Entre el campo de Agadones y El Rebollar
Un recorrido por la comarca de Ciudad Rodrigo





Era la hora de salir de la escuela cuando abandonaba la ciudad, se notaba movimiento de coches y especialmente abuelos a las puertas de los colegios, mucha normalidad en El Puente, donde afortunadamente las aguas han vuelto a su cauce, que es lo mejor que puede pasar en la educación.
Iba dejando la ciudad, mientras me colaba en un terreno cargado de melancolía, que miraba con ojos de niño y que costaba encajar imágenes demasiado distorsionadas por el paso del tiempo. Giré a la izquierda en el cruce que tantas veces leí que la carretera llevaba a Martiago, la que dejé, entonces te dirigía hasta el Puente de Guadangil y Cáceres.
Sorprende gratamente que estrene la carretera que te lleva a la España vaciada, se agradece, especialmente subiendo la solitaria cuesta de Pedrotello, hasta alcanzar las encinas. A partir de ahí, uno comienza a perderse, a concentrarse para ir poco a poco sumando km. De vez en cuando giré la vista atrás, no quería perderme la vista del Teso María de la O. Pedregales tapizados por encinas, tierras poco aptas para el cultivo que en la posguerra los amos daban como un plus a criados y capataces: las senaras.
A esa hora brillaban las bellotas asomadas en su dedal, cerdos ibéricos correteaban en su busca. Poco a poco, la carretera comienza a despejarse, de golpe aparece la sierra a lo lejos, marcando mi objetivo. Siempre que se llega a Valdespino, una partida de vacas te recibe, no muchas más vería en todo el recorrido hasta llegar al Collao de Malvarín. A pesar de la dureza de la sequía, la charca tiene bastante agua, oro puro en estos tiempos duros que tienen especialmente los campesinos ante la sequía galopante que avanza sin freno.
Ante el aviso que anuncia carretera cortada en el risco, decido ir a la derecha. ¡Qué distinto es bajar que subir en bicicleta! Lo experimenté una vez más subiendo hacia La Encina, una vez superadas las casas de la finca, la carretera se pone cuesta arriba, rampas del 10% anunciaba una señal. Llegar al pueblo, supone un plus de adrenalina para seguir pedaleando hacia el sur. Muchas cosas han ido encogiendo en estas tierra vacías ante la falta de actividad, los autobuses, las escuelas, los bares, las tiendas, las fuentes... llegaba en ese momento el transporte escolar, 4 alumnos bajaron de él, bastantes para lo que hay en estos pueblos. Insuficientes para formar un equipo de baloncesto y poder competir con otros pueblos, una de las actividades que siempre han estado en la historia de los pueblos, los piques, que si eran sanos estaban muy bien.
La Canchera hacía de telón de fondo detrás de una pequeña llanura de robles que envuelve a Martiago, al dirigirme a La Herguijuela. E es curioso cuando viajas cómo la sierra va girando a tu izquierda, algo que se percibe muy bien en la bici, una experiencia fantástica. Como fantástico es encontrarte de nuevo con el risco de la Herguijuela, una impresionante hendidura en el camino, por donde el Águeda afortunadamente puede sentirse río, pues un poco más abajo del puente, de nuevo sus aguas quedarán atrapadas en el reculaje de otro pantano.
Ya había llegado el otoño en las riberas del río, precioso paisaje donde los fresnos lucían sus mejores galas, destacando su colorido entre peñascos de pizarra colonizados por matorral mediterráneo. En su cauce, se distinguen claramente flysch paralelos al sentido de la corriente, vamos que no hay que desplazarse a Zumaia para ver este curioso fenómeno geológico. Elegí buen lugar para el control de avituallamiento, pues era de sentido común reponer fuerzas para subir la cuesta.
La subida se las trae, dando tiempo a la reflexión y así olvidarte de lo que te queda. Al girar la curva, puedes ver dos imágenes contrapuestas: un valle otoñal con un colorido espectacular, con gran diversidad vegetal y enfrente un cauce totalmente desprovisto de vida, sin agua, muy desolador. Hace falta agua por estas latitudes, función que hacen los embalses, por ello está justificado el gran impacto ambiental que atizan a los valles de los ríos.
Coronando el puerto, un cartel anuncia la comarca del Rebollar, sorprende viajar por esta tierra olvidada, carente de tantas cosas, que de vez en cuando aparezcan grandes carteles con el logo de la Junta, señales que anuncian el comienzo y final de un pueblo, que marcan los hm, km al borde de la carretera, todo para parcelar, para individualizar. Quizás sería más interesante gastar el dinero en cámaras para pillar a insensatos que utilizan las cunetas como basurero. De vuelta, en la CL-526, durante un km, aprovechando que estaban marcados, observé la basura que había: grandes cartones de embalaje, plásticos de todo tipo, muchas botellas de agua, los plásticos del parachoques, cubiertas destrozadas, pañales usados, tetrabriks, ...y latas, muchas latas, quizás más de uno piense que se puedan sembrar.
Volviendo al viaje, antes de llegar a El Sahugo, aparecen algunos campos de labor ahora dormidos, sin pinta de que la sementera los despierte. Una fábrica de pelets, recibe a los viajeros al llegar el pueblo, un auténtico templo en estos tiempos y en estas tierras. La torre del antiguo templo parece un poco descuidada, así como un hastial repellado de cemento que le da un aspecto poco agradecido. La calle Larga que cruza el pueblo está desierta a esas horas, en el ayuntamiento una pancarta recuerda a los quintos. ¡Cuántas tradiciones se está llevando por delante la falta de natalidad!
Camino de Descargamaría, antes de girar hacia Robleda, numerosos huertos bordean el pueblo, cual jardín se tratase, situados al sur buscando la solana, como muchas de las casas, perfectamente escalonadas, de colores, que le dan al pueblo un toque pintoresco con las dos Bollas de fondo.
La excelente carretera que une El Sahugo con Robleda gira hacia el oeste, con el Jálama y El Espinazo al fondo. No hay raya que delimite cuando dejan las encinas dan paso a los robles y pinos del Rebollar, las líneas las marcan los humanos, como el color del asfalto de la carretera vieja y la nueva, la línea del cauce del río Mayas ahora sin agua que deja una imagen triste con sus árboles muertos cubiertos de barro. Otra vez los embalses.
Me paro a contemplar los dos puentes, el viaducto y el viejo de tubos, protagonista hace años cuando las añoradas crecidas, lo taparon dejando incomunicados los dos pueblos. Alguien archivó mal la imagen y de vez en cuando durante un tiempo, cada vez que había problemas con las crecidas, allí estaba la imagen del Mayas bravucón, hoy está completamente desconocido. Para compensar, rescato de mi memoria la imagen del molino Granadero, un poco más arriba. No debió quedar a mucha gente incomunicada a juzgar por los vehículos que me encontré, tan solo un remolque cargado de troncos, que me anunciaba que Robleda estaba al caer.
Sentí algo especial al ver el cartel de Juenti Pela, pues me traía recuerdos de las caminatas que he hecho con Chema por el término de Robleda. Por un momento parecía que la España seca quedaba atrás. A la orilla de la carretera huertos cultivados, vegetación frondosa, prados verdes, verdiones en los prados, reciben al viajero cansado ya de tanta sequía. También lo recibe la plaza de toros, templos de la democracia que tantos pueblos han incorporado ahora que los toros están en declive.
Al cruzar Robleda, una vez más noto que tiene vida, especialmente al llegar a la carretera de Cáceres, por la que regreso a casa, después de recorrer casi 70km, disfrutando de la vista de toda la sierra, de dos comarcas con un paisaje maravilloso, que no se merecen el olvido que llevan años sufriendo. El cielo también me acompañó, prometía una buena puesta de sol, por lo que me acerqué hasta la muralla para contemplar un espectáculo maravilloso. Coincidí con Ángel Carballo, natural del Sahugo, gran conocedor de estas tierras, hablando una vez más del futuro tan incierto que tienen.