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“Desde la silla de ruedas digo que lo más bonito que he hecho en esta vida es haber intentado ser torero”. Julio Robles no guardó jamás rencor al toro, le dio gracias, pese a que Timador, el astado de Cayetano Muñoz que se le cruzara en Béziers y lo postrara en una silla de ruedas en sus diez últimos años (1990-2001).
Aquellas palabras las pronunció el maestro, rodeado de El Viti y Capea, cuando le entregaron la Medalla de Oro de Salamanca (1992). Entre lágrimas y emocionado, Leopoldo Sánchez Gil las recuperó tras glosar a un torero genial, que en la noche de este viernes volvió a cobrar vida en la conferencia pronunciada en el Casino de Salamanca que sirvió de antesala a la ofrenda floral de hoy en La Glorieta, cuando se cumplen 22 años de la muerte del maestro.
Con la pasión que le caracteriza, como testigo directo de la carrera de manera íntegra de Robles, una memoria prodigiosa y una brillante retórica Leopoldo Sánchez Gil desgranó de manera magistral la trayectoria del maestro. Sus inicios, su llegada siendo un niño a Salamanca, en Ahigal y La Fuente, las casi dos décadas en activo tras la alternativa, para acabar retratando su tauromaquia y la transformación del hombre, más humano y cercano, tras el percance.
Ya estaba en el duro trono al que le condenó el toro pero que le llevó a convertirse en “el mejor embajador del toreo”, según Sánchez Gil: “No vi jamás una persona que hiciera más por la tauromaquia que Robles”, apostilló.
La carrera la estructuró en tres etapas a partir de la alternativa: la fabulosa explosión tras doctorarse, con triunfos incontestables en los tres primeros meses; una segunda en la que cruzó un bache profundo del que no salió hasta que en 1978 cuajó al toro de Lázaro Soria en las Ventas; y una tercera, a partir de 1983, cuando desorejó a Cigarro, al Cigarro de Puerto de San Lorenzo, que le abrió la primera de las tres puertas grandes de Madrid que gozaría en los 80. “Su toreo ahí ya solo estaba a la altura de los privilegiados”, afirmó Leopoldo Sánchez Gil, que hizo una sabrosa radiografía de aquellas dos gloriosas décadas destacando la apoteósis de su paso por La Glorieta, espoleado por su efervescente rivalidad con Capea; el gran culpable de que en Julio brotara su mejor versión: “Ahí era imbatible”, remachó Leopoldo Sánchez Gil, que desembocó en la nostalgia del recuerdo y las anécdotas.
De la pasión y energía de los hitos a las lágrimas de la emoción por el torero, el ídolo, el amigo desaparecido, que abrochó con una mirada al cielo: “Por tí, por siempre, Julio Robles”, con el que se rompió antes de que una atronadora e imparable ovación se adueñara de todos
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