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Mario Herrero, en el Museo taurino ante una de las chaquetillas de su padre, Salvador Herrero, una de las leyendas vivas de los varilargueros en Salamanca. LAYA
El adiós de los ruedos de Mario Herrero tras tres décadas como picador

El adiós de los ruedos de Mario Herrero tras tres décadas como picador

Mario Herrero actuó por última vez el 8 de octubre en Las Ventas, donde fue despedido con una atronadora ovación tras un soberbio puyazo, uno de los mejores del año. Nadie sabía que era la última vez que se ajustaba el castoreño y ponía la rúbrica a tres décadas como varilaguergo tras más de 1.500 toros picados

Miércoles, 11 de enero 2023, 10:39

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”Mi vida ha sido un sueño” fue la respuesta de Mario Herrero a la primera pregunta de la entrevista una vez que ha colgado de manera definitiva el castoreño. Ha puesto fin a su carrera como picador donde se convirtió en uno de los referentes de las tres últimas décadas, tiempo que empleó para llegar a picar más de mil quinientas reses en otras tardes de miedos y responsabilidades. Mario Herrero es hijo de Salvador Herrero, una de las leyendas vivas de los varilargueros no solo de esta tierra sino de la historia del toreo. De él bebió y de él aprendió, aunque reconoce que le faltó “todo” para llegar a acercarse solo un poco a la inalcanzable estela su padre. Llegó con antelación a la hora convenida, ahí es de la vieja escuela en la que no caben ni las prisas ni tampoco la impuntualidad. Cuando suena el tararí —en referencia a los clarines y timblaes del paseíllo— todo el mundo tiene que estar preparado en el patio de cuadrillas. Y, como si de una tarde de toros se tratara, aguardaba a la entrada del Museo taurino para hacer el paseíllo de sus recuerdos como picador. Una historia a la que puso fin el último 8 de octubre en la plaza de Las Ventas, el festejo de la feria de Otoño en el que actuó a las órdenes de Uceda Leal (Morante y Téllez completaron el cartel). Dormilón, un sobrero de José Vázquez, fue el último toro que Mario Herrero picó en su vida, y para él fue una ovación que aún resuena en los tendidos venteño tras protagonizar un tercio de varas colosal. Las palmas echaban humo mientras abandonaba el ruedo venteño al tiempo que deshacía el paseíllo mientras una una tormenta de emociones y sensaciones le invadían. Se emociona y le afloran las lágrimas al recordar aquel pasaje que, en silencio, dedicó a sus padres, a sus hermanos, a su mujer y a sus hijas . Eran los únicos que sabían que era la última tarde que se vestía de luces.

¿Los picadores no anuncian las retiradas?

—Va con la forma de ser de cada uno. Siempre pensé y soñé en torero y el que se tiene que llevar las ovaciones es el torero. Decir que te vas a retirar es como pedir que lo regular te lo pongan bien, lo malo te lo pongan regular y lo bueno te lo pongan excepcional. Aunque para mí interiormente no lo fuera, para el resto ese día tenía que ser otro más, y cuando se acabe... El matador mismo se enteró justo antes de llegar a Las Ventas. Cuando íbamos en la furgoneta camino de la plaza, en el semáforo que está delante de la plaza de toros, les dije a todos: ¡Señores! No es momento de decir nada ahora mismo a ninguno nos salen las palabras, pero gracias por todo. Hoy es mi último día. Solo lo sabía mi mujer, mis hijas y poca gente más.

¿Qué le ha dado el toro?

—¡Todo! Lo poco que tenga o que soy me lo ha dado el toro. Igual que yo se lo he dado todo. Uno siempre recibe lo que da. El toreo es de corazón y entrega. Para que se te entregue el toro tienes que hacerlo antes tú sin reservas.

La última actuación, ¿fue la soñada?

—Sentí una gran satisfacción. Me dejó muy orgulloso. Fue la recompensa a toda una vida.

Con más 1.500 toros picados, más de media vida montado a caballo ¿hay alguna tarde que recuerde y esté por encima del resto?

—¡Sí, claro! La más especial la del 8 de octubre de 2022. Sin duda, ninguna le iguala.

¿Qué tuvo esa que no tuviera la primera, aquella de 1994 en Bocairente (Valencia)?

—Mayor carga de responsabilidad. Cuanto más tiempo estás, más sabes y más difícil es.

Tras una vida dedicada al toro, ¿cuál es el mejor consejo que le daría al que empieza?

—Que nunca se lo tome a broma. Cuando se dedica uno al toro, en la faceta que sea, hay que estar entregado a muerte. Todo lo que tengas hay que dárselo al toro sin límites.

¿Su carrera fue más de lo que imaginó?

—Pienso que ha sido más de lo que pensaba. Uno nunca imagina tanto. Sabes que en el toro es difícil, por no decir imposible, lograr algo destacado. Y lo más bonito es conseguirlo a base de tu sacrificio, de tu sudor y tus lágrimas.

Cuando arranca en 1994 el toreo es otro, ha cambiado igual que el toro y a suerte de varas. ¿Qué diferencia hay entre la que se ejecuta hoy y la que se hacía cuando empezaba?

—La calidad de hoy de los caballos. Cuando empezaba, te daban un caballo que tirabas para el lado derecho y se iba al izquierdo (risas). Los echaban cerriles en las novilladas y, ahora cuando un caballo se echa nuevo en una plaza ya ha toreado en el campo un montón. Antes se picaba más con el pecho y ahora se pica mucho con el brazo (afirma en referencia a la hora de realizar el tercio de varas).

¿Y la manera de ejecutar la suerte?

—También, hoy se abusa un poco más del caballo, al ser mejores que entonces. Antes como no podías dominar el caballo procurabas que estuviera con las cuatro patas asentadas en el suelo en el encuentro con el toro, ahora muchas veces vas al toro andando. Eso se puede hacer por la mayor calidad de los caballos.

¿El secreto para hacer la suerte de varas?

—Ir hacia el toro, llamarlo, quitarle el paso al caballo una vez que ha arrancado el toro, cuando está a tres metros, echarle el palo, cogerlo cuando esté a metro y medio o dos metros antes de llegar; pero que el caballo esté parado, ya con el paso quitado, para que el toro venga entre el pecho y el estribo. La clave es tener metidas las cuerdas (así se llama a la puya) antes de que la cabeza del toro llegue al peto.

Más de 1.500 festejos desde 1994 hasta el pasado 8 de octubre en Las Ventas, ¿toreó todo lo que pudo o pretendió más?

—Nunca fuí ambicioso en el número de festejos. Preferí ir a gusto con los toreros que sumar.

¿Qué tuvo su padre que no alcanzara usted?

—Mi padre tuvo todo, pero yo ni me acerqué siquiera un poco a él... (risas).

¿Qué era lo que más le llamaba la atención de la suerte de varas que ejecutaba su padre?

—La manera en la que hacía la suerte, echándole el caballo, ni de frente ni atravesado, en un sesgo que cuando se quería dar cuenta el toro tenía ya todo el palo por delante.

¿Y en su caso?

—Él fue la perfección, yo tenía que ir más a la eficacia para lograr un poco de lo que él hizo.

¿Se picaba mejor antes que ahora?

—Para mí, sí. Sin duda.

¿Caemos en ese tópico de añoranza de que todo lo de antes era mejor que lo de ahora?

—No creo que caigamos en ese tópico, ni mejor ni peor. Siempre para mí lo bueno es en lo que me he fijado y para mí seguirá siendo lo bueno. Los calcos siempre han sido malos.

¿Qué otros picadores fueron sus maestros?

—En Salamanca estamos en una tierra de maestros picadores. Juan Mari García, Aurelio García, en ese son todos los que había. Salamanca siempre fue cuna de picadores no solo ahora, sino a lo largo de la historia.

¿Cuál fue el momento álgido de su carrera?

—Cada año tuvo sus cosas, todas fueron importantes. En todas hubo momentos buenos y de sacrificio y ver que esto no es fácil. Una muy importante fue la temporada 2012-2013 en la que David Mora entra en el grupo especial y vamos a América. Antiguamente cuando uno iba a América era el no va más. Y cierto es que antes los picadores se consolidaban cuando se iba a América. Eso para mí fue un sueño. Estuvimos un mes en Colombia.

Su aventura como picador no fue por vocación inicial, antes lo intentó a pie.

—Mi sueño era ser torero y mi ilusión era torear, las circunstancias de la vida no quisieron que funcionara. Luego no fui rencoroso. Siempre daré las gracias a un caballo que me rompió los ligamentos cruzados internos y el menisco de la rodilla y ahí precipitó el momento de cambiar un sueño por el otro. Sufrí dos operaciones y estuve dos años parado. Podría haber seguido hasta tomar la alternativa, pero ya no hubiera pasado de ahí. Por la lesión estuve dos años parado, tuve que tomar una decisión. Siempre lo tuve muy claro, el cambio iba a ser a picador. Y desde entonces ya siempre tuve esa ilusión y pensé siempre en torero. Lo hice siempre que salí a la plaza, aunque lo hiciera montado en un caballo y como picador.

¿Cuál fue la primera recomendación que como picador le dio su padre?

—Mi padre estaba educado a la antigua usanza y yo seguí su camino. Siempre fue de la idea de que antes de salir a una plaza había que estar muy preparado. Preparado en el campo primero para empezar a torear; y una vez que has toreado tener el rodaje suficiente para asumir los retos importantes e ir a Madrid. Era la mentalidad de antes y el tiempo me demostró que fue la acertada.

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