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Entró en escena con el paso lento que solo da la experiencia y lozana veteranía. Rejuvenecida desde la atalaya de su sabiduría con los tirabuzones de una cabellera blanca resplandeciente. Como la de los toros que crió con más esmero que nadie. La chaqueta negra y pantalón del mismo color guardaban el respeto a su tío Manolo Sánchez-Cobaleda, al que quiso como un padre y del que tanto aprendió, y de su difunto marido, el genial e inolvidable José Manuel Sánchez. Y le daba una elegancia innata. El contraste fue una camisa de chorreras amarilla que asomaba por las mangas y acaparaba la atención del pecho. Los quince pasos que dio hasta llegar al centro de la escena sirvieron para que el abarrotado auditorio se pusiera en pie y le tributara una de esas ovaciones que se clavan en alma. En la suya seguro que también. Con una media sonrisa en la cara por la satisfacción desbordada de tanto cariño, alzó la mano y se la puso en el corazón que entregó una vez más sin reservas. Como hizo siempre en su vida y con sus gentes. En la solapa izquierda, el alamar de un traje de luces identificaba su orgullosa pasión por el toreo.
Pilar Majeroni Sánchez-Cobaleda recibió un inmenso y merecido homenaje, conducido con maestría por Ana Hernández, y tributado por la gente del toro de Salamanca, encabezada por una terna de toreros en el retiro: Andrés Sánchez, López Chaves y Juan Diego, que la acompañaron en el escenario junto a Fernando Fernández Román, que viajó por sus recuerdos al lado de esta familia y puso en valor la importancia que ha tenido en la tauromaquia e historia del Campo Charro. En él es, y será ya para los restos, una indudable seña de su secular identidad. Una vida dedicada al toro, más que en una labor, en una pasión desmedida y contagiosa que tomó de su abuelo Arturo Sánchez-Cobaleda y aprendió de su tío Manolo, al que quiso como a un padre: «Esto es demasiado para mí», repitió en sus intervenciones, y al final desveló el motivo por el que lo aceptó: «Mi tío Manolo era tímido y se habló poco de él para lo mucho que mereció, estuvo a la altura de los grandes del Campo Charro... Yo le quise con mi corazón y mi alma. Por eso y en recuerdo a él he aceptado ese homenaje», apuntó una mujer con una personalidad única, distinguida, apasionada y distinta. Como lo fueron sus toros, los inolvidables patas blancas. Con el desparpajo de decir lo que siente, con la ironía y gracejo natural, dejó su impronta y esencia una ganadera de leyenda.
“La tauromaquia está viva, cambia con el público: el mejor ganadero es el que antes se adapta a los gustos del momento”.
“Mi madre fue la que me educó pero yo empecé a ir a los tentaderos y aprender todo con mi tío Manolo con solo 8 años”.
“Los ganaderos antiguos tenían la ganadería como un hijo y la defendían a capa y espada. Y eso mi marido lo defendió como ninguno”.
“Cada encaste debe tener un toro acorde a su tamaño. Sin tablilla del peso y hay que buscar la casta y la bondad en el toro bravo”.
“La clave del toreo es pasarse el toro despacio. Lo difícil es torear despacio, que el lance o el muletazo dure muchas horas...”.
“Manolo Sánchez Cobaleda estuvo a la altura de los grandes del Campo Charro, era tímido y se habló poco de él para lo que mereció”.
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