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Becerros y vaca de la ganadería de Eduardo Martín Cillero. J.L.
Ni una voz

Ni una voz

Artículo de opinión de Javier Lorenzo en el suplemento ‘Toros’ de LA GACETA

Sábado, 13 de febrero 2021, 10:28

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A los ganaderos de bravo ya solo les faltaba que les amordazaran y les maniataran para quedarse aún más indefensos. Ahora, protección y blindaje al lobo mientras ven como sus becerros mueren día sí y día también sin que nadie haga nada. Sí, se protege al que ataca mientras se ignora a las víctimas. Algo que por otra parte no parece nuevo en quien nos gobierna. A los ganaderos nadie les proteja y ni siquiera piensan en ellos. O incluso puede que ni siquiera sepan que existen. Cuando el lobo haya terminada con la cabaña de bravo, por ejemplo, tal vez en el Gobierno se saquen una carta de la manga para proteger al toro de lidia porque está en peligro de extinción. Mientras tanto, no como quien oye llover. Da igual que los ganaderos de bravo lleven más de un año sin ingresar un solo euro en sus cuentas ante la ausencia de festejos y con las camadas de toros en sus cercados y la inversión de varios años condenada a la ruina de un matadero. Nadie les ayuda y, sin embargo, ahí siguen demostrando el más puro animalismo y el más sincero compromiso con sus reses. La hostelería, tan dañada, tan perjudicada y también tan olvidada por las administraciones, está todos los días en los medios (y muy bien que hacen con argumentos más que sobrados) reivindicando las ayudas y clamando contra las restricciones tras un año catastrófico. Una situación crítica, como crítica es la de los ganaderos, que lejos de llevar un año en blanco y en ruina, además suman su inversión en animales de un mínimo de otros cinco años a rastras, que es mucho más, y siquiera sin saber qué va a ser de ellos como mínimo en el próximo lustro. Igual que no dejan abrir los bares, las plazas de toros también llevan más de un año cerradas. No he visto a ningún ganadero en ningún medio poniendo el grito en el cielo.

Y sin que nadie vele por ellos. Otra más a sus espaldas que se une a un año más que cruel que lejos de haber terminado aún no se prevé su fin. Ahora, además tienen que asumir la protección del lobo en otra muestra más de la ignorancia de quien gobierna y dirige el campo sin conocerlo y sin pisarlo. Sin saber levantar un portillo ni tensar una alambrada, sin saber lo que es dejarse la vida para que no le falte el agua o la comida a un animal y sin haber visto jamás salir el sol a la vera de una encina. Políticos de despachos urbanitas que imponen las normas del campo y deben de llegar a pensar que los filetes de ternera son fruto de las cámaras frigoríficas del Mercadona. O los huevos. Aunque para huevos, los suyos por tratar de aprobar normas desde el más absoluto desconocimiento. Los ganaderos deberían de plantarse en Madrid, en cualquiera de los ministerios, porque todos desgobiernan igual, y empapelarle las paredes de sus flamantes despachos con las fotos de sus animales muertos a manos del depredador que protegen. “Esto hace el lobo...” como dijo Capea en cuatro palabras pobladas de argumentos que dan pie a una estremecedora imagen de unos de sus becerros devorados. Al que blindan sin saber que es capaz de acabar con otras especies que desconocen, pero que dan vida a ese mundo rural que les importa un bledo, entre otras cosas porque no lo ignoran. Y lo más triste, ni siquiera saben que en él también hay vida. Y bastante más honrada.

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