El milagro de volver a nacer gracias a un trasplante de una estudiante italiana matriculada en la Universidad
La vida de Olga Caterina, estudiante de la Universidad cambió tras un diagnóstico tardío devastador de leucemia: solo tenía un 7% de células sanas pero un donante le salvó la vida. Sueña con retomar las clases tras estrenar un nuevo ADN
Las manos de Olga y su madre apenas se rozaban. Separadas por guantes, desinfectante y miedo, ese leve gesto —una caricia que no podía serlo— era su único contacto físico durante cinco semanas de aislamiento. Cada noche, su madre le aplicaba crema en las manos quemadas por la radiación, como si en esa rutina mínima pudiera protegerla del dolor. Ella y los médicos eran los únicos que accedían. Era la fase previa al trasplante de médula ósea al haber logrado la compatibilidad: «Ahora llevo el ADN de un chico de 30 años con orgullo del que solo sé que es alto. No sé quién es, pero algún día me encantaría encontrarlo».
Olga Caterina llegó desde Italia a España para estudiar su máster soñado de la Universidad en Lógica y Filosofía de la Ciencia. Tiene la particularidad de que se imparte en varias sedes y en aquel momento empezaba en Granada las clases presenciales con su matrícula de Salamanca. «Me sentía muy mal y cansada. Iba a Urgencias y me decían que era por el powerlifting (levantamiento de pesas) pero que estaba bien. Perdí un tiempo precioso».
Su estado empeoraba cada día. Cuando estaba en Madrid le llegó la noticia y quedó ingresada. «Me diagnosticaron dos tipos de leucemia con mutaciones. Cuando me detectaron la enfermedad, ya tenía un 92,5 % de afectación en la médula. Es decir, prácticamente no me quedaban células sanas. Todos los pronósticos eran desfavorables y no me querían ni aplicar tratamientos porque no creían que funcionasen». Su vida y sus sueños se detuvieron. «Mi futuro, en ese momento, se rompió». Evitó rendirse y quería una segunda opinión. Ahí entró el Hospital madrileño de La Paz, donde le informaron de la posibilidad del trasplante de médula, solo que, en su caso, solo cabía la posibilidad de que fuese por un donante no emparentado. «Era la única opción, ya se habían agotado todas las vías».
Antes del trasplante, detalla que tuvo que someterse a un proceso de mieloablación donde prácticamente se destruye toda la médula del cuerpo con quimioterapia y radiación. «Nos deja completamente sin defensas. Es empezar de cero». Su madre viajó desde Italia para aislarse junto a ella y ayudarle a vestirse y a comer en un espacio cerrado con doble puerta y presión positiva para que ningún patógeno pueda filtrarse. «Mi madre pasaba 18 horas al día conmigo salía solo para ducharse o cambiarse la mascarilla». Su madre instauró en ese hábitat un clima de normalidad para hacerlo llevadero. «Ella hizo de madre. Me regañaba por quedarme por la noche mirando el móvil cuando me iban a sacar sangre a las 6 de la mañana. Y luego me contaba lo que veía cuando paseaba con toda la normalidad».
Y llegó el día. Fue un 27 de marzo. Mientras que el proceso para ella fue muy duro, para el donante anónimo que propició el milagro fue mucho más sencillo. «Mucha gente cree que es algo doloroso y peligroso y es justo al contrario. No se realiza ninguna biopsia. Es prácticamente igual que una donación de sangre». Cuando se habla de volver a nacer tras un trasplante de médula, no es un eufemismo. «El sistema inmune se reinicia y es como el de un bebé, sin anticuerpos». El resultado fue positivo cuando solo había un 30 % de esperanzas de que saliera bien. «Hoy tengo una esperanza real de poder volver a trabajar, estudiar y llevar una vida relativamente normal», reconoce.
Va poco a poco y empieza a avanzar con todas las precauciones del mundo. Tanto su madre como ella recibieron la ayuda de una congregación religiosa de Madrid para ir a un hogar adaptado que permitió «tener dignidad en pleno caos». Ahora vive con su pareja y, con todas las cautelas, empieza a cumplir sueños que van paso a paso. Mientras nos atiende por videollamada tiene en la parte trasera varios peluches. «Todavía no puedo tocarlos», reconoce. Dejó Italia para ser investigadora a través del máster de la Universidad y espera retomar las clases el próximo año en Salamanca. Ya se ha probado con varios cursos. «Todavía no tengo el visto bueno de los médicos para juntarme con mucha gente», sonríe. Mientras observa una imagen levantando pesas, recuerda que ese «sueño» lo mantiene. «Antes quería competir al máximo nivel en España, pero aunque sé que ya no será igual porque tengo una necrosis en el hombro por los fármacos, quiero hacerlo en categoría adaptada».
Cada paso es un triunfo. Ha podido montar a caballo, volver a hacer gimnasia, relajarse a través del yoga. «Después de seis semanas, sin poder ni siquiera levantarme de la cama, cada pequeño logro es una victoria. He vuelto a sentir que la vida merece la pena». Por ello, con motivo del Día del Donante Universitario, que se celebra este miércoles, hace un llamamiento a que los estudiantes vivan algo extraordinario: «Saber que hay una persona que vive gracias a ti, que tiene tu misma sangre circulando por su cuerpo, debe ser una sensación maravillosa. Yo no conozco a mi donante, ya que la ley no lo permite, pero me encantaría poder prepararle una tarta y darle las gracias». Lo resume en una frase directa: «Le debo la vida, literalmente». El 27 de marzo Olga volvió a nacer.