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Roca Rey durante su actuación en la Maestranza el Domingo de Resurrección
Perdidos

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Artículo de opinión de Javier Lorenzo en el suplemento ‘Toros’ de LA GACETA

Sábado, 15 de abril 2023, 13:43

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Que Sevilla ha perdido parte de su personalidad es más que una evidencia. Le queda su escenario fantástico e inigualable al que no llega ninguno de los que le rodean. La última manifestación, la del pasado Domingo de Resurrección. Que no fue más que una continuidad de lo que viene pasando en los grandes escenarios del toreo después de la pandemia. Una falta de identidad y de personalidad de lo que siempre fueron los grandes escenarios del toreo. Distintos cada uno de ellos entre sí. Hoy el desconcierto es generalizado. Del tipo de toro que identificaba a Sevilla no queda ni rastro.

Antes había un patrón definido, un tipo de toro elegido cuyas hechuras en el campo cantaban su destino: “Un toro de Sevilla”. Y entonces se veía a un animal serio, con unas hechuras armónicas, una cara torera y sin exageraciones pero con el trapío propio de un escenario de máxima relevancia como es el de La Maestranza.

Aquel toro estaba un punto por encima de la seriedad del que se lidiaba un mes antes en las Fallas de Valencia y un punto por debajo del toro-toro que saltaba avanzada la primavera en la feria de San Isidro de Madrid, donde el examen de todos multiplicaba su exigencia. Nada tenía que ver con el exageradamente serio y a veces desproporcionado que corre por las calles de Pamplona y salta al coso de la Misericordia en pleno San Fermín y ni con la seriedad del toro de Bilbao en pleno mes de agosto. Casi ninguna plaza mantiene ese patrón ni tampoco esa personalidad que ya forma parte de la historia.

A Sevilla, ni a la mayoría de las plazas, no solo le sucede eso. Sino que va más allá. Un público desnortado e irreconocible, y unas presidencias que deciden y valoran sin argumentos y una falta de criterio tanto o más preocupante. Reacciones impropias de escenarios de postín. En Sevilla por ejemplo el domingo se aplaudía más a los picadores que levantaban el palo y hacían de la suerte de varas un simulacro antes que los buenos puyazos. A Sevilla le costó cantar la prodigiosa y torera brega de Antonio Chacón al tercero de Roca Rey y eso que siempre tuvo una sensibilidad especial para saborear, captar y cantar esos detalles.

Y Sevilla perdió los papeles concediendo las dos orejas del quinto de Cuvillo a El Juli, por una faena que no llegó a esas cotas del premio y que quedaba reducida aún mucho más por una estocada más que defectuosa. Las dos orejas de Sevilla siempre tuvieron más exigencia y por eso también tenían más valor. El borrón del palco resultó garrafal y sacaba las vergüenzas a la sensatez. Dejó el prestigio de Sevilla por el suelo y a la vez la categoría de su plaza y de un escenario sagrado en el toreo. Un tropelía sin nombre. Ahora con los palos que le caerán querrán subir el nivel y lo pagarán este mismo domingo con los seis toreros modestos que buscan salir del anonimato con la oportunidad de la feria. Entre las dudas y el desconcierto Sevilla navegará en tierra de nadie, añorando tiempos pasados y padeciendo una falta de criterio con la que antes marcaba las diferencias.

A Sevilla solo le queda la magia de su escenario. La pena es que casi nadie ya logre estar a su altura.

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