22 marzo 2023
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Hacia la Sierra de Gata navegando por los mares de Robleda

Una ruta por las tierras del Rebollar

24 jun 2020 / 10:31 H.
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Llevaba ya demasiado tiempo juntando letras –como diría Javier Sampedro-para componer relatos, donde el coronavirus se colaba mucha facilidad. Tenía el mono de escribir sobre alguna ruta por la sierra. Así que ante la primera oportunidad que se presentó, enfilamos la carretera rumbo a Robleda.

Volvía al mismo pueblo donde se activó mi stand by rutero. En enero la naturaleza andaba medio desnuda, bajo los efectos del duro invierno, en cambio el domingo nada más salir , se notaba que la primavera la había vestido, y de qué manera. Pronto llegamos al pueblo, nuestro puerto de salida. Las calles mostraban su confinamiento natural, el de siempre, sin necesidad de alarmas. Estaba en la calle Kike, un personaje muy presente en mis caminatas con Chema-Chemari para los robleanos- por estas tierras.

Empleado municipal, es el funcionario que a todos los alcaldes les encantaría tener bajo sus órdenes, pues se encarga de todo lo divino y lo humano que ocurre bajo los cielos de Robleda, siendo siempre resolutivo. Le informamos de nuestro viaje, para que constase que nos adentrábamos en los mares del pueblo, para dirigirnos al Pico del Pozo de los Moros en plena Sierra de Gata.

A esa hora de la mañana, hacía un fresco nada normal para la fecha del calendario, pero nada que ver con aquel día de enero en que el campo estaba completamente blanco. Un vecino recién levantado de la cama, que estaba asomado a la puerta para ver el cielo, como hacemos la mayoría que nos criamos en el campo, nos deseó buen viaje. En muy poco tiempo, nos adentramos en el bosque, a veces dominado por pinares, otras por robles, cubriendo cientos de hectáreas de un verde especialmente brillante con unas hojas recién estrenadas.

Estaba la mar en calma, por lo que tuvimos un viaje “la mar” de placentero. Un entramado de pistas y caminos recorre estos bosque por todos los puntos cardinales, perfectamente indicados con unas señales artísticas, muy bien integradas en al paisaje. Es quizás el buen gusto, el cuidado de este territorio, lo más sobresaliente de esta comarca, vayas por donde vayas. El camino estaba marcado por balizas de cañas burreras (Thapsia villosa) aún con el penacho amarillo, y como por estas tierras la primavera se alarga un poco más, a ambos lados flores de todo tipo y color, adornaban las orillas, donde destacaban de vez en cuando los sagüeros (saúcos) gigantes y las zarzamoras tejiendo vallas naturales.

Y prados, y más prados, donde en su día estuvo una de las hojas (división que se hacía del terreno para ir rotando los cereales), la mayoría muy bien cuidados, con yerbazales abundantes, unos esperando las vacas o la guadaña, otros ya con las enormes alpacas cilíndricas esperando el transporte. Un rebaño de ovejas pasta entre hierba que casi las deja enterradas. El pastor, uno de los pocos humanos que vimos, realiza su trabajo cerca de la majada. No están aún esquiladas, los uruguayos aún no han llegado por aquí, se nota que estamos muy lejos de todo. Lo que ha descubierto la pandemia, no tenemos motiladores, que así se llamaban entonces a los que esquilaban las ovejas. Cuadrillas de hombres todo terreno que hacían a todo, resolviendo los problemas de mano de obra, pues lo mismo segaban, que hacían carbón, que esquilaban... Un poco lo que hace Kike hoy a otro nivel.

Las ovejas tenían mucha falta de pasar por la barbería, mucha lana, coloreada de marrón. Había bastantes ovejas negras, entonces sobre ellas, caía un sambenito, como los gatos negros, los garbanzos negros,...tantas connotaciones que a día de hoy, es urgente corregir.

En un abierto del bosque, divisamos por primera vez el Pico del Pozo del Moro, nuestro objetivo, el lugar donde está situado el faro que controla todos los mares verdes de esta parte del Rebollar. Quedaba aún buen trecho, pero con las ganas que teníamos de caminar, no tardaríamos mucho en alcanzar la cumbre. Atravesamos una parte del camino vallado por enormes retamas, que han crecido desbocadamente ante la ausencia de los depredadores humanos. Apenas los vimos durante las cinco horas largas que estuvimos inmersos entre pinos, robles, helechos, brezos, jaras,..

Me sorprende la eficacia de estas gentes de Robleda. Tienen la mayoría de las parcelas limpias, ordenadas, no se ven somieres en las porteras, ni bañeras de abrevaderos, ni palets atados con cuerdas de mala manera para tapar portillos. En cambio nos topamos con montones de troncos perfectamente colocados formando pirámides artísticas, dejando ver los anillos de los pinos pigmentados de color naranja, una obra de arte. Mucho arte en la naturaleza. Como un enorme lapicero vertical en se ha transformado un pino, al que el vendaval le arrancó su copa. Un homenaje a la escritura, tal vez algún día Irene Vallejo, si se entera, tenga que añadir un apéndice a su maravilloso libro El infinito en un junco, toda una investigación acerca del origen y la evolución de la escritura.

Y qué decir también de los resineros, se ve que no todos son iguales. Había cortes de todo tipo, formando composiciones cromáticas, que con el reflejo del sol, recordaban el bosque de Ibarrola, ¡qué colorido! Al fondo, un pino con su lata recogiendo el goteo de resina, me recordaba a una persona con la mascarilla moqueando. Enormes pinares, tapizados por helechos de un verde espectacular, donde se esconde una perdiz que cruza despavorida el camino. Al fin aparece el agua después de estar navegando un buen rato: el bonal Lazaru..., atrás quedó la fuente de la Cama. Qué nombres tan sugerentes, qué buena política de conservarlos como un tesoro importante, un legado de la historia, ahora precisamente que tanta falta nos hace agarrarnos a ella, ante el futuro tan incierto que tenemos.

Las Celaillas, El Rueu, Tesu Altu, la Trampa, El Jaralitu,El Manantiu,El Tesu Las Víboras,Pinu La Cerilla, El Berezal,...precisamente al llegar a este último no pude menos de recordar la historia del niño que se perdió en estos mares, teniendo que sortear brezales que se convierten en barreras difíciles de cruzar, terminando en Cadalso, a muchos km de aquí, pasando a Extremadura, según me contó Chema en otra ruta.

Todo el camino hemos estado acompañados de los cantos de pájaros que estaban locos de contentos porque aún no habían llegado los calores que los obligarán a marcharse si no quieren morir asfixiados. Mariposas del aire lorquianas de todos colores y tamaños revolotean insistentemente de un lado a otro. Sin darnos cuenta hemos llegado a la base del pico. En plena desescalada general, nos toca escalar, vamos a contracorriente. Comenzamos después del único titubeo producido por las señales, fácilmente resuelto por Chema que, como siempre, viene con los mapas trillados.

Ascendemos por una pista y dos cortafuegos, con rampas empinadas que nos recuerdan a las míticas de la Bolla Grande y sobre todo la de La Jañona. A medida que subimos, vamos saliendo a la superficie de los mares verdes, ampliando la vista hacia el horizonte, empiezan poco a poco a salir a la superficie submarinos blancos a cámara lenta, que hacen aún más bonita nuestra panorámica: Villasrubias, El Payo, Fuenteguinaldo, Peñaparda, El Sahugo, algún submarino portugués, . Robleda aparece de los últimos. Alcanzada la cima, disfrutamos de unas vistas espectaculares de toda la sierra, de nuestra sierra, desde Las Mesas en Portugal hasta la Hastiala, donde estos años hemos compartido tantas experiencias. También aparecen pequeñas islas amarillentas donde han segado el pasto, dando al paisaje un aspecto idílico.

El último tramo del camino, estaba alfombrado de flores moradas, parece como si el jueves hubiesen celebrado por allí la fiesta del Corpus. El cilindro de hormigón que marca el punto geodésico es totalmente antiestético, poco integrado en el paisaje, especialmente después de navegar rodeados de tantos detalles artísticos, como el hito que han formado al lado, aprovechando un mojón. Charlamos con el vigilante de la torreta, repusimos fuerzas, no encontramos restos del pozo, tampoco monedas, utensilios, restos de asentamientos por la zona, que nos recordó Kike antes de salir y sorprendentemente por el cielo no apareció ningún avión, ¿por qué será?

Con el espíritu flotando, bajamos en volandas para sumergirnos rápido en las profundidades de los bosques, cogiendo siempre las mejores corrientes, que nos llevaron pronto a Robleda, después de navegar más de 20 km, a una velocidad de 2,48 nudos. Nos recibió el mismo vecino, situado en el otro lado de la calle, sorprendido de hasta donde habíamos viajado. Una cerveza en buena compañía, puso punto final a una nueva ruta por estas tierras encantadoras. Hasta la próxima.

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