La belleza de la Sierra de Béjar: hacia El Canchal de la Romana saltando la valla
Descubre la fantástica ruta de la Sierra de Béjar, con paisajes de Hervás, Baños de Montemayor, La Garganta, Puerto y la Sierra de Béjar


No pude menos que recordar a todos los inmigrantes que saltan las vallas, cuando después de atrochar por un castañar llegamos a trancas y barrancas a un claro en el bosque vallado por alambre de espino. Una pared de piedra, coronada por un alambrado complicaba nuestro paso hacia el sur, en busca de Extremadura. Ahí nos tienen a cuatro sesentones saltando la valla, un salto simbólico que conllevaba una enorme carga emotiva.
Habíamos salido dos horas antes de Puerto de Béjar, donde mi amigo Antonio con la emoción a flor de piel nos guía por la senda que él recorrió allá por la década de los ochenta para impartir clase a los niños de los pueblos de la zona. Llegamos al pueblo por la antigua carretera, nada que ver con aquella carretera de entonces donde las curvas te llevaban a todos los rincones de un paisaje sobrecogedor que se podía disfrutar, pues los camiones actuaban de limitador de velocidad.
Aún tiene actividad el pueblo, a pesar de que su tejido industrial ha pasado a mejor vida. Fábricas textiles convertidas en esqueletos gigantes impresionan a la entrada de la calle principal donde se ve más de una mujer de bastante edad haciendo los recados diarios.
Colgadas las mochilas a la espalda, nos dirigimos hacia la antigua vía del tren entre huertos y frutales todavía activos. Nada de vía, ni estación, las traviesas y raíles han desaparecido, en su lugar una pista muy bien preparada, una vía verde para disfrutar del paisaje hasta Hervás. No hay mal que por bien no venga. Un diseño multicolor ha transformado la vieja estación en pequeño parque temático, enfocado, cómo no, al consumo. Seguíamos atentamente las explicaciones de nuestro anfitrión caminando hacia las edificaciones, jardines nobles, limítrofes con la antigua carretera.
Al lado la autovía, cicatriz salvaje del paisaje, devoradora del pasado, pero también de las distancias. Pasando por debajo de ella, se comprueba que los tiempos de su construcción eran de mayor bonanza económica, a juzgar por el enorme mural explicativo de la Vía de la Plata, ahora un camino motivador para senderistas que se dirigen a Santiago.
Nada más salir del túnel, el camino comienza a elevarse y a jugar al gato y el ratón, dudas normales antes de tomar decisiones para decidir por dónde emprender la subida a nuestro objetivo. Los móviles y GPS son una ayuda de gran valor para no tener que deshacer el camino, cosa por otra parte normal. Lo importante es tener clara la dirección a seguir, todo será que haya que coger algún atajo, rodeo,... está dentro de la aventura de caminar. Cogimos un camino marcado por paredes de piedra cubiertas de musgo, con suelo tapizado de hojas secas, todo un lujo.
A medida que avanzábamos entre varales, derechos como una vela, de castaños, el camino empezó a difuminarse como las nubes, por lo que de golpe y porrazo nos vimos inmersos en el bosque sin camino, atrochando en la buena dirección. Un verdadero placer avanzar pisando hojas, sin apenas vegetación, tan solo alguna mancha de prímulas florecidas, alegraban un poco el aspecto un poco triste del bosque grisáceo. Las dudas las resolvíamos afortunadamente en la buena dirección. Un cartel enmohecido por la intemperie señala una dirección que no es la nuestra, antes de toparnos con el alambrado.

Una vez en nuestra tierra prometida, nos reciben los gigantes apalancados durante siglos aguantando las rachas de viento que por allí deben ser de campeonato. La sierra de Béjar nos sorprende con una blancura inmaculada, una belleza que ya por sí sola ha merecido la pena saltar la valla. Qué reflexión tan egoísta comparando lo que les espera a muchos de los que saltan las vallas buscando una vida mejor. Se divisa la llanura extremeña, donde el clima hace una raya llamativa en los robles, unos vestidos de hojas y otros completamente desnudos.

Subiendo las últimas rampas, las de mayor dureza, me viene a la cabeza Serrat, con su atinada elección para el descanso eterno ...”En la ladera de un monte, más alto que el horizonte. Quiero tener buena vista” ¡Qué buena vista tienen las alturas! Alcanzar la cima es un momento mágico que borra de un plumazo el sufrimiento de la subida. A esa hora, el cielo parecía otro comparado al de la mañana. Toda una enorme extensión paisajística se abría ante nosotros. Hervás, Baños de Montemayor, La Garganta, Puerto, la Sierra de Béjar, Cabeza Gorda, ya eran visibles, cuando asaltamos una nueva cerca y alcanzamos el punto más alto: los Tres Panetes, una caprichosa composición de tres bloques de granito que forman una especie de obelisco. Buen lugar para reponer fuerzas, apoyados en respaldos de obispo para arriba, mirando al sur.

Decidimos, por consenso, dejar El Cerro para una próxima caminata, comenzando el descenso por un empinado valle tapizado de exquisitos pastos. Una pequeña fuente abandonada, de la que aún brotaba agua nos sorprendería con una buena cosecha de maruja, para una deliciosa ensalada aliñada con ajo y aceite de oliva virgen. Al fondo del valle el canchal de la Romana aparece, un tanto desapercibido, sobre todo si uno espera canchales como los de La Hastiala. Un enorme bloque de granito se mantiene en equilibrio sobre otro con un mínimo punto de apoyo, lo que permite poder cimbrearlo emulando los senderistas a Sansón y su fuerza diabólica.

Regresamos por un camino poco transitado y cuidado, una pena pues está lleno de encanto, atraviesa un enorme bosque de castaños y algún que otro roble cargado hasta arriba de bogallas. Zarzas, ramas, troncos caídos en la mitad del camino que a veces dificultan el paso antes de empezar a ojear claros donde pastan alegremente vacas rojas. Pronto alcanzamos Peñacaballera, nos da la bienvenida una enorme mimosa de rabioso amarillo. Comprobamos el paso del tiempo, al pasar delante de la escuela, el poco que nos quedaba, lo pasaríamos entre prados y bosques para sortear la carretera. Regresamos a Puerto de Béjar por una empinada calzada de piedra para divisar en toda su extensión el recorrido que habíamos hecho, una ruta con encanto, recorrida en buena compañía.