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María Rubio forma parte de los autónomos que, desde la pandemia, se han bajado del barco. Durante ocho años, regentó una papelería cerca del centro de la ciudad, pero, tras la pandemia, sobre el año 2022, la actividad cayó de forma notable mientras los enormes gastos seguían llegando cada mes. Se vio obligada a cerrar el negocio por motivos económicos. «Después de ocho años pagando la cuota de autónomos y los trimestrales, me encontré con que no tenía derecho a ninguna prestación», relata María. No solo no tenía ningún ingreso, sino que, a día de hoy, sigue arrastrando las consecuencias.
«En pandemia, solicité un crédito ICO para el relanzamiento de las empresas, pero fue un arma de doble filo para mí. Al principio, supuso un colchón para sostener el negocio, pero, cuando llegó el momento de cerrar porque no me salían las cuentas, el ICO seguía ahí y aún tengo que afrontarlo», relata. Dos años después de echar el cierre a su papelería e independientemente de sus ingresos, hace frente a las cuotas de un crédito para sostener un negocio que ya no existe. «Aunque conseguí sostenerme en el año 2020 y en el 2021, después noté un retroceso muy grande. Al final, mantenerlo todo no fue económicamente viable», relata.
Aunque no tenía empleados directos, a los gastos de alquiler, impuestos y cuotas tenía que sumar el pago a los colaboradores que impartían los talleres en su local. «Al final, no puedes continuar porque los costes te llevan por delante», asegura. Regresó a su Cáceres natal, donde, al ser una mujer de 50 años, encontrar trabajo no fue fácil. «Pasé momentos crudos porque, después de cotizar y pagar religiosamente mis impuestos, no tenía derecho a paro como cualquier trabajador. Te ves en una grieta social y piensas en dónde te puedes agarrar porque las facturas siguen llegando», rememora. Reconoce que tuvo que recurrir a prestaciones sociales, por lo que decidió opositar.
«Tras una grieta de incertidumbre como autónoma, decidí buscar certezas, con una nómina a final de mes, vacaciones remuneradas y derecho a paro si fuera el caso», asegura María, convencida de que este proceso le permitió palpar el duro trabajo del autónomo, «del que solo se ve la punta del iceberg, porque el sustrato es duro».
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