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E L apoderado de Talavante ha aireado un reto de Alejandro: torear de noche y desnudo en Nimes. Un atrevimiento más que parece una osadía en las excentricidades de un torero que se ha ido diluyendo en los últimos años entre retiradas, dudas y desidias. Las ideas del otrora genial coleta se convierten en explosivas en manos de Simón, no solo el encargado de gestionar su carrera sino empresario también de no pocos cosos de España y Francia. En Nimes cabe casi todo... Es la plaza de los acontecimientos, dice su empresario. Los sueños de Talavante van siempre más allá de los tópicos habituales que invaden al resto. Talavante era capaz de lo mejor y lo peor. Lo primero siempre compensaba lo segundo. Ahora ya no tanto. Es un torero anímicamente inestable y esa inestabilidad, qué duda cabe, la refleja en el ruedo. Fue un torero genial y ya hace demasiado tiempo que no lo es. Fue capaz de ilusionar y ahora ya lo hace menos. La falta de argumentos en sus últimas campañas le han dejado lejos de aquel diestro distinto que marcaba las diferencias . Y sus rarezas le han dejado ahí, en un personaje atípico al que le hace falta ya no solo un triunfo rotundo en un escenario de categoría sino una temporada completa que le lleve a recuperar la categoría que tuvo su toreo, casi juvenil, cuando despuntaba en manos del inolvidable Antonio Corbacho. Entonces por su ilusión, e incluso después por sus alicientes, hacía que fuera un torero que despertaba el interés para hacer kilómetros y verle torear. Pero ya no tanto, se ha convertido en uno más, acomodado en la elite bajo el amparo de un sistema caduco e injusto, del que en su día renegó, en el que no siempre torea el que más triunfa sino el que tiene el apoderado más poderoso. Simón Casas, con un pupilo en horas bajas que mantiene su status más por sus recuerdos que por sus triunfos recientes, ha sacado del baul la ilusión de un espada casi imberbe que ya usó ese reclamo de torear desnudo —en el campo entonces— para anunciar su temporada de 2016. Ahora vuelve a desvelar sus inquietudes, pero qué duda cabe que, más que en bolas, a Talavante ilusiona más verlo vestido de luces y pasándose los toros cerca. Como antes. Como aquel natural del Sevilla.
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