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Damián Castaño, liado en el capote de paseo en el patio de cuadrillas de la plaza de toros de Bilbao, preparado para hacer el paseíllo en el cierre de las Corridas Generales. BMF
«Si el domingo no llega a pasar nada sé que era hombre muerto»
ENTREVISTA A DAMIÁN CASTAÑO

«Si el domingo no llega a pasar nada sé que era hombre muerto»

Cortó una de las orejas de más mérito de las Corridas Generales de Bilbao ante un imponente toro de Dolores Aguirre. Una faena que en otra época despejaba el futuro, ahora no tanto. Sirve para seguir vivo. El domingo se la vuelve a jugar, a todo o nada, en Madrid. Es la supervivencia del torero modesto e independiente en el circuito más salvaje

Miércoles, 28 de agosto 2024

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Está grabando casi a fuego su idilio con Bilbao. Con miedo, con esfuerzo, con valor, con tesón y con gran entrega. Con no pocos dolores y las tres tardes de las tres últimas temporadas con los toros de Dolores Aguirre. BIlbao, Dolores y... Damián Castaño. Por tercer año consecutivo y por tres veces con la entrega y la emoción por bandera.

El domingo fue la última vez. Una actuación meritísima ante un toro inmenso, grandísimo y cornalón. Un astado imponente y dificilísimo de nombre Argelón con el que hizo un esfuerzo titánico, le cortó una oreja que tuvo sabor de dos. Se antepuso un pinchazo como sucedió el año pasado frenándole una puerta grande que al menos le hubieran pedido. De nuevo con el terno azul soraya del año pasado, Damián Castaño (Salamanca, 17 de diciembre de 1990) volvió a asentar las zapatillas en el ceniciento ruedo del antiguo Bocho bilbaíno para gritar al mundo que quiere destacar en la ardua, áspera y comprometida selva del torismo en la que se desenvuelve y en la que ya ha demostrado que es un torero capaz y que está dispuesto a todo.

Ofreció la vida con la verdad suprema de quien entrega todo lo que tiene. Como en Madrid, apostó, arriesgó y ganó. Fue menos de lo que tuvo en la mano, porque la espada —igual que el año pasado en Bilbao, igual que este en San Isidro— le puso el freno, como se lo está poniendo a su carrera. Y contra ello lucha sin perder la fe ni aflojar el grado de constancia. El domingo después de despachar las dos moles de Dolores en Bilbao, cenó con su cuadrilla y viajó de nuevo a Salamanca. No hubo más celebración. A primera hora de la mañana del lunes ya estaba de nuevo entrenando como cualquier otro día. El domingo le espera otra vez Madrid, con droga dura: un toro de Valdellán y otro de Saltillo. Cárdenos al poder. Exigencia al límite de nuevo. Otra final, como Damián Castaño afirma y define a las tardes en las que no hay opción al fallo ni premio de consolación para el segundo, que hasta ahora son todas en su carrera.

Damián Castaño ante un toro de Dolores Aguirre. BMF

¿Qué siente un torero al ver Bilbao rendido por tercer año consecutivo?

—Fue muy emocionante. Lo que más me emocionó, antes de que saliera el primer toro, fue la ovación de la afición para que saliera a saludar en reconocimiento a lo que había sucedido el año anterior. Fue tal el impacto hasta que me costó reaccionar. Sentía que no era para mí. Después, en la faena al quinto, cuando vi los tendidos de pie, me emocioné al ver una plaza así, de esa categoría, entregada. Ya casi se ha logrado un idilio entre Bilbao, Dolores Aguirre y Damián Castaño.

¿Qué fue lo más duro de esa tarde?

—Lo más duro fue el tiempo que pasó entre el segundo y el quinto toro. En ese rato, lo pasé muy mal. No había pasado nada en el primero, la sensación que tuve es que vi un toro muy complicado y no sabía si la gente lo había percibido así. Fue una sensación rara, de venirme abajo. Luego, lo más gratificante fue verme después con el trofeo en la mano. Ahí ya se me pasó todo, fue de los más duro de mi vida porque pensé que se acababa todo a uno de los momentos más felices. Y, desde luego, el orgullo de haber podido con el toro que estaba convencido de que me llevaba a la enfermería; aunque luego me di cuenta otra vez que los toros a base de firmeza se achantan.

En el ruedo, ¿no impresiona un toro así? ¿Se enfrentó a alguno más grande?

—Impresiona, claro que mpresiona. No sé qué decirte, si maté alguno más grande que ese en mi vida. Uno en Ceret de Palha fue impresionante. La corrida de la confirmación de Samuel de Madrid fue tremenda también.

Lo que parece es que actuaciones épicas como la de este domingo, o como las de los dos años anteriores en Bilbao, solo sirven para volver al año siguiente el mismo día y con la misma ganadería… ¿sintió la presión de que si no pasaba nada al año siguiente se quedaba en su casa?

—Más que nunca. Muchísimo. Al hacer el paseíllo, y hasta que salió mi toro, me notaba cansado y era de toda la presión que tenía encima, que me agotaba físicamente. Por eso que dices, son días que son finales, en las que ganas o pierdes. Esa presión es jodida, gracias a Dios salió bien, tiré la moneda y salió cara. Fue de los días de mayor presión de toda mi carrera. Está siendo un año en el que me estoy viendo muy bien con los trastos pero en el que no está funcionando la espada y eso hace que parezca que está siendo una temporada floja pero no lo es. Lo cierto es que en este circuito, tan duro, tan exigente, no hay opción al fallo y si pasan dos o tres tardes sin que suceda nada, te quedas en casa.

Con todo lo que se está enfrentando, los toros tan difíciles y las ganaderías tan duras, solo se queja de la espada...

—Es lo que está en mi mano. Y está siendo muy duro. Está siendo un año de faenas muy importantes, en San Agustín de Guadalix una tarde épica, perdí dos o tres orejas en Villaseca, una o dos en Ceret, otra en Madrid. Cambia mucha de puntuar a diario a no hacerlo. Poco a poco le voy cogiendo el aire y soy consciente de que las corridas que mato son muy díficiles de entrar a matar, pero eso no es excusa. Llegué a estar obsesionado con la espada, pero he llegado a la conclusión de que cuanto más tranquilo estoy, mejor los mato. Por las noches me despertaba sobresaltado con la espada... Hasta que me di cuenta. El segundo de Ceret, en el que no pasó nada y no me jugaba nada, me tiré tan tranquilo y fue uno de los que mejor maté. Ese día me di cuenta. No hace falta tirarte a entrenar al carro 300 veces sin sentido, cunde más entrando menos y asimilando más. Yo tengo mi forma con el codo por arriba y el brazo estirado, me cambiaron las maneras y me volví loco.

Si mata los toros, ¿en qué punto estaría la carrera de Damián Castaño?

—No se dónde, pero en una cuota mucho más alta. Hubieran sido triunfos muy rotundos, dos o tres orejas en Bilbao el año pasado, una o dos en Madrid el año pasado al toro de Valdellán. Cinco, seis, siete tardes importantes a hombros... Dios hace las cosas y saben por qué y han venido así. Mira, este domingo el destino me tenía preparado ese sobrero. El quinto, no me iba a ayudar nada, y me quiso poner el toro ese para que salieran las cosas bien.

Y aunque supiera que no le iba a yudar ese quinto, ¿no sabía lo que le esperaba en chiqueros con ese toro tremendo que aguardaba de sobrero?

—El quinto sabía que no iba a pasar nada pero no esperaba que lo echaran para atrás y tenía nulas opciones. Y al sobrero claro que lo conocía porque lo había visto en un video de Instagram que me enviaron por la mañana. Y en aquel momento del pañuelo verde me acordé de él. Fíjate, en banderillas le dije a mi apoderado que me gustaba el toro, que sabía que le podía meter mano al toro por algún lado. Aposté y salió bien, me dio mucho. Eso sí, era consciente de que si le dudaba era hombre muerto. También lo hubiera sido como torero si no llega a pasar nada en Bilbao.

Impactó la sinceridad con la que plantó la batalla en ese toro tanto como impactó la manera que lo hizo con el de José Escolar en San Isidro.

—Mi gran baza es dar todo lo que tengo. He notado una gran evolución de unos años a esta parte, de cuatro temporadas para acá. Antes el corazón notaba que no me daba para más, para hacer estos esfuerzos que hago ahora delante del toro. Y esa confianza que tengo a mí no me sorprende. Antes me costaba un mundo tirar para adelante, ahora no; me funciona el corazón y me veo con capacidad y muy seguro con los toros, aunque tengan mayor dificultad. Salgo a darlo todo y estoy dispuesto a asumir el máximo riesgo. Esto es así, es la emoción. Por ver a la gente emocionada, merece la pena todo, poner los muslos y que pase el toro por la barriga.

Lo triste y lo cruel es que no le cambie la vida ni un ápice tras una tarde así...

—La vida no cambia, es verdad porque no hemos firmado ni una sola corrida de toros más; pero sí te da felicidad, ilusión a raudales, porque lógicamente no deja de ser un triunfo en una plaza de primera. Y eso da mucha moral, aunque todo sigue igual, por ese motivo hay que machacar todos los días tanto o más. Esto lo que sí da es un plus de ilusión más. Siempre tengo una ilusión desbordada y siempre he tenido mucha disciplina, y así veo como se van recompensado sueños y se logran objetivos que en un momento de mi carrera ni siquiera imaginaba que iba a lograr. Poco a poco se van cumpliendo. Una tarde como la de Bilbao es la recompensa a toda una vida de entrega total por el toro.

De Bilbao a Madrid, de domingo a domingo, ¿cuál asusta más?

— Las dos me asustan mucho, ambas suponen mucha responsabilidad. Bilbao ya pasó, ahora el objetivo es Madrid, que es máxima responsabilidad. Asustan por igual. El lunes te lo cuento… Repito con uno de Valdellán, y otro de Saltillo, de la que he matado 5 ó 6 corridas de toros. Es una ganadería con complicaciones pero que me gusta. Voy contento. El otro día vi uno en Cenicientos que embistió muy bien, los complicados también tienen su emoción.

¿Cree que le han reconocido como deberían la actuación de San Isidro?

—No tuvo el eco necesario. Al no cortar orejas no tuvo repercusión. Yo lo di todo pero la recompensa ya no depende de mí… En estas corridas cortar orejas cada día es muy difícil, una oreja de estas vale como cuatro de las otras. Entre los aficionados valoran mucho este tipo de actuaciones y no dan importancia a los trofeos; pero aquí solo las orejas valen para seguir navegando sin hacer distinciones. Y a veces ni eso. En estas corridas toristas apenas se cortan orejas.

En los tendidos le gritaron «¡Viva Salamanca!»...

—Había mucha gente de Salamanca, es verdad. Tengo la fortuna de que me siguen y apoyan muchos aficionados. Los vi al llegar, en la plaza y también a la salida. Eso me ayuda mucho. También me sorprendió que hubo una buena entrada en los tendidos, no me esperaba tanto. Y esa fue otra alegría. Muchos aficionados de Francia, aficionados de toda España que se mueven por los carteles toristas, el tirón de la ganadería también en Bilbao después de lo que sucedió el año pasado en esta misma plaza...

¿Qué tiene que hacer un torero para entrar en el gran circuito?

—Seguir intentando dar la cara todos los días y aún así es muy difícil. No pierdo la fe. Quién me iba a decir a mí hace unos años que iba a estar aquí. Nadie. Quién me dice que no voy a entrar en las ferias que aún no he entrado, como por ejemplo muchas de Francia como Dax, Bayona, Béziers... El objetivo es ese, escalar y seguir creciendo.

Otra parecida para terminar. ¿Qué tiene que hacer Damián Castaño para entrar en la Feria de Salamanca?

—Cada vez es más difícil. Este año me ha dolido especialmente. Tenía mucha ilusión en poder entrar. Comprendo a la empresa que hay muchos toreros y pocos puestos, pero me duele que en doce años solo haya podido torear una vez en mi plaza. No siempre me sale bien pero siempre trato de dar la cara todos los días, y esta ausencia se me está haciendo dura. Cuando salieron los carteles pasé unos días muy malos. Se hace duro, aquí me cuesta mucho, pero mi trabajo es seguir intentándolo y dando motivos.

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