Luces y sombras de la ruta al Molino Carbonero
Siempre hay basura al comienzo del camino en Ciudad Rodrigo, por lo que el comienzo de la experiencia es poco atractivo





Estábamos necesitados de retomar actividades que por circunstancias prioritarias debimos aparcar. Decidimos hacer una vez más la ruta del Molino Carbonero, una ruta de proximidad, una palabra tan de actualidad. Una ruta anunciada a bombo y platillo en la Avenida de Amayuelas de Ciudad Rodrigo, justo para que los turistas que salgan del centro de recepción visitantes, se topen con el enorme cartelón. Tal vez eso le pasó a las dos únicas parejas que encontramos en el recorrido, pues tenían pinta de forasteros.
Una de las pocas cosas positivas de la pandemia ha sido el aumento de senderistas y de ciclistas, por lo que me sorprendió ver a cuatro personas en esa ruta, después de haberla hecho numerosas veces en solitario.
Fueron las primeras luces que vimos a lo largo del camino, después seguirían otras, que enumero a continuación:
· Los tramos del río que muestran un bosque de ribera espectacular, con un río lanzado, en busca de la pesquera del molino Carbonero, el final de la ruta.
· Los charcos del Águeda cubiertos de juncias en flor y de nenúfares cuyas flores empezaban a abrirse.
· Los fresnos centenarios que forman una barrera entre la tierra fértil y las laderas abruptas, cubiertas de matorral.
· El cielo azul tapizado por nubes aborregadas, que se extendían hacia el oeste, por el que cruzaban de vez en cuando milanos oteando, en busca de presas.
· El vuelo sorprendente del cormorán asustado lanzado como flecha en busca de cobijo.
· La burra que salió a nuestro encuentro como si fuera Platero, parecía decirnos que si queríamos nos daba un paseo.
· Las aves que vimos, a pesar de que apenas divisamos los espectaculares abejarucos.
· El placer de caminar a orillas del río, siguiendo su curso que ejerce de guía.
· El enorme nogal de copa perfecta que le da sentido a la enorme huerta abandonada.
Pero junto a las luces, también hay demasiadas sombras a lo largo de los 6 km:
· Justo cuando aparece la señal que indica que se puede dejar la carretera, que siempre se agradece, en el entorno que te recibe, siempre hay basura, además de limitar con la depuradora, convirtiendo el comienzo real en una experiencia con poco atractivo.
· Si es que se puede continuar, porque el camino que va por encima del muro de contención está impracticable, las zarzas, las hierbas lo han invadido, por lo que hay que regresar a la carretera, perdiendo un trozo con encanto, donde el agua baja alegre, además en el bosque de ribera suele haber siempre bastantes pájaros. Cuesta entender que con tantas desbrozadoras que hay por todas partes, no hayan desbrozado este camino.
· Un camino que está poco transitado, los caminos no engañan. Pasado Palomar, a veces desaparece.
· A pesar de que se entiende que los caminantes son amantes de la naturaleza, por el camino se pueden encontrar un tambor de una lavadora, un perol de porcelana roja, mascarillas, las universales latas...
· Qué decir de las porteras. Hasta cuatro hay que abrir y cerrar, porque la primera, el alambrado ya está en el suelo. La primera con un somier. ¡Cómo le iba a faltar este elemento a la ruta!
· No hay una senda continuada a la orilla del río, interrumpida por maleza, por lo que a veces hay seguir por los sembrados colindantes.
· El último tramo está siendo devorado por las zarzas, complicando su paso, lo mismo que el tronco caído atravesado, al que hay que saltar cada uno como Dios le da a entender.
· Las vacas que te reciben altivas en el molino, que posteriormente nos avisó el vaquero que en este tiempo están pariendo, entrañando cierto peligro. Nadie te avisa de ello.
La ruta se presentó con bombo y platillo, los políticos se hicieron la foto, y si te he visto no me acuerdo. No consiste todo en inaugurar, ¿dónde está el conservar y mantener?
A pesar de todo siempre es agradable caminar en compañía hasta el molino Carbonero, un espacio lleno de tintes nostálgicos, las paredes del molino aún resisten el paso del tiempo y la fuerza de las crecidas, donde ya florecían quitameriendas, en algunas parcelas ya olía a sementera, el campo, la naturaleza da vida, tan necesaria en estos tiempos. Quizás sea muy repetitivo, qué le voy a hacer, si yo nací en el campo.