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La llegada de la Cuaresma cambiaba de forma radical la vida de las ciudades y los pueblos. Al menos hasta la llegada del Concilio Vaticano II que se celebró entre 1962 y 1965. El sacerdote salmantino Antonio Ruano, que sigue ejerciendo de párroco en numerosos pueblos de la provincia, vivió de niño una Cuaresma más “triste y sobria” en la que aún se pagaban “bulas” para evitar el ayuno, no la abstinencia del viernes.
¿Qué recuerdos tiene del Miércoles de Ceniza que vivió en la niñez?
—El principal recuerdo de niño estaba ligado a la salida de todos los niños con los maestros para que nos pusieran la ceniza. Entonces, más allá del verdadero motivo, para todos era una gran alegría porque era una forma de librarse de la escuela.
¿Tenía un sentido más estricto?
—Los padres y los abuelos eran muy estrictos. Al menos en los pueblos, de donde yo soy, se vivía especialmente con sobriedad y seriedad. Mi abuela guardaba la sartén desde el martes de carnaval y no la volvía a sacar hasta el Sábado Santo.
¿Entonces la restricción de la carne iba más allá de los viernes?
—Para los niños, era sobre todo el viernes, pero los mayores lo hacían durante toda la Cuaresma. Comías todo el arroz y el bacalao que no habías comido durante el año.
Salvo que se pudiera pagar la bula.
—Las bulas estuvieron vigentes hasta el Concilio y eran de diferentes tipos. En caso de no comprarla, era toda la Cuaresma de abstinencia de carne. Iban desde las que se pagaban las más grandes que limitaban no comer carne a solo los viernes, a las pequeñas o las pobres que eran para días concretos. Había que ir a casa del sacerdote a comprarla si no querías toda la Cuaresma estar de abstinencia, sobre todo, ya que la gente trabajaba todo el día en el campo y no podía ayunar. Así podías comer carne los otros días de la semana.
¿Cómo afectaba a la vida de los niños aquella Cuaresma?
—Era un tiempo muy serio y con un ambiente triste. Los que éramos monaguillos nos juntábamos con el cura para quemar los ramos del año anterior y hacer la ceniza en la tarde del martes de carnaval. Era un rito importante en el que nos sentíamos partícipes. Luego ya en la vida social, recuerdo que era un tiempo que nos hacían volver más pronto a casa y se detenía la actividad festiva.
¿Qué se paralizaba en la vida de los pueblos o ciudades?
—En mi caso yo era de La Alberca y todos los domingos había bailes en la plaza. En tiempos de Cuaresma se quitaba todo tipo de diversión el domingo y por supuesto los bailes. Ningún viernes faltabas a misa.
¿Cómo han sido las Cuaresmas que ha vivido como sacerdote?
—Bastante distintas a las de joven o niño. Tras el Concilio, ya se le dio un sentido más bíblico al ayuno y la abstinencia, más allá de no comer carne los viernes más a lo que debe ser. No tanto el comer, sino tener un espíritu cambiante que lleve a la conversión y la renovación de la vida.
¿Se habrá vivido el cambio en los feligreses en este periodo?
—Sí. Sobre todo, tras la pandemia en los pueblos que yo llevo (Golpejas, Zarapicos, Vega de Tirados, etc...) no celebramos el Miércoles de Ceniza, sino el domingo siguiente. La gente trabajadora no puede ir a las 12 y media o a la 1 y la gente que puede ir mayor es mejor que esté más acompañada cumpliendo un sentido más comunitario.
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