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Massouda Kohistani, en las zonas verdes de La Chinchibarra. MANUEL LAYA
La afgana que por fin gritó libertad en Salamanca

La afgana que por fin gritó libertad en Salamanca

Massouda dejó atrás 39 años de vida en Kabul el 22 de agosto mientras huía tras haber recibido una paliza de un partidario de los talibanes. Aún se mira el brazo desde una ciudad en la que empieza a crear un nuevo futuro

Lunes, 25 de octubre 2021, 19:53

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‘Azadi’, en la lengua farsi significa libertad. Massouda pensó siempre en que era un término utópico de sus libros de Ciencias Políticas cuando estudiaba y luego esgrimía como activista de las mujeres en Afganistán. Sobre la cabeza lleva un pañuelo azul, una de las pocas prendas que pudo rescatar en aquella huida caótica en el aeropuerto de Kabul. Pasea lenta entre las zonas verdes de La Chinchibarra en una Salamanca de la que solo se deshace en elogios como “acogedora, simpática y humanitaria”.

“La misma mañana que dejé Kabul un hombre me pegó y me amenazó con denunciarme a los talibanes porque no estaba casada”

La llegada de los talibanes a Afganistán situó a Massouda en el punto de mira desde principios de agosto en que se hicieron con el poder. “Desde 2010 en adelante mis artículos y exposiciones activistas se fueron haciendo famosos y ya no solo se leían en Afganistán. Habían pasado la frontera para llegar a la India o Pakistán para criticar un sistema patriarcal en el que no se respetaba los derechos de las mujeres”. Sus artículos apoyados por la organización ‘Afgan Woman Network’ no gustaban en la ‘democracia’ afgana pero estaban obligados a escucharlos. Sin embargo, con los talibanes en el poder el riesgo se duplicaba. “Ellos nunca van a respetar ni la democracia, ni los derechos de las mujeres. En una entrevista un líder justificaba que no podía existir la igualdad en ningún ámbito porque ponía de ejemplo que ellos no podían estar embarazados. Esos argumentos tienen”, remarca sobre el sistema irracional ideológico que sustenta al Ejecutivo de Kabul. En plena llegada de los talibanes concedió una entrevista a una periodista española sobre su labor de activismo. Había dos partes: a la segunda no pudo presentarse. “Tenía mucho miedo y todo se precipitó. La misma mañana que dejé el país, un hombre me encontró por la calle y comenzó a pegarme haciéndome moratones en los brazos. Me dijo «ahora no hay democracia ni tenéis derechos, voy a llamar a los talibanes porque no estás casada y además van a detener a todos los hombres de tu familia”. El terror recorrió todo su cuerpo. Ante la insistencia de la periodista española para continuar la entrevista, esta empatizó al conocer su historia y le hizo una pregunta que le cambiaría la vida: ¿Quieres dejar el país? “No es que quiera, necesito dejarlo”, respondió. “Era un riesgo para mi y mi familia, pero debía correrlo”.

“Cuando llegué a España rompí a llorar porque lo había dejado todo atrás bajo amenazas y bombas. Pero también a toda mi familia”

Comenzó una carrera exprés de trámites un 22 de agosto con el pasaporte a través de WhatsApp y la cabeza clavada entre las rodillas tras el incidente que había tenido esa misma mañana. “No podía parar de llorar y tenía mucho miedo porque pensaba que podían entrar los talibanes en cualquier momento y arrestarme”, reconoce.

En su huida, no hubo besos ni despedidas. “No pude decir ni adiós a mi madre, ni a mis sobrinas”, recuerda. Un pañuelo sobre la cabeza, un bote de champú y un vestido. Ningún recuerdo. El olor a pólvora y los disparos eran el recibimiento que esperaba a los que planteaban salir de Kabul. Había tres puertas hacia el éxodo utópico de la libertad. En la primera, el acceso bloqueado por los soldados del Emirato Islámico que apaleaban a todo el que se acercaba. “Todo era completamente caótico y casi no había tiempo. Nos pegaban con fustas”. En la segunda, la misma suerte. Junto a la informadora española, rodeó completamente el aeropuerto hasta llegar al oasis de libertad que experimentó cuando la policía militar española pronunció su nombre en un listado: “Massouda Kohistani”. Ese suspiro sonó a eternidad. En el vuelo de Afganistán a Torrejón compartió suelo con cientos de compatriotas. No había incomodidad. Al llegar a España observó el letrero de ‘Welcome’ (Bienvenido). Se sentía libre. “Nunca olvidaré como pasé del bullicio y el alboroto de Kabul a aquellas palabras con las que me recibieron: Bienvenida a una tierra de paz”. Rompió a llorar. “Estallé a llorar porque lo había dejado todo atrás bajo las amenazas, las bombas, los disparos, pero también a toda mi familia de 17 miembros. Dejar mi país por este motivo es muy duro”, reconoce aún con una sensación que le sigue perturbando y que aún hoy no le permite dormir durante varias horas seguidas. El mantra se repite con un sentimiento de culpabilidad. Su familia siguió bajo alerta. “Mi sobrino se tuvo que ir a las montañas porque hablaba farsi y los talibanes no lo permiten”, reconoce. Necesita continuar la batalla contra el olvido. “Ahora mismo tengo que asumir que es imposible que yo vuelva a Afganistán, pero también me repito muchas veces ¿qué hago aquí”.

La acogida en Salamanca

Massouda llegó a Salamanca y pasó a la red de acogida bajo la tutela de Cepaim, una de las entidades que se encarga de gestionar las solicitudes de asilo. “Estoy en una ciudad muy acogedora y con gente simpática que me ha recibido bien desde el primer día”. Como ejemplo, ella ha querido continuar con su labor de activismo también desde su nuevo hogar. En colaboración con otras asociaciones de Salamanca celebró un acto para reivindicar los derechos de las mujeres en Afganistán. La respuesta le dejó sin palabras: “Se formó un gran círculo de gente en la Plaza Mayor en el que había hombres, mujeres, niños, personas mayores, todos unidos por una causa. Me emocionó muchísimo y me tocó el corazón”. Gracias a este colectivo, Massouda tiene un techo, comida, pero también oportunidades para tejer redes con las universidades y diferentes colectivos de la ciudad. “Para mí es todo nuevo desde el idioma que es uno de mis retos principales, a ir a la compra, la cultura. La palabra gracias se queda muy corta para expresar todo lo que han hecho por mí”, resume.

“Me tocó el corazón que en una protesta por las mujeres de Afganistán en la Plaza Mayor se formara un círculo de hombres, mujeres, niños y mayores”

La chaqueta que lleva procede de una donación y asegura que la labor que están realizando por ella, era la misma que ella prestaba a los afganos que se encontraban en situación de dificultad. “Es impresionante como el cuidado de todos los seres humanos, es independiente del país”. Massouda mantiene su labor de activismo y participará en varios eventos y congresos a nivel nacional, así como la necesidad de continuar formándose en sus estudios de Comunicación Política. “No quiero perder mi bagaje cultural”. Junto a esta labor, también se está haciendo cargo de iniciar en la escritura y la lectura a aquellos compatriotas afganos sin estudios que han llegado a Salamanca. “Les estoy enseñando a leer y escribir desde la base”.

El futuro de Massouda tiene la marca de la incertidumbre. “No sé lo que va a pasar. Pero necesito olvidar”. El paseo continúa mientras se vuelve a poner la mascarilla. Salamanca hoy es su tierra prometida.

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