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Daniel María en el burladero.
Un torero de palabra que se retira tras más de 600 paseíllos

Un torero de palabra que se retira tras más de 600 paseíllos

Daniel María dijo adiós a los ruedos en silencio casi cuatro décadas después de sus inicios

Domingo, 25 de octubre 2020, 11:43

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El pelo blanco de su cabeza podría ser un reflejo de la plata de su vestido de torear. O del paso del tiempo, de los miedos, los fracasos y los triunfos, que de todo hubo, en una trayectoria de casi cuatro décadas entregada al toro. Este año, que era el último, y lo es pese a la pandemia que arruinó la campaña, iba a sumar uno más al cuarto de siglo que acumula desde que decidió hacerse subalterno para seguir viviendo y sintiendo en torero. Siendo un niño se vino de Bilbao para iniciar su aventura, después de que en los aledaños del antiguo Bocho diera los primeros pasos en una ciudad en la que era más fácil ser futbolista que torero. Allí encontró el primer refugio en Matías González, el actual y veterano presidente de Vista Alegre, que también intentó ser torero y de quien eran los primeros trastos que tuvo en sus manos Daniel María, el torero de Rodasviejas. Cuna de buenos picadores, sin embargo él quiso torear pero sin el amparo del caballo ni la defensa de vara. Pese a su nacimiento bilbaíno en esta finca salmantina de Aldehuela de la Bóveda vivió y sintió de niño el toreo, quien con la quincena cumplida se metió de lleno en su sueño. Dio los primeros pasos en la desaparecida escuela de La Capea, en el barrio de Tejares, luego se fue a la de la Diputación cuando se estrenó mediados los 80, debutó con picadores y en 1994 decidió cambiar el oro por la plata. El domingo 18 en Alba de Tormes hizo su último paseíllo. Si no se celebran antes del próximo enero las novilladas finales de Destino La Glorieta, que tenía apalabradas, la de Alba de Tormes del pasado domingo habrá sido la última de su carrera. Allí se enfundó por última vez el terno celeste y plata con el que dijo adiós en silencio. Sólo los íntimos lo sabían y él no quiso ceremonias de despedida pisando el albero. Reconoce que, cuando volvía a casa con el vestido de luces ya en una maleta que no se volverá a abrir, alguna lágrima sí se le acomodó en la mejilla.

–¿El adiós fue como quería? ¿Por qué no se cortó la coleta?

–Es el que me ha tocado. Sabía que me iba a ir en silencio. Y así fue. Ese día me llamó mucha gente. Y todo fue normal, sin nada extraordinario. Cuando me quité el traje de luces llamé a mi padre, a mi mujer. Ha sido así, no hay que darle más vueltas. El domingo salí de mi casa y volví como cualquier otro día cuando regresaba de torear. Al final no me corté la coleta, lo podía haber hecho con cualquiera de los compañeros, a los que respeto y admiro, pero me hubiera gustado que me la quitaran mis hijos, que no pudieron ir por el coronavirus, o si hubieran estado Javier Castaño, Damián o Rafael de Julia que hubieran sido ellos, pero no dándose el caso... Tampoco me importa quedarme con la castañeta puesta, yo seré torero toda mi vida y si no duermo con ella es porque me hace daño.

–Si mira para atrás, ¿qué ve?

–Un camino largo y bonito. Aunque suene a tópico, estoy agradecido, no me voy resentido. Sé que he llegado hasta donde he podido, puede que por mi forma de ser me haya conformado con lo que había. Pero estoy orgulloso de cómo ha sido mi carrera y de lo que logré. Si me llevo el respeto de mis compañeros lo doy todo por bien empleado.

–¿Cómo fue esa última tarde?

–Un poco igual que mi vida. Sin hacer ruido. No lo he hecho nunca. Interiormente sí fue más distinto, una mezcla de sensaciones. Me quito porque me ha llegado la hora de jubilarme y estoy deseándolo por la delicada situación en la que está el toreo, aunque sé que le dejo la papeleta a los demás; por otro lado el toreo es mi vida... No tengo un recuerdo que no sea toreando, preparándome, yendo o viniendo de torear, entrenando, pasando miedo. En cierto modo, no quiero que me cambie, porque voy a seguir entrenando, acompañando al campo y a la plaza a Javier y a Damián Castaño.

–¿Cómo era en sus inicios?

–A mí las florituras no me gustaban. Me costaba mucho transmitir a la gente con mi forma de ser, pero luego sí lo hacía con la muleta. No con aspavientos, mirar a la gente y todas esas cosas. Siempre he sido tímido, vergonzoso y he tenido mucho sentido del ridículo. No se si llegué a lograr lo que buscaba... Me ha gustado siempre el toreo clásico, engancharlo no muy adelante para no descomponer el cuerpo, meter los riñones y que el toro pasara muy cerca.

–¿Qué recuerdos tiene de aquella ya lejana época de novillero?

–Muy bonitos. Éramos aún sin caballos, íbamos por la calle y ya nos conocía la gente. Luego, ya empezó la Escuela, se celebraban las nocturnas en La Glorieta y se empezó a mover más. En mi época estaban ya Julio Norte, Joselito Muñoz, José Luis Ramos y, por otro estábamos Mario Herrero, José Ángel, El Rubio y yo. Luego por detrás llegaban Domingo Siro, Nacho Matilla... Yo no tuve la necesidad de hacer mucha tapia, al estar en Rodasviejas lo tenía ahí y si no todo cerca, Clairac, Javier Pérez Tabernero, Antonio Pérez... en 50, 60 kilómetros a la redonda hacía los inviernos sin parar. Y tentábamos con cualquiera, ahora, tientan las figuras y no se entera nadie. Yo recuerdo tentar pronto con Robles, Roberto Domínguez... Como mis tíos eran picadores, con los que toreaban iba yo a tentar. Recuerdo tentar mucho con Raúl Aranda. Luego, toreé más fuera que aquí en Salamanca. Los toreros con los que iban mis tíos me hacían muchos festejos, por ejemplo Luis Cancela, en la zona de Madrid me ponía él y muy bien. Entonces podía ganar 200.000 pesetas cuando el sueldo de un banderillero eran 18.000. Se veía color y alegría.

–¿Y con caballos?

–Ahí ya entró Paco Pallarés. No toreé mucho, entonces ya empezaba la época de los cambios... Yo sin caballos ganaba dinero y ahora, en esa nueva etapa no quería ni concebía que torear me costara dinero, ni a mí ni a los míos. Pero recuerdo que fue bonito también por la pelea que llevábamos, entrábamos en los carteles si lo hacíamos bien. Hacer una novillada costaba mucho y se valoraba cuando lo conseguías. Ahora, hasta que no salen de la Escuela, no se dan cuenta de lo que cuesta, saben que si están mejor le dan 10 y si están peor le dan 5, pero todos torean. Recuerdo estar presente en muchas conversaciones cuando se buscaban los contratos y te dabas cuenta de lo difícil que era.

–Una vez que decide abandonar y buscar otro camino, lo más fácil parece que hubiera sido hacerse picador, sin embargo se hace banderillero, ¿por qué?

–Fue a raíz de un percance que tuve en Fuentesaúco, donde un toro me partió la clavícula. Podía haber sido picador, con los festejos que juntaban mis tíos podía hacer una temporada. Y por las necesidades del momento. Entonces para andar con el capote tenía oficio. Y sabía que tras la decisión podía empezar de inmediato. Con las banderillas me costaba más, pero le fui cogiendo el sitio. El primer año completo toreé con el rejoneador José Andrés Montero y toreamos 45 corridas de rejones. Luego, con José Luis Barrero toreaba y entrenaba, su padre me enseñó mucho. Si me hubiera hecho picador, mis tíos no me hubieran dejado hasta que estuviera preparado, y como mínimo hubiera pasado un año en blanco. Yo no quería parar.

–Y ahora, ¿considera que fue una decisión acertada?

–Sí, no me arrepiento de nada.

–Una vez que se abandona el sueño del oro para ser matador de toros y uno se convierte banderillero, ¿el torero deja de tener sueños y convierte el toreo en un trabajo o mantiene la ilusión para seguir cumpliendo nuevas metas?

–Entonces, como hoy, me metía en la cama y seguía soñando con pegar veinte muletazos buenos a un toro. El entrenamiento era igual y, aquí todo lo tienes que hacer con ilusión. Si conviertes el toreo en un oficio rutinario como el que hace piezas en una fábrica tienes corto recorrido. Esto del toreo es otra cosa, es visceral, tiene que ilusionarte, sentirlo. Así es como yo era como torero. Aquí no se puede vivir sin ilusión. Si te da igual todo, malo. Cuando no te importa que te enganche un toro el capote en la brega es que no tienes ilusión, como si vas a un sorteo y te da igual que te toque un toro u otro.

–¿En qué cambió el toreo que ahora deja de banderillero al que encontró cuando empezaba?

–En el trato de los toreros. Entonces, la educación, el respeto... era diferente. Éramos más respetuosos. Recuerdo, al principio de todo, toreamos en Santibáñez el Alto e hice lo que hacen ahora todos, y no decimos nada. Me fui con la cuadrilla, pero luego como a estos festejos va tu padre, tus tíos, me vine con ellos. Al día siguiente, cuando me cogió la cuadrilla, me dieron la de Dios. Y ahí aprendí que cuando vas a los sitios te vuelves con quien has ido, salga bien o mal. Se vuelve con el que se va. Y por norma se viaja con la cuadrilla. Para nosotros un banderillero veterano lo que te dijeran iba a misa. Hoy te contestan. Si, sin ser nadie, se bajan del coche mandando callar a su padre, ¿cómo te van a hacer caso a ti después?

–¿Le ve futuro a la profesión?

–Lo veo difícil por la sociedad, hay muchos frentes abiertos y creo que no nos sabemos valorar ni defender. Toreo va a haber, estoy seguro. Ahora mismo pese a todo, hay un chaval rodeado de amigos, jugando el fútbol, a la Play, y de repente los deja porque se tiene que ir a entrenar. Hay muchos chavales que quien ser toreros. Pero es cierto que, como no se haga algo importante, el toreo se va a quedar para las ferias y en los pueblos reducido a las calles, a las clases prácticas... El toreo es una profesión muy bonita y muy dura, aunque más duro es poner ladrillos a 2 grados bajo cero en la calle en pleno invierno. Está claro que como mejor se vive es de torero. Ahora, no lo veo un medio de vida.

–¿Cuál fue la principal virtud que tuvo como subalterno?

–Si en algo he sido mejor, ha sido con el capote. Recuerdo un día en Zaragoza con Castaño, en Madrid alguna tarde con Rafael de Julia. He sido más regular que de tardes concretas.

–¿Quién fueron sus maestros?

–Me gustaba mucho Juan Montiel con el capote, Martín Recio por su pundonor, tuve la suerte de ser su compañero con Rui y me enseñó mucho. Me gustaba ver lo bueno de cada uno.

–Y de sus toreros, ¿a cuál vio torear mejor?

–A Rafael de Julia... pero es que Javier Castaño le he visto arrimarse como a muy pocos; y luego de Damián me gustan muchos sus formas.

–¿Cuáles son las claves para ser un buen subalterno?

–La regularidad y el no destacar, como en la mili, tienes que estar en la zona media, pero siempre bien. La colocación en la plaza es imprescindible. Lo que puedas hacer con un capotazo no tienes que hacerlo con tres. Al toro bueno queremos torearle todos, el malo nos empezamos a mirar y nadie va. Pero al bueno hay darle los justos para que sea el matador quien lo aproveche y quien le corte las orejas. Su triunfo es el nuestro.

–¿Cómo se define como torero?

–He sido un romántico, puede que a veces haya sido malo para mí, pero siempre he sido fiel con los míos. Como torero he sido igual que como persona. No he engañado a nadie. He sido cumplidor, nunca me gustó hacer alharacas, ni gestos. Procuré estar siempre bien. Siempre quise no pasarle mis miedos a los demás.

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