La ruta perfecta para disfrutar de espectaculares paisajes a pocos kilómetros de la ciudad
Los senderistas pueden disfrutar de un tesoro natural perfecto para desconectar “del mundanal ruido”







Vista de lejos, la Sierra de La Canchera, es incapaz de mostrar los tesoros paisajísticos que atesora, siendo muchos, de una gran variedad, lo que la hacen especial, un enclave que merece la pena el esfuerzo de ascender por sus laderas para alcanzar la cima.
Es normal que un 21 de agosto aparezca nublado, con multitud de nubes grises que se mueven de aquí para allá, como si fueran “culo de mal asiento”. Lo que no es normal, es que esas nubes a medida que nos dirigíamos a nuestro destino fuesen bajando, transformándose en una niebla espesa, húmeda, a veces provocando más de un chaparrón. Entre las recompensas de subir a la montaña están las vistas paisajísticas, estaba claro que debíamos revisar nuestros objetivos para poder disfrutar la ruta, pues las previsiones meteorológicas no se correspondían con la realidad.
Y vaya que lo hicimos. Un campo amarillento, agostado, poco a poco se fue tiñendo de pinceladas verdes, formadas por matorrales, justo al subir el risco de Martiago y tener ante nosotros la espectacular vista de una planicie con toda la sierra al fondo, que a esas horas de la mañana, no conseguía deshacerse de la niebla, que parecían telas de araña que se enredaban entre sus muchas aristas. Daba lo mismo mirar hacia el este que al oeste, pues las nubes ascendían de Las Hurdes por el oeste y se columpiaban de valle en valle, a veces descargando algún que otro chaparrón.
Me sorprende siempre Agallas, un pueblo que se ha reciclado y de qué manera, muchas casas nuevas, de excelente porte, con flores, muchas flores. Tiene “agallas” esta gente que ha vuelto al pueblo invirtiendo buena parte de sus ahorros en levantar estas casas, en una de las zonas más alejadas de la España vaciada. El entorno lo merece, un paisaje espectacular que desde el pueblo es aún más grandioso, como lo era contemplar los cables del tendido eléctrico abarrotados de aviones, formando una imagen que siempre me asombra en los veranos que viajo a estos pueblos.
El verde le gana ya la partida al amarillo llegando a la pedanía de Vegas de Domingo Rey. La niebla húmeda envuelve la gran vegetación que tapiza cerros y valles, recordando al viajero el paisaje del norte, sin apenas desplazarte unos kilómetros. Una especie de figura caprichosa de Miró formada por pasto amarillento entre los matorrales, nos saluda en una pequeña ladera antes de entrar al pueblo. Un pueblo perdido en un enclave espectacular, alejado del mundo de la prisa, del estrés, del consumo, de lo material. Apenas quedan algunas construcciones semiderruidas testigo de lo que fue el pueblo en otros tiempos, donde el color marrón de la pizarra lo camuflaba en el valle encajado del arroyo Las Vegas. Hoy las casas blancas con sus tejados rojos, recuerdan cierto parecido con los pueblos de las Alpujarras.
Dejamos descansar las mascarillas por un tiempo, empezando la ruta subiendo, una subida continuada de más de 5 km hasta llegar a la cima del Pico de la Canchera. Nos dirigimos hacia el sur, a esa hora, por las rendijas del puerto de Esperabán se colaban las nubes a gran velocidad, sobrevolando los matorrales de las laderas, formando curiosas figuras, ideales para desarrollar la imaginación, antes de desaparecer esfumadas por el viento. La temperatura era excelente, las nubes habían actuado como efecto invernadero, dando al paisaje un aspecto más propio del norte que de la cercana Extremadura. Una comunidad a la que el ayuntamiento de Agallas aprobó incorporarse con el fin de mejorar su asistencia sanitaria. En caso de hacerlo, lo primero que tendrían que hacer es asfaltar la pista que lleva hasta el puerto, a partir de Extremadura el problema no existe.
Al dejar la pista, nos espera uno de los cortafuegos más largos que solemos utilizar para coronar las cimas de nuestra querida sierra. Largo y empinado, lo que lo hacen especialmente duro. Paso a paso, vamos los dos caminantes, con la duda del tiempo a cuestas, avanzamos observando y aprendiendo nuevas plantas que tenemos a nuestro alrededor. Carquesas, piornos, jaras, lentiscos, madroños, brezos, abrojos, gordolobos, carrascos y algún que otro pino convertidos en héroes anónimos por haber sobrevivido a los terribles fuegos que abrasaron la sierra. No tiene pinta de que el sol acabe con la niebla, que justo al empezar el camino, empieza a dejar caer agua.
Llegar hasta allí, quizás sea la parte más antipática, el nuevo sendero desbrozado y acondicionado por el Ayuntamiento de Las Agallas, hacía enormemente atractiva la ruta. La lluvia arrecia, las dudas hacen mella en los caminantes, que pronto deciden retomar la programación. Bajo una mancha de carrascos sorteamos el chaparrón, con vistas impresionantes hacia el pueblo, enclavado al fondo del valle. Comer un bocata en ese mirador fue una delicia, a pesar de haber adelantado el horario, especialmente cuando delante de nuestras narices, sobre la ladera apareció un espectacular arco iris.
Cuando el toldo empezó a hacer aguas por todos lados, decidimos salir de nuevo al camino y seguir subiendo entre la niebla y el viento, una experiencia nueva en la visita a este paisaje de ensueño. Zigzagueando, entre puñales de pizarra, escaleras que llevaban hasta el cielo, flyschs artísticos en el suelo, hitos marcando el sendero y piorno florecido, mucho piorno amarillento tapizando una empinada ladera que nos llevó sin darnos cuenta hasta la cima. La niebla todo lo unifica, el paisaje queda reducido en la distancia, pero lo envuelve de misterio, lo aligera, nosotros parecíamos flotar al llegar al punto más alto, un monolito que poco a poco va creciendo con las piedras de los que decidimos de vez en cuando darnos una vuelta por la Sierra de Gata.
No somos demasiados, para lo que se merecen estos paisajes espectaculares, lo que se merecen estos caminos recuperados que conducen hasta El Gasco en el corazón de Las Hurdes, subiendo hacia el Pico Tiendas, también llamado Aceituno, (un nombre muy sugerente). Por estos caminos iban y venían los habitantes de esta comarca limítrofe con Extremadura para ganar míseros jornales que le permitieran sobrevivir. Nada que ver con nuestro viaje, un viaje para disfrutar, para desconectar del día a día que nos tiene enredados con una situación difícil de gestionar. Tan sólo vimos a una persona al dejar el coche en Las Vegas, mantener la distancia social es una tarea fácil en una ruta que sería bueno que la conociera más gente. Desde Ciudad Rodrigo la tenemos a un paso, mejor dicho el gran paso que hay desde la muralla hasta aquí.