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Escultura de Torres Villarroel, de Casillas, junto a la Cueva de Salamanca.
Las predicciones que hicieron rico a Torres Villarroel

Las predicciones que hicieron rico a Torres Villarroel

Catedrático poco querido en el claustro de la Universidad, logró gran celebridad por sus almanaques como “El Gran Piscator de Salamanca” y publicó sus obras por suscripción popular

Miércoles, 18 de noviembre 2020, 12:44

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Diego de Torres Villarroel (1694-1770), salmantino, escritor, poeta, “Gran Piscator” y catedrático de la Universidad, se granjeó enemistades en el claustro por su carácter desenfadado e irónico, pero llegó a conseguir fama, popularidad y dinero con las predicciones de sus almanaques.

Hijo de un humilde librero, en sus primeros años de estudio el humanista Juan González de Dios le formó en gramática latina. Continuó su aprendizaje en las Escuelas Menores de la Universidad de Salamanca tras conseguir una beca de retórica en el Colegio Trilingüe, donde permaneció entre 1708 y 1713 con un comportamiento díscolo. Con otros jóvenes, fundó el Colegio del Cuerno o del Quendo, un grupo que se reunía para componer poesías y para algunas bromas subidas de tono, según escribe Emilio Martínez Mata en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia: “Alguna de ellas podría ser la que le fuerza, en la primavera de 1715, a su primer viaje a Portugal. A los pocos meses, en septiembre, regresa de Portugal, y se ordena de subdiácono, obedeciendo a su padre. Aunque sólo se decidirá a ordenarse de sacerdote treinta años más tarde, en febrero de 1745”.

Torres escribió un almanaque anual desde 1718 a 1766, con previsiones para el nuevo año. Algunos de estos vaticinios de “El Gran Piscator de Salamanca”, como la supuesta predicción de la muerte del rey Luis I, alentaron a sus detractores y a los autores críticos con la superstición. Pero consiguió dinero y fama por todo el país. Era un personaje sumamente popular y cuando obtuvo la cátedra de Matemáticas de la Universidad, el pueblo llano salmantino lo celebró con una fiesta. Otro asunto fue la hostilidad e inquina que, en general, reinaba en el claustro contra “El Gran Piscator”, como ha relatado Ricardo López Serrano en “Salamanca. Revista de Estudios”.

Pese a los golpes que le asestó el claustro de la Universidad, Torres prestó grandes servicios al Estudio, como cuando consiguió mantener el derecho universitario a conservar las carnicerías propias, poniendo fin a un largo pleito de veintiséis años, gracias a su buen hacer y sus viajes a la Corte.

En 1752 Torres Villarroel se convirtió en el primer autor en publicar por suscripción popular, nada menos que catorce tomos con sus obras completas, gracias a suscriptores insignes como el rey Fernando VI, la nobleza, bibliotecas y universidades... Solo la Universidad de Salamanca no contribuyó con un solo real.

En el último periodo de su vida intentó crear con su sobrino, Isidoro Ortiz (“El Pequeño Pisicator de Salamanca”), una academia abierta a todos los ciudadanos. Su amistad con el duque de Alba, de quien fue administrador, le llevó a vivir junto a su familia en el Palacio de Monterrey.

Considerado en la actualidad un literato ingenioso, Torres Villarroel quiso contar para sus enseñanzas universitarias “con el apoyo práctico de globos celestes y terráqueos”. Los buscó en varios países hasta que encontró en París los fabricados en 1751 por Robert de Vaugondy. Denominados entonces libros redondos y gordos, llaman hoy poderosamente la atención en la Biblioteca General Histórica de la Universidad. De las diez piezas actuales, siete pudieron llegar gracias a Torres.

“El Gran Piscator de Salamanca” murió en 1770 en el Palacio de Monterrey. Fue enterrado en la capilla del convento de Sala, hoy desaparecido, en las proximidades de la actual plaza de toros y del paseo que lleva su nombre. El lugar donde fue inhumado se convirtió en corral donde se guardaba estiércol. Torres, ha recordado Ricardo López Serrano, fue casi profético cuando escribió: “A mí solo me toca morirme a obscuras, ser un difunto escondido, y un muerto del montón, hacinado entre los demás, que se desvanecen en los podrideros”.

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