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Pinchazo de Diego San Román ALMEIDA
CRÓNICA | Novillada de la feria: Todo quedó en nada

CRÓNICA | Novillada de la feria: Todo quedó en nada

Una faena “sorda” y meritoria de Diosleguarde y un arrimón de escalofrío junto a un quite de impacto de Diego San Román protagonizan los pasajes más destacados de una tarde densa en la que Antonio Grande desaprovechó el novillo de más opciones

Sábado, 11 de septiembre 2021, 11:21

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Conun feo bajonazo tiró por la borda Diosleguarde todo lo mucho y bueno que hizo con la muleta ante Barbarosillo, el molesto y bronco tercero. Faena sorda aunque meritoria, trabajada y a la vez eficiente. Segura siempre, en la que no dudó en ningún momento y en la que mostró un oficio bien aprendido. No fue lucida, apenas tuvo repercusión y terminó escondida entre la densidad de una tarde que no terminó de dispararse. La obra de Diosleguarde fue casi milimétrica para imponerse al molesto e incómodo viaje que siempre tuvo el pupilo de La Ventana del Puerto, que calamochéo de forma constante y que no corrigió jamás el defecto, pese a que el torero trató de limarle toda la aspereza, rebrincado siempre, se repuchó en cuanto pudo y no dejó de protestar. Se puso violento y amargo. Y a él trató de imponerse con autoridad, firmeza de planta y mano baja para conseguir domeñar los gañafones. Por esa condición incorregible del torete, los ayudados finales por alto no parecieron la mejor medicina para cerrar la obra. Y, luego, el esfuerzo se fue al garete a la hora de montar la espada. Se le marchó el acero al sótano y todo quedó en casi nada. Algo parecido le ocurrió con el sexto , que pareció querer embestir siempre a regañadientes. Solamente hubo un espejismo de una tanda con la derecha mediado el trasteo en la que parecía que había hecho efecto la solidez del torero, pero no. Fue eso, un flash imaginario. En este se enredó con la espada y pinchó con estrépito.

La novillada, entera con el hierro de La Ventana del Puerto (la vertiente Domecq, Jandilla y El Torreón, vía Monte la Ermita), no quiso embestir de ningún modo. Se enredó de mala manera, porque los que dieron opciones tampoco encontraron a su media naranja. El cuarto se fue al desolladero con más de lo que pudo enseñar en una faena sin tino y excesivamente ventajista de un desdibujado Antonio Grande, que apareció con los plomos fundidos, porque tampoco logró encender la mecha con el que abrió la función. Liviano, que asi se llamaba este primer novillo de pelo castaño y con hechura de torete, tuvo el defecto de ser tardo, de costarle arrancar. Una vez que lo hacía, embistía codicioso. En ese momento, la clave parecía dejarle el trapo rojo en la cara, engancharlo, sorprenderlo y tirar de él sin dejarlo pensar. Después de siete tandas en las que siempre hubo algún motivo o alguna excusa para no lanzarse, acertó con la tecla. Pero era demasiado tarde. Unas ajustadas, comprometidas y casi atropelladas bernadinas y una fantástica estocada —lo mejor de su actuación— fueron el pobre argumento para que el palco le concediera un trofeo de nulo valor.

No tan claro como Huracán, el cuarto, ni con las teclas que tuvo el primero, se esfumó el quinto, con el que quedaron más dudas. El novillo de más cuajo y de bastas hechuras del desigual encierro. Embistió codicioso en el saludo capotero, donde Diego San Román se lo pasó muy cerca en verónicas tomando el engaño muy cerca de la esclavina. Detalle que le confiere mayor pureza. De la media verónica saltaron chispas. Empujó con fortaleza el pupilo de José Juan Fraile en el caballo que montaba Pedro Muñoz, al que estampó contra las tablas y llegó con cierto interés a la muleta. El exigente inicio de faena con largos muletazos con la pierna flexionada pareció excesivo castigo y surgió la duda en ese momento de si era necesario. Unos minutos sirvieron para desvelar el misterio. Ligantesco, que así se llamaba el novillo negro salpicado, bragado, corrido, coletero y caribello, comenzó a tomar la embestida a regañadientes. El recorrido cada vez era más corto. Como si caminara con el freno de mano puesto. No quiso rematar ningún viaje. Tropezó en más de una ocasión y aquello no sirvió más que para que se pusiera violento a marchas forzadas. El mexicano no dudó jamás, enterró las zapatillas en el suelo y tragó sin contemplaciones en cercanías. Muy meritorio, pero no llegó a tanto como lo que protagonizó ante Lituanillo, el segundo. A este trató de consentirle todo, hacérselo todo a su favor, pero no encontró recompensa. Y como no la hubo, se pegó un arrimón de escalofrío que —junto a impertérrito quite por gaoneras que firmó en el mismo platillo al quinto, en el que no se inmutó, en el que jugó a la ruleta rusa y en el que tragó una barbaridad con el capote a la espada— fue una de las notas más caras de una función demasiado densa que sufrió la reseca de la jornada inaugural.

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