Ascensión, Luisa, Victoria, Felisa e Isabel, las cinco históricas lavanderas de Puerto de Béjar
La localidad inaugura un mural en recuerdo de las mujeres que trabajaron décadas atrás en las aguas de la charca de La Rivilla para lavar la ropa | El Ayuntamiento designa a estas cinco mujeres mayores de 80 años como representantes de todas las generaciones que sufrieron en invierno y verano

La Navidad ha sido este año muy especial en Puerto de Béjar, donde el Ayuntamiento ha querido rendir homenaje a las mujeres que, décadas atrás, subían a lavar la ropa hasta la charca de La Rivilla, reconvertida ahora en un atractivo más del impulso turístico que está recibiendo el pueblo.
La charca tiene unos lavaderos que, en una parte, están techados. Precisamente, la fachada trasera de esa cubierta ha servido para que un mural recuerde la memoria de todas aquellas mujeres que pasaron por allí y lavaron incluso entre el hielo la ropa de su familia o de terceras personas. Ascensión, Luisa, Victoria, Felisa e Isabel fueron las mujeres que recibieron el homenaje en recuerdo de todas las que pasaron por allí.
Isabel Sumastre es una de ellas. Tiene 88 años y nació en Buenos Aires (Argentina), pero llegó a Puerto de Béjar con dos años: “Me vine con dos años al morir mi abuela paterna. Mi padre tenía taxi allí pero dijo que no iba a dejar aquí a su padre solo y nos vinimos”. En Puerto su padre curtía pieles y la gente, cuando mataba el ganado, le llevaba las pieles para trabajarlas. Ella no lavó en la charca de La Rivilla sino en una que tenían en una finca propia más próxima a Santa Bárbara.
Luisa Martín tiene 94 años y una enorme vitalidad, también lavó y lo hizo muchas veces: “Iba casi todos los días, desde pequeña, con 14 años. El jabón era de una señora a la que iba a ayudar y a llevarle el agua a casa, si se te caía a la charca, se lo tenías que devolver. He tenido 12 hijos y he estado acompañada toda la vida. Rara era la semana que no éramos 18 en casa pero hemos vivido muy felices de un jornal, con ganado y trabajando mucho. No había ayudas de nada ni de nadie”, apostilla.
Como Luisa, Ascensión Sánchez, que tiene 88 años, también trabajó desde joven: “Ya era muy chica, de 9 o 10 años cuando iba a lavar mi madre para gente de fuera. Te daban 2 perras por las sábanas y una por las camisas y los calzoncillos y para que no fuera mi madre iba yo. También llevaba agua a las casas para llenar las tinajas por la mañana y por la tarde para que me dieran la merienda y, si me daban la merienda no me daban la perra”. Una de las cosas en la que coinciden todas y corrobora Ascensión es el frío que se pasaba en invierno al lavar. “Tengo tendinitis de los fríos que pasábamos”, asegura, para añadir: “Teníamos que madrugar para coger sitio al sol de la mañana o al de la tarde y coger una regadera para la ropa”. Dejó de lavar porque a los 12 años se fue a servir a Plasencia con unos familiares del pueblo. También estuvo en Vigo, en Salamanca o la fábrica de curtidos escogiendo lanas con los Olleros. Se casó a los 26 y siguió lavando en la charca hasta que, con 50 años, compraron una lavadora.
Victoria Pérez es la más joven del grupo. Tiene 80 años pero también le tocó lavar y cargar el agua para las tinajas (en aquellos tiempos no había aún agua corriente en las casas). A lavar iba con su madre y recuerda cómo “rompíamos el hielo para lavar” y cómo “teníamos el agua caliente al lado para meter las manos”. Lavaban para tres casas y tenían que ir pronto para que no les quitaran el sitio en el lavadero. Ella también estuvo fuera, había escogido aceitunas en la fábrica de Eusebio González y se fue tres años a Madrid con un familiar y, también, tres años en un taller que se impulsó a través de las monjas. Se casó y le compró una lavadora a su madre para que no volviera a la charca: “Ella lloraba porque no sabía cómo funcionaba pero luego cuando aprendió le llevaba yo la ropa de mis hijos”. Uno de ellos, el pequeño, nació en Alemania porque también emigraron, pero solo estuvieron cinco años allí y regresaron.
Felisa Martín tiene 83 años y regresó a Puerto de Béjar hace algo más de una década después de vivir sesenta años en Madrid. Su madre y su abuela lavaban en la charca y ella iba también para regar la ropa que estaba tendida. Tiene muchos recuerdos de aquella época. Por ejemplo, que los chavales se bañaban en la charca y las mujeres los ahuyentaban a pedradas para que no revolvieran el agua”. Las cincos aprovechan el homenaje para agradecer la iniciativa del Ayuntamiento y de su alcalde, Ángel Miña.