Ismael Martín: «Me obsesiona cortar un rabo en La Glorieta»
Con una veintena de corridas de toros, entre España y Perú, cerró su primera temporada completa como matador de toros. Una tarde le sirvió para confirmar su alternativa en Las Ventas por San Isidro; y dos, ambas coronadas por la puerta grande, para alzarse por segundo año consecutivo como triunfador de la Feria de Salamanca
La pequeña figura de Ismael Martín se agiganta bajo las esculturas de los tres colosos charros, cuya leyenda luce orgullosa en los jardines de La Glorieta. Son parte del patrimonio del toreo, esa identidad de Salamanca que también tiene este joven suizo de Cantalpino (Zúrich, 27 de agosto de 2003) que tiene aún toda su historia por escribir. Cuando era un diminuto becerrista cortó un rabo en esta plaza, de novillero con picadores tres orejas y en las dos últimas ferias salió lanzado triunfador de la Feria y con una legión de seguidores ya con el título de matador de toros tras una reciente alternativa que apenas cumple año y medio (Burgos, 29 de junio de 2024). El carisma, el desparpajo y la fluidez con la que le sale todo en el ruedo lo traslada a la entrevista. No es locuaz pero sí buen conversador, habla con naturalidad y transmite frescura. Con soltura pero sin descaro. Tiene el tono alto, limpio y claro y eso también es reflejo de la personalidad que le distingue y que tan pronto en su carrera ha cautivado al pueblo para convertirse en un nuevo referente. Gana seguidores en cada aparición y es capaz de cautivarlos con una facilidad que parece innata. Tiene el don de los toreros populares porque es capaz de transmitir e incluso contagiar esa felicidad irremediable que le produce torear. Y ahí tiene mucho ganado. No duda en plantarle cara a Marco Pérez, que ahora mismo es el gallo del corral del toreo charro; y él va a su caza. Con Marco compartió su etapa en la Escuela taurina. Hace once años y poco más de un mes (12 de septiembre de 2014) que Ismael Martín, recién cumplidos los 11, y Marco Pérez, sin haber llegado aún a los 7, coincidían en el patio de cuadrillas de La Glorieta en la previa de un tentadero memorable. Luego, sus carreras apenas se encontraron hasta que Morante los juntó en la Feria para lanzar la nueva hornada del toreo salmantino. Al reclamo y al amparo del maestro los dos la pusieron en ebullición la pasada abono que marca un nuevo punto de partida de lo que está por llegar... Lejos de Salamanca, de momento en 2025 Ismael ya confirmó su alternativa en San Isidro, se estrenó como torero en América, cerró su primera campaña completa como matador de alternativa con 28 paseíllos (siete festivales, once corridas de toros en España, nueve en Perú y una en Las Azores), y tiene mucho que contar.
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¿Esperaba más o fue más rápido de lo que pensó?
—Hoy a un torero joven lo hacen adelantar sus pasos muy rápido. Hay que evolucionar y crecer casi en cuestión de segundos. Voy dando pasos pequeños y grandes a la vez. Era el momento de la confirmación para darme a conocer y para que las empresas vieran quién es Ismael Martín.
¿Cómo recuerda esa tarde de Madrid?
—Iba muy responsabilizado y presionado porque era la primera del año. Y en ese escenario. Las expectativas eran muy altas; luego la corrida no sirvió, se paró, aunque pude dar una dimensión buena con un solo toro, porque el segundo se echó y no lo pude ni matar. Espero volver pronto.
Y casi de inmediato a Perú... otra aventura, ¿encontró lo que buscaba o le sorprendió?
—Iba a ciegas. Me imaginaba una buena afición, pero fue más. Muy cariñosa, con tremendas ganas de que salga todo bien. Me impresionó. En cualquier pueblo del Perú te encuentras una plaza de obra para 15.000 personas y se llena hasta la bandera.
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Hay toreros a los que no les sientan bien esos viajes a la América en plena campaña en España.
—A mí al contrario, pude acabar el año entre España y Perú con una veintena de corridas de toros. Respecto a lo que dices es evidente que allí el toro cambia: vive y se cría a nivel del mar, y casi todos los pueblos donde se dan toros están a 2.800, 3.000, 4.000 metros de altitud y lo acusan. Duran menos, tiene menos poder, se nota en la fuerza y la humillación. Me ayudó mucho que en el primer viaje tuve la suerte de ir con el maestro Fandi y fue quien me dijo que allí había que cambiar el chip. No cambió mi forma de torear, pero sí cómo gestionar y medir a los toros. Ese aprendizaje de allí me sirvió para aplicarlo luego aquí.
Explique más eso...
—Me sirvió para saber administrar mejor las tandas, para darle los tiempos, aplicar las alturas, todo eso lo aprendí allí. Si no hubiera tenido ese consejo me hubiera atascado. En Perú cuando te quieres asentar con un toro de verdad, te dura apenas un cuarto de muletazo. Hay que saberlo tratar, ir poco a poco armando la faena y es lo que me ayudó a encontrar ese punto aquí en España.
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A El Fandi tiene que agradecerle mucho más... ¿nota la presión de quien le identifica ya con él?
—Aprender a su lado es único, ni podía imaginar cuando empezaba tener una relación de amistad y profesional con una figura así. Mi evolución se está notando día tras día en parte es gracias a él. Es impagable lo que me enseña y la visibilidad que me da.
Sorprende su regularidad en el triunfo siendo torero tan nuevo, ¿cómo lo consigue?
—Otra frase que me dijo el maestro Fandi que me quedó grabada fue cuando me preguntó qué quería antes, si hacerme rico o intentar torear bien… Yo quiero torear bien, pero primero quiero hacerme rico, solventar la papeleta y que mis padres tengan una mejor calidad de vida. Por eso se han sacrificado tanto por mí, mi padre se tuvo que ir solo a Suiza a trabajar mientras nosotros nos quedábamos aquí para cumplir mi sueño. Entonces el maestro me dijo que lo que tenía que hacer era cortar todos los días las orejas y triunfar. De ahí puede que nazca esa regularidad que busco.
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Y la espada... Hacía mucho que no se veía en Salamanca a un torero con esa contundencia.
—Desde pequeño se me dio bien y la entreno mucho. Le he dado gran importancia a entrar con facilidad y contundencia a la vez para hacer la suerte con pureza. Marco los pasos a mi manera, con mi personalidad y más o menos voy a decir que aprendí de forma autodidacta. En la Escuela te dicen cómo hacer los pasos pero luego la colocación del brazo, cómo dar de rápido los pasos, cómo entrar tú con el cuerpo. Por mi cuerpo pequeño he tenido que ir amoldándome a mi manera. En Valladolid pinché un toro y me fastidió mucho porque hubiera salido a hombros...
¿Qué tarde le puso los pies en el suelo?
—Esa de Valladolid, que no salió como esperábamos. Venía de Salamanca y de triunfos seguidos y pensaba que iba a ser así. Y fue una llamada de atención. Como una bofetada a mí mismo. Y fue por la espada. Esa noche me fui a mi casa del pueblo y me tiré hasta las doce y media tirándome a matar una y otra vez. Aún tengo la marca de la ampolla en la mano. Me obsesiono con el fallo, pero en la suerte suprema sobre todo, toreando puedo fallar, pero matar mal no me lo puedo permitir.
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¿Cuál fue la mejor faena del año?
—No por ser Salamanca, a lo mejor no fue la más redonda, pero me quedo con el cariño de la gente, con las dos, pero un poco más con la que sustituí al maestro Manzanares. Noté tanto cariño desde por la mañana, con el maestro Morante, el paseíllo y como toda la gente se volcó. Fue muy especial. A mi primero lo pude torear a placer. Puede ser una de las faenas que más recuerdo.
¿Más que la de los naturales al Vellosino?
—¡Hombre! Me quedo con los naturales de Vellosino, por eso te decía que era difícil, pero por el conjunto, con la segunda. Artística y profesionalmente me quedo con el toro de Vellosino, que puso ser de los mejores naturales que haya pegado en la temporada y más despacio en mi vida. Y ver a ese pedazo de toro ponerse a caminar tan lento y tener el tacto de poderle coger el aire a esa velocidad para mí fue impresionante.
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Lo que llama la atención es el carisma y la manera que llega al público, ¿cómo se logra eso?
—A mí lo que me impresiona es como llego de responsabilizado a Salamanca. Es pisar el patio de cuadrillas, me olvido de todo y me quedo en blanco. Todo lo que me sale en la cara del toro es pura improvisación. Y eso llega. Cuando tú te entregas tanto, llega al tendido. Creo que Salamanca es lo que me reconoce. Esa improvisación me encanta porque Salamanca me arropa y me dice Aquí estamos para apoyarte. Es un privilegio.
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A los toreros banderilleros se les encasillaba ahí, pero casi siempre se les acusó de bajar mucho con la muleta. ¿Le da miedo eso?
—Sí, pero por eso trabajo en mejorar la estética y el trazo del muletazo para hacerlo más largo y puro. Que el aficionado vea que también sé torear.
¿En qué siente esa evolución?
—En todo. En la variedad, sobre todo en la mano izquierda me noto que he mejorado y en la derecha que ya no soy tan torpe. Poco a poco voy sabiendo torear con la derecha, antes me costaba más.
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¿Existe rivalidad verdadera con Marco Pérez?
—¡Claro! Fuera de la plaza nos llevamos bien pero dentro cada uno va a su guerra y como me dicen los maestros en la plaza, si puedo te piso el dedo gordo del pie. A Salamanca creo que le vino bien la sustitución de la Feria y la rivalidad se vio en la plaza desde el paseíllo, que nos confundimos. Como solemos ir en el medio los dos, porque somos los más jóvenes, los dos fuimos a ese lugar y a mí me tocó apartarme a la derecha. Luego él se confundió e hizo medio paseíllo desmonterado cuando ya había toreado en Salamanca en junio.
¿A esos despistes os lleva la inocencia o que de verdad os ponéis nerviosos mutuamente?
—Fueron anécdotas pero los nervios se notan ya en el paseíllo, en las miradas. Al fin y al cabo es rivalidad. Es rivalidad sana, gracias a Dios.
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Déjese en paz de rivalidad sana, imagino que le fastidia que él esté por delante, en todas las ferias y toreando más que usted...
—(Risas) Ahí tengo los gatitos gruñendo en la barriga, pero es delante del toro donde tienen que salir. Es donde tengo que demostrar que quiero esa posición. Lo tengo claro y el día que compitamos en una plaza quiero esa rivalidad.
Marco aceptó el reto aquí de un mano a mano en la Feria 2026, ¿usted no se asustará?
—¿Asustarme? ¿Dónde tengo que firmar? Y si es con ganaderías de aquí, mejor. Me siento a hablar con quien sea para que sea realidad. Qué bonito sería esa rivalidad y se dividiera la ciudad en partidarios de uno y otro. Para Salamanca sería precioso y que se hablara de toros en la calle.
¿Cómo se le puede convencer a la empresa de Salamanca para que se lance con algo así?
—Tras la puerta grande y los triunfos de los dos en esta Feria lo tiene fácil... Se lo soltamos aquí en LA GACETA como que no quiere la cosa... No es ningún disparate. Creo que la gente iría a la plaza, pero que se den cuenta de que hay toreros en Salamanca y que hay un gran ambiente.
Lo que se ha producido ya es un cambio de generación en el toreo charro y ahora Marco Pérez e Ismael Martín —con otros ligeramente más veteranos a los que no hay que dar aún por perdidos— están al frente. ¿Pesa asumir ese reto?
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—Mucho. Me imagino que a Marco más porque está toreando más. Llevar Salamanca como bandera responsabiliza porque me gusta estar a la altura de lo que han sido los toreros de esta tierra. Se que es muy difícil, lo veo inalcanzable, pero poco a poco vamos a ir dando la cara y creciendo para intentar estar a esa altura. Me propuse rivalizar con quien me pusieran y conmigo mismo...
(Le interrumpo) Eso suena regular. Competir con uno mismo queda educado, pero los que le quitan los contratos y los dineros son los compañeros que torean por usted.
—Yo rivalizo con quien sea, pero también conmigo para demostrar al aficionado que el año pasado no fui triunfador de casualidad. Lo quería reafirmar este año y no podía cortar menos de las tres orejas. Entonces me propuse por cabezonería que este año debía cortar un rabo y me quedó esa espina clavada con Salamanca. Lo tengo como becerrista y no pararé hasta lograrlo.
Ese trono en La Glorieta es de Morante...
—Se que es muy difícil, pero lo voy a intentar. Es mi próxima meta. Volver a mi niñez, conectar con la gente pero que también se vea una faena tan grande que la gente lo valore como algo grande.
¿Cómo vivió la retirada del maestro?
—Estaba justo toreando en Zaragoza, no me lo esperaba. Nadie lo esperaba en el momento en el que estaba. Lo respeto, pero lo vamos a echar de menos. Le estaré eternamente agradecido. El año pasado en Salamanca toreé gracias a él aunque luego no pudo estar. Este año en Toro volví a estar anunciado y por la cornada él tampoco pudo. Este año, de rebote, tras la baja de Manzanares; fue el maestro Morante quien me pidió tras las tres primeras orejas de la Feria. Por esto fue el brindis de agradecimiento a tanto.
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¿Y cómo es de cerca y en el ruedo el maestro?
—Lo imaginaba frío, distante... Y es todo lo contrario. Cuando le di las gracias por decir a la empresa que fuera yo quien sustituyera a Manzanares me dijo: «Es de ley, no me debes nada». Durante toda la tarde estuvo pendiente de todo. «¿Cómo van esos nervios?», me preguntaba. Estuvo todo el rato pendiente, de Marco y de mí. Me impactó tanto que en Zaragoza, vestido de torero, cuando me dijeron que se retiraba, estaba con mi apoderado y le digo ¿por qué estoy llorando? Tenía las lágrimas en los ojos. Me emocioné. Cuando una figura te ha ayudado tanto; cuando un Dios como él ayuda a un chaval que empieza y no lo conoce nadie, es de admirar. Es un derroche de generosidad.
Tras confirmar en Madrid y matar un auténtico corridón de toros de Gavira en Zaragoza, entiendo que para el año que viene no habrá filtros y afrontará los retos y plazas que vengan.
—No tengo ningún filtro; pero eso se lo dejo en manos de mis apoderados. Sí me gustaría volver a Madrid... Ahora que se ha retirado el maestro Morante habrá algún puesto más... (bromea) Sé que es difícil, pero ahí estaré si llega y en el resto de plazas que lleguen hay que dar golpes en la mesa cada día para hacerse notar y las puertas que no se abran, tratar de derribarlas como sea.
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