A sus 93 años, Conrado observa la vida detrás de la barrera
Siempre está dispuesto a recibir a cualquiera que pase delante de él y hacer una buena faena utilizando la palabra, su actual muleta

Al entrar en el bar de David estaba Conrado hablando con su amigo Tello, parecían situados detrás de la barrera esperando que entrase por la puerta el toro que le tocaba lidiar. El pasado 28 de octubre cumplió nada menos que 93 años, ya no está para saltar a la plaza, a pesar de lo bien que se conserva, a recibir astados, pero sí que siempre está dispuesto a recibir a cualquiera que pase delante de él y hacer una buena faena utilizando la palabra, su actual muleta. Me acerqué a su mesa para intentar hacer faena.
Muchos fueron los mirobrigenses que le felicitaron por su cumpleaños, rebosaba satisfacción por el cariño que le siguen demostrando sus vecinos con los que lleva ya conviviendo la friolera de 77 años, cuando con tan solo 16 se dejó caer por estas tierras desde su Zamora natal, buscando una oportunidad para ser torero, su máxima aspiración. Decisión, que como más de una vez me ha comentado, le supuso un total distanciamiento de su familia, con la que no ha vuelto a tener contacto desde entonces. Un hermano vive en Bilbao, pero no sabe nada de él, su relación se fue perdiendo, sin haber de por medio motivos aparentemente importantes para cortar los lazos familiares.
A pesar de llevar tantos años viviendo en Ciudad Rodrigo, nadie le ha ofrecido hacerlo hijo adoptivo. Reconoce que le haría ilusión, pero él no piensa salir de su barrera para torear a los políticos en busca de dicho reconocimiento, si llega bienvenido sea. Tiene Conrado una actitud muy distinta de Arturo Regalado, otro mirobrigense de adopción, que falleció sin que se le nombrase hijo adoptivo, algo por lo que luchó con ahínco hasta el último momento. Sigue fiel a sus principios, no le gusta pedir favores, ni acercarse a nadie, prefiere recibir a todo el que se acerca a saludarle o a charlar un rato con él. Confiesa que aquí es muy feliz cuando pasea por las calles y recibe muestras de cariño. Sería bonito que se le concediese ese honor a este hombre enormemente popular en Ciudad Rodrigo y la comarca.
Le pregunto qué suponen los 93 años, me contesta que su vida ha sido un largo camino que ha recorrido feliz, pues a pesar de haber tenido dificultades, él ha sido dueño del camino, caminando siempre libre de ataduras, renunciando a muchos de los peajes de la sociedad de consumo, llevándole a vivir con humildad, con austeridad y mucha dignidad, según él. Es enormemente feliz en la furgoneta que le ha dejado la familia Carranchas, no necesita más.
A raíz de la caída que tuvo este año, que le dejó un tanto tullido, reconoce lo bien que se portaron con él los servicios sociales y el personal del centro de salud. Las residencias de mayores son para él el lado oscuro del camino, que de momento prefiere tener aparcadas y seguir siendo un pájaro libre. Impresiona tener a Conrado hablando delante de ti, pues se expresa con gran corrección y sobre todo convicción, el principal motor para ser feliz en sus condiciones de vida, nada convencionales para la mayoría de nosotros.
Hablamos de muchas cosas, del campo, de la naturaleza, de su ciudad, la religión, cómo no de los toros.
Respetuoso con la religión, reconoce que no es practicante, pero le sorprendió muy gratamente lo humano y cercano que era el obispo Raúl Berzosa. En un encuentro que tuvo con él, lo puso de ejemplo por su forma de vida, diciéndole una frase que me repite con su enorme sonrisa un tanto pícara: “Las puertas del reino de los cielos están abiertas para Conrado”, que provoca cierto revuelo entre que intervienen en el encuentro.
Me comenta que en su largo caminar, ha visto grandes cambios sociales, repite una y otra vez, la devaluación del respeto. También conoce a personas que han cambiado desde que las conoció hace años. Él achaca que a veces el entorno ejerce enorme presión a las personas, condicionándole su manera de comportarse cuando está en grupo, nada que ver cuando coincide con él de forma individual. Me lo explica muy gráficamente con una persona con bastante proyección pública. Para él sigue siendo la persona desprovista de cargos, el mayor tesoro.
Terminamos la conversación hablando de toros, un mundo al que le ve un futuro un tanto difuso, por una parte porque los jóvenes no están por la labor de sacrificarse para llegar a ser torero y por otro porque se ha perdido bastante tolerancia. Le comento que mi amigo Felipe dice que por qué no bajaba la muleta ni toreaba de frente. Su sonrisa pícara lo dice todo, parece que estuviera esperando la pregunta. “ Era imposible teniendo en cuenta los toros que metían en las plazas, cómo los llamaban de todos los lados,...”, “...yo era consciente de que con mi toreo nadie me llamaría para contratarme, pero era feliz con el público que me adoraba”.
Y efectivamente no lo llamaron, en cambio sí lo consiguió Ricardo Ruiz “El Temerario”, con el que compartió capeas por el Campo Charro, ahora convertido en ermitaño en su Quinta de Valicobo. Se emociona al decirle que me preguntó por él no hace mucho, cuando lo conocí.
Ha metido en su hatillo un año más, para él ha sido uno más, viendo pasar la vida desde la barrera, algo impensable para él que el ruedo ha sido el espacio donde más ha disfrutado. Hoy la conversación es su gran faena, da gusto charlar con él, cambiar de tercio, rematar la faena. Cuando me despido compruebo cómo observa desde la barrera todos los movimientos de los que entran y salen del bar, lo saludan, lo despiden. Sin que se note, se levanta para servir un refresco a una de las mujeres que juega a las cartas, otra faceta del lado humano de Conrado.