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En el centro de Salamanca, cada vez es más común una triste escena: calles llenas de trampas bajadas o establecimientos ocupados por cadenas extranjeras donde antes había un negocio tradicional rebosante de vida, sustituyendo el valor identitario y el trato personal y cercano por una imagen fría y simple que puedes encontrar en cualquier ciudad del mundo.
Sin embargo, también se mantienen algunos negocios que, por su antigüedad y tradición, han logrado fusionarse con el patrimonio inmaterial de la ciudad, como Pañerías Fernández, que lleva desde 1954 vendiendo moda masculina en la calle Pozo Amarillo.
Muchos salmantinos conocen este negocio y a su dueño, pero no por su nombre de pila, José Manuel Mulas Fernández, que así «solo lo conoce Hacienda», sino como Pepe, que lleva entre esas cuatro paredes de apenas 33 metros cuadrados, «muy bien aprovechados», desde que tenía 14 años.
La pañería no la abrieron sus padres, sino sus tíos, Ángel y Modesto, que era sastre. De ambos aprendió el oficio de vender y de coser, aunque se dedicó más al primero, porque, como le aconsejó desde un primer momento el hermano de su madre, «se saca más de media hora de trato que de cien de trabajo; de hecho, un traje a medida tardaba en hacerse unas 48 horas», explica.
A lo largo de más de 70 años, el establecimiento ha visto evolucionar el mercado con un sinfín de cambios a los que han sabido adaptarse para seguir actualmente despachando. De una provincia «en la que llegó a haber hasta 400 sastres» y se trabajaba con telas procedentes de Béjar y Cataluña, se ha pasado a un mercado online lleno de productos asiáticos.
«Los trajes antes valían mucho más por la elaboración que había detrás. Recuerdo que iba con la bicicleta y tenías que ir a la pantanera, después a la chalequera, más tarde a otro sastre a rematar los bolsillos. Ahora el proceso de producción es más barato», relata Mulas.
También ha señalado el cambio de los tejidos, algo que afectó muy seriamente a la provincia, históricamente conocida por sus fábricas textiles de la comarca de Béjar.
«Cuando los fabricantes estaban en auge, me decían: «Si seguimos haciendo tejidos de estas calidades, nos arruinamos». Y así ha llegado la realidad, se han arruinado, porque las prendas duraban. Antes comprabas un pantalón y duraba cinco o seis años. Ahora, uno de loneta es para una temporada», detallaba sobre aquella época.
«No se me olvida el precio al que vendían los últimos tejidos que compramos de Béjar: a once euros el metro, mientras que los procedentes de Asia eran a dos euros. Y estoy hablando de hace más de 20 años, ahora valdría en torno a 20 euros».
Sin embargo, el negocio siempre ha seguido apostando por el producto nacional, y afirman con rotundidad que todas las camisas del almacén vienen con la etiqueta «fabricado en España», algo que creen que el cliente ha sabido valorar.
Aunque el compromiso con la «mayor calidad» del producto nacional no es lo único que ha afianzado a la clientela del negocio, sino también el trato personal y la confianza de décadas, lo que empuja a José Manuel a seguir «al marrón» a sus 73 años: «La idea es, de momento, aguantar. A mí me gusta y se va moviendo el tiempo porque estoy con los paisanos, mucho labrador de la provincia, y charlamos. Los conozco de toda la vida, pero muchos no sé ni de dónde son ni cómo se llaman, por el tiempo que llevo».
Y es que el sastre es un defensor de los clientes a los que vende en esta y otras provincias, ya que considera que es exigente «porque está dejando su dinero en el producto y quiere que todo salga lo mejor posible». Algo en lo que siempre han intentado destacar y que también valoran, ya que el «público de antes, frente a la gente joven, aprecia un buen consejo, y a veces se acaban llevando algo distinto a lo que traían en mente porque les queda mejor».
Aunque se haya pasado de hacer «todo a mano, hasta los ojales», a la rapidez y eficacia de la industria, en la tienda se sigue respirando ese aire tradicional y personal, en la que se continúa ajustando las prendas a máquina de pedal, no por conformismo, sino por costumbre.
Las personas encargadas son los propios hijos de José Manuel, la futura generación que seguirá con el negocio cuando su padre tenga a bien retirarse de la que es su pasión. Tal y como relata, para él «no es duro, me parece más duro trabajar en un bar, por ejemplo, porque cuando tu oficio te gusta, parece que se te va el tiempo».
Pero no están solos. Junto a ellos hay otro empleado que también lleva más de cuatro décadas en el negocio, y con la misma dedicación. De hecho, la confianza da lugar al buen humor entre ellos, que son de equipos contrarios: el Madrid y el Barça: «Tiene mucha entrega, para él no existen las ocho. Y yo le digo: «Paco, vamos, ¡cómo se nota que hoy juega el Madrid! Si jugara el Barça ya estabas tirando». Nos picamos, es la confianza de tantos años», cuenta entre risas.
Ese es el consejo que deja para cualquier persona que quiera abrir una tienda de ropa, ya que, actualmente y con la evolución del mercado, la palabra «pañería» solo ha quedado en el rótulo de la tienda como vestigio de su pasado sastre: que te guste tu oficio, para que abrir la puerta todos los días sea un placer, en lugar de una amargura.
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