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Salvador Vicente ante el cuartel de la Guardia Civil de Salamanca. L.G.
La historia de Salvador, una víctima de ETA sin cicatrices

La historia de Salvador, una víctima de ETA sin cicatrices

Salvador Vicente fue guardia civil en el cuartel de Inchaurrondo del País Vasco, uno de los más golpeados por la banda, hasta que el dolor le llevó a abandonar el Cuerpo

Lunes, 25 de enero 2021, 20:30

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Los que le conocen le definen como un tipo con humor, maestro de la ironía y de fácil carcajada. Lo que otros muchos no saben es que, lamentablemente, durante unos años su vida no fue así. “Viví todo el terror y todo el dolor. Vi caer a compañeros y amigos”, afirma. Desde niño, Salvador Vicente, zamorano de nacimiento y salmantino de acogida, sabía que quería seguir los pasos de su padre como agente de la Guardia Civil, una vocación que le convirtió en lo que asegura que nunca quiso ser: víctima de ETA. Un duro rol por el que se vio obligado a dejar el Cuerpo y que le llevó después a estar seis años encerrado en casa, curando esas heridas que nadie podía ver. Ahora a sus 62 años y con una vida alejada de todo aquello, ha decidido volcar toda su angustia en 432 páginas, un libro que pese a hablar de asesinato y muerte pretende estar cargado de vida.

Su historia comenzó cuando tan solo tenía 18 años, edad en la que se convirtió en agente de la Guardia Civil y obtuvo como primer destino el cuartel de Inchaurrondo, situado a las afueras de la ciudad de San Sebastián y sede de la Comandancia del Instituto Armado de Guipúzcoa, donde tuvo que presentarse ante el mismísimo teniente coronel Antonio Tejero. “Llegué el 1 de octubre de 1976 y el primer atentado fue el 4 de octubre”, lamenta. Ese día ETA acribilló a balazos en el portal de su casa al entonces presidente de la Diputación de Guipúzcoa, Juan María de Aralucecuando, atentado en el que también fallecieron su chófer y tres policías escolta. Tan solo tres días después el cuartel de Salvador Vicente fue ametrallado por los terroristas, aunque por suerte no hubo que lamentar heridos. “El sentimiento de aquel momento no lo tengo claro, yo acababa de llegar y parecía que el resto ya lo tenía asumido. Yo me fue haciendo a la situación”, comenta.

Y así, no hubo un solo día en el que no le tocara sobrevivir en el País Vasco más hostil. “Hasta en las manifestaciones pacíficas corríamos peligro. Aprovechaban cada encuentro para atacarnos, tirándonos bolas de acero que nos agujereaban los Land Rover que llevábamos. Y nosotros íbamos indefensos, con un arma antigua, sin botes de humo, sin pelotas, sin bocachas... A pecho descubierto. Recuerdo una Nochebuena en Rentería que nos rodearon y porque vino uno de los nuestros en el coche y pudimos subir y escapar, pero pensábamos que no salíamos de allí”, recuerda el salmantino.

Amenazas, un intento de bomba en su cuartel, miedo, tiros por la espalda... Sin embargo lo peor estaba por llegar. “Para mí lo peor fue a partir de 1978, cuando más cerca me tocó”. Ese año la Guardia Civil había herido en un enfrentamiento a Bernardo Azpitarte, precursor de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, y los ánimos estaban caldeados. “Le ingresaron y pidieron voluntarios para custodiarle en el hospital. Yo fui uno de ellos. Saliendo un día de la guardia, unos cuantos compañeros regresábamos al cuartel de Villafranca de Ordicia y vimos que nos seguía un taxi. Al llegar a un camino, nos encontramos con una docena de etarras apostados en un tronco y nos tirotearon, momento en el que nos dimos cuenta que en el taxi también viajaban etarras, quienes les habían hecho la cobertura. El cuartel estaba cerca y los compañeros bajaron al oír los disparos. Cruzamos tiros y en ese momento apareció un coche de los nuestros que regresaba también al cuartel. Tuve que ponerme en medio para decirle a los del cuartel que los del vehículo eran compañeros y no terroristas. Evité una masacre. No hubo muertos ni heridos”, relata. Nueve días después, la banda terrorista sí conseguía su objetivo y caían otros dos guardias, uno de los cuales era compañero de habitación de Salvador.

Y así, una larga lista de nombres que convirtieron al cuartel de Inchaurrondo en el más golpeado de ETA: de los 215 agentes que la banda asesinó en Guipúzcoa, 100 fueron tras estos muros.

“Psíquicamente te iba destrozando. Nos refugiábamos en el alcohol. Nos sentíamos desprotegidos. Cuando me mandaban solo a un servicio llegué a pensar que era un señuelo, que a veces la política era sacrificar a uno de los nuestros para ver si así cogían a algún comando. Como si hubiera que sacrificar a alguien para el beneficio de la mayoría”, añade. Por eso en 1981, Salvador Vicente tira la toalla. “Dejo la Guardia Civil saturado, como un despojo humano, un escombro”.

Tras su vuelta a Fuentes de Oñoro, donde vivía su madre, estuvo seis años encerrado en casa. “No podía trabajar ni hacer nada. No estaba bien de la cabeza. Estuve recuperándome de todo lo que había vivido. ¿Cómo me voy a sentir cuando homenajean a un tío que mató a mis amigos y a mí?”.

Por eso, tras años de lucha para que le reconocieran como víctima de ETA, asegura que son muchos los que, pese a seguir con vida y no tener secuelas físicas, continúan padeciendo todos aquellos años.

Ahora, para que todo el mundo se ponga en la piel de todos ellos, ha escrito “Fuimos carne de cañón”, un libro que asegura que le ha venido muy bien para recordar y curar heridas, aunque sabe que pese a todos los esfuerzos nunca podrá pasar página.

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