y luego con el tiempo se ha ido valorando.
Con Garcigrande logró Enrique Ponce la penúltima de las cinco puertas grandes que ha disfrutado en su carrera en Las Ventas de Madrid, el 2 de junio de 2017. Con esta ganadería tuvo una especial afinidad en las últimas temporadas y se convirtió en una de sus predilectas. En Garcigrande protagonizó una de sus últimas jornadas de campo antes de su retirada de los ruedos hoy en Valencia (donde le dará la alternativa al nuevo valor local, Nek Romero, en presencia de Alejandro Talavante, con toros de JuanPedro Domecq y... Garcigrande). En la finca de Justo Hernández se pudo a ver a un Ponce pletórico ante tres vacas de este hierro, con las armas que han caracterizado su carrera y que le han hecho grande entre los grandes. Todo con el plus de la madurez, la profundidad y el poso que le dan más de tres décadas en la élite. Un toreo más vertical, más reunido y más sentido, con un nuevo juego de brazos, un asiento más puro y un ritmo más sentido, un plus que le hizo dar un paso más en su inmarchitable tauromaquia.
Enrique Ponce se despidió el pasado 14 de septiembre de La Glorieta dictando su última lección: le cortó las dos orejas a un bravo toro de Capea de nombre Salinero que brindó a Marco Pérez. Un brindis simbólico que bien pudiera ser una manera de cederle el testigo a quien le dice el maestro tanto le recuerda a él en sus inicios. El diestro valenciano se presentó enLa Glorieta el 15 de septiembre de 1992 (El Niño de la Capea y César Rincón en el cartel con toros de Dionisio Rodríguez). A un toro de Algarra le cortó tres días después su primera oreja en esta plaza. Desde entonces, desde aquel primer trofeo y desde aquella primera tarde, Enrique Ponce sumó en La Glorieta un total de 32 paseíllos hasta este del pasado 14 de septiembre (junto a Pablo Hermoso de Mendoza y el propio Marco Pérez con toros de El Capea). Consiguió su séptima puerta grande en Salamanca, la primera fue en la Feria de 1997, cinco años después de su presentación, cuando cortó un rabo a Ladrillero y firmó una de las tardes más redondas en este escenario. Hacía entonces nueve años que no se otorgaban los máximos trofeos en La Glorieta:lo cortó precisamente el maestro Capea al toro Borrascoso, de Joaquín Buendía la tarde de su primera despedida de Salamanca (14 de septiembre de 1988).
Las siete puertas grandes de Enrique Ponce fueron con las ganaderías de Capea (1997, 1998, 1999, 2000 y 2024), El Pilar (2016) y Montalvo (2017). En su paso por Salamanca Enrique Ponce lidió toros de 21 ganaderías diferentes, de las cuales quince fueron del Campo Charro. Con las que más veces se anunció fueron las de Puerto de San Lorenzo y Capea, divisas de las que estoqueó hasta once toros de cada una de ellas.
De los 121 matadores de toros que pisaron La Glorieta en la Feria de los últimos 30 años es Ponce el que más paseíllos suma en esta plaza. Joselito fue el torero con el que más toreó en su carrera y también en Salamanca: ocho ocasiones en la década de los 90. Le siguen César Rincón y El Juli (4); y después aparecen José Ignacio Sánchez, Rivera Ordóñez y César Jiménez (3).
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