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Conocer la realidad en la que viven los mayores de 70 y 85 años salmantinos a través de sus propias voces. Con ese objetivo, Cáritas Diocesana de Salamanca ha desarrollado un estudio pionero que aborda a través de entrevistas las necesidades, reivindicaciones y anhelos de las personas jubiladas a través de grupos de discusión donde están representados residentes en los pueblos, capital, personas que viven solas en sus domicilios o en residencias de mayores en una provincia que pierde población y cada vez más envejecida: hay 2,2 mayores por cada menor de 16 años, realizado por el equipo de estudios de Cáritas Diocesana de Salamanca, Cáritas Española y equipo técnico ZIES Investigación y Consultoría.
Los mayores salmantinos coinciden en señalar la soledad no deseada y el “maltrato” de las administraciones con el proceso de digitalización en todos los ámbitos como una de sus principales reivindicaciones que califican como “deshumanización”, tal y como traslada uno de los participantes. Entre los trámites denuncian la exclusión financiera, las empresas proveedoras de servicios y de la propia administración pública en los trámites como la cita previa telefónica o el acceso a la Seguridad Social. Reconocen que en la mayoría de los casos tienen que recurrir a sus hijos para acceder a estas prestaciones y en el caso de no tener a nadie, dilatan el proceso hasta que en ocasiones se consumen los plazos.
En el caso de la ciudad, los mayores se sienten ajenos al despliegue de las nuevas tecnologías en la vida cotidiana y trasladan una palpable indignación con la atención sanitaria por teléfono, la necesidad de cita previa y los trámites con certificados electrónicos. “Yo llevaba muy mal la cita telefónica con el medio. No entendía nada y tenía que ser siempre mi hija la que me la tenía que hacer eso”, explica una participante en los grupos de discusión que inciden sobre todo en el trato a través del teléfono y la lentitud para conseguir las citas en los centros de salud. “Yo he tenido un problema, como todo el mundo a nuestras edades, pedí una cita y tardé 16 días de espera. ¿Cómo lo comemos?”.
El ámbito de la exclusión financiera coincide mayoritariamente con los reivindicaciones de Juan Carlos Sanz, persona que consiguió más de 600.000 firmas con el lema ‘Soy mayor, no idiota’: “Yo no voy a un cajero porque no lo entiendo, voy al otro lado y tampoco. Si no fuera por mis hijos, hasta para llamar al médico los necesito”, explica uno de los participantes que coincide con las de otros testimonios: “Yo la tarjeta no la he estrenado, ahí está, muerta en el cajón”.
En este sentido, consideran que el ámbito urbano se considera como “hostil” en función de que decaen las capacidades físicas e intelectuales. Por otro lado, en el apartado positivo facilita tener una mayor vida social por disponer de más oferta de actividades y recursos específicos. También critican la atención en servicios privados como proveedoras de energía o telefonía en la que denuncian un “trato abusivo y desconsiderado” a los mayores.
En el caso de los mayores que viven en el ámbito rural, hablan mayoritariamente de la ausencia de servicios públicos y privados que se ha visto acelerado tras la llegada de la covid. Muestran una postura mayoritaria de “resignación” asociada a la idea propia de que los pueblos pequeños “no tienen futuro”. La exclusión financiera por la incapacidad de desplazarse a otros pueblos por sí mismos, la supresión o reducción de rutas de transporte público y la pérdida del tejido comercial en estos ámbitos son las principales reivindicaciones que trasladan los mayores de las zonas rurales. Aunque las redes informales de vecinos constituyen una ayuda, el sentimiento de “carga” también les penaliza y acaban siendo insuficientes.
La mayoría de los mayores encuestados coinciden en el aumento de situaciones de soledad, deterioro cognitivo, falta de redes de apoyo y aislamiento social tras la pandemia que genera problemas de salud física y mental. E incluso de ser una carga para la familia. “El chaval mío está loco porque me vaya a Barcelona, pero no quiero fastidiarle la vida, pobrecito”.
El conjunto de los mayores encuestados coincide en que la “mayor felicidad” es compartir tiempo con sus hijos y nietos, aunque la incidencia de la emigración en la provincia, sobre todo entre los más jóvenes, hace que muchos se encuentren alejados de sus seres queridos.
Quienes tienen que cuidar de sus nietos no lo ven como una “sobrecarga” sino como una “suerte” porque facilita el cuidado de los pequeños y aumenta el contacto frecuente con los hijos. Todos coinciden en la importancia de la mejora en la vida laboral de sus descendientes, sin embargo, cuando se produce una emigración por motivos laborales lo experimentan como una “pérdida”.
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