«Me interesa hablar de personajes que están atrapados en las líneas del destino»
La crítica aplaude la tercera novela de la autora salmantina Pilar Fraile, 'Las leyes de la caza', un thriller rural con crítica social
R. Z.
Salamanca
Sábado, 18 de octubre 2025, 07:26
En 2021 su nombre saltó a los titulares al convertirse en la primera mujer en ganar, con su novela 'Días de euforia', el Premio de la Crítica de Castilla y León, que concede el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua. Era su segunda obra tras su debut 'Ventajas de la vida en el campo' (2018). Doctora en Teoría de la Literatura, autora de varios libros de relatos y poemarios, docente y columnista de prensa, la autora salmantina presenta hoy sábado en su tierra natal 'Las leyes de la caza', un thriller contemporáneo que, desde un escenario rural, reflexiona sobre la insatisfacción y la indolencia de nuestro tiempo y sacude algún que otro mito del tardocapitalismo.
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Está sumida en plena promoción de su novela. Este trajín es otro trabajo para el que un escritor debe prepararse.
—Está siendo bastante más jaleo de lo que había previsto, ocupa mucho tiempo y requiere coordinación. En realidad, la novela está teniendo muy buenas críticas. En los últimos años ha cambiado el modelo de venta de libros y las librerías se convierten en punto de encuentro entre lector y autor. Este fin de semana presento el libro en Salamanca y será mi primera salida, pero se está produciendo un efecto cascada que me alegra mucho y es muy emocionante.
'Las leyes de la caza' cuenta la historia de Jana, una madre que intenta, junto a su hijo, superar un traumático divorcio y que, en su búsqueda de una salida emocional, se traslada a un pueblo de montaña donde se une a una inquietante comunidad. Un día, el pequeño desaparece y se desata el drama. ¿Cuánto hay de fábula en esta historia? ¿Cómo describiría la trama?
—Creo que el concepto de fábula se acerca más o menos a lo que es la estructura profunda del libro. Diría fábula moral, porque a mí lo que me interesa como escritora es hablar de nuestra manera de hacer las cosas. ¿Por qué las hacemos? ¿Sobre qué valores las sustentamos? Y luego está, por debajo, la estructura de tragedia, en la que los personajes tratan de luchar contra algo que de alguna manera se les impone.
Como en las tragedias griegas.
—Sí, en general mis novelas tienen cierto tinte de tragedia griega. Existe un debate sobre la causalidad: en la narrativa, digamos, burguesa, los personajes son dueños de su destino y sus decisiones los llevan a un sitio o a otro. Pero yo creo que hay que empezar a poner el acento en que casi nunca es así: hay otros factores que nos llevan por unos derroteros u otros. Y me interesa poner sobre la mesa personajes que están atrapados en esas líneas del destino.
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En 'Las leyes de la caza' hay críticas a la corrupción policial, a la voracidad de la prensa, incluso a los turistas que aparecen por el pueblo. ¿Cuánto hay de licencia de ficción y cuánto de posición de la autora?
—A ver, la novela tiene un narrador en tercera persona que, por supuesto, no coincide conmigo y que focaliza en los distintos personajes en un tono muy flaubertiano, como ha destacado la crítica. Y es que Flaubert es uno de mis escritores favoritos. Las críticas que hay, y que pueden ser un poco exageradas, ayudan a que funcione la estructura del thriller.
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Su novela plantea también el dilema de intereses entre los animalistas y los cazadores, un asunto que despierta desde hace años polémica en territorios como Castilla y León.
—Es que yo soy de esta tierra. Crecí en Puente del Congosto y hasta los 21 años vivimos en Salamanca. Allí estaba mi casa familiar hasta que mi madre falleció, y después mi padre se vino con nosotros a Madrid. Además de lo que he estudiado para documentarme, conozco de primera mano la realidad del campo y las disputas que se viven, igual que sucede aquí donde vivo, cerca del valle del Tiétar.
Hay un dato curioso que ha comentado en alguna ocasión. Usted siempre decide el título de sus obras antes de escribirlas, una vez concebida la idea de la historia. ¿Se le está pegando esta práctica periodística después de seis años como columnista en El País?
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—Sí y no. En realidad, los títulos de todos mis libros, tanto novelas y relatos como poesía, los suelo tener antes de escribirlos, cuando las ideas aún están en mi imaginación. Y alguna vez que se ha intentado cambiar, no ha funcionado y hemos vuelto al original. Y sobre lo que decía de mi faceta de articulista, me gustaría pensar que se me ha pegado lo bueno, y me refiero a la facilidad para titular y despertar interés desde las primeras frases.
En 2021 ganó el Premio de la Crítica de Castilla y León por su novela 'Días de euforia'. ¿Qué resaca le dejó aquella euforia?
—Un premio de ese calibre fue una alegría muy grande, que me aportó la sensación de que mi trabajo iba por el buen camino. Pero en mi carrera literaria tampoco es algo que influya muchísimo, porque aunque un premio tenga peso, el mundo de las ventas de libros es otra cosa. Lo que más valoro hoy de aquel premio es que me volvió a conectar con Castilla y León y me permitió conocer a muchas personas con las que ahora tengo contacto. Y eso no tiene precio.
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Se destacó entonces que usted fue la primera mujer premiada con ese galardón. ¿En esta tierra faltan escritoras o es que no se las reconoce como es debido?
—Ese es un tema muy complejo. En un proyecto en el que trabajé sobre promoción de la lectura, se constataba que la cifra de autores masculinos era apabullantemente mayor. Había mujeres, claro, pero estaban muy invisibilizadas porque la crítica literaria, los poderes institucionales, etc., eran predominantemente masculinos. Pensamos en Carmen Martín Gaite, pero lo cierto es que llegaban muy pocas. Y con el papel social que tenía la mujer, dedicarse a escribir les resultaba mucho más difícil. Es cierto que en el siglo XXI las cosas han cambiado, pero esa dinámica patriarcal aún no se ha erradicado del todo. La mayoría de críticos y de editores siguen siendo varones. Y luego están los antiguos prejuicios que vinculan la literatura masculina a los asuntos «serios» y la femenina a temas más relacionados con el cuerpo, la sexualidad... A mí lo que me interesa es dialogar con la historia y poner sobre la mesa cosas que creo que hay que plantear del mundo actual.
En 'Días de euforia' abordaba el tema de la cara oscura de la tecnología, que nos conecta y al mismo tiempo nos deshumaniza. ¿Cuánto le preocupa?
—Sí, es un asunto muy interesante. Se le puede llamar feudalismo tecnológico, cuarta revolución científica, como se quiera, pero estos desarrollos nos están cambiando la vida, como ha hecho siempre la tecnología. Piense en la rueda, la imprenta, la máquina de vapor... Yo creo que lo que se está poniendo en entredicho ahora mismo es que los desarrollos tecnológicos tal y como se plantean en la actualidad nos lleven de verdad a un mayor progreso, entendido en un sentido muy amplio como progreso social y moral. Los debates sobre los pros y los contras de las redes sociales no faltan en cualquier café con los amigos.
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Mirándose a sí misma unos años atrás, ¿cómo cree que ha evolucionado en este tiempo como escritora?
—Se aprende mucha técnica. La primera novela cuesta más que la segunda, y esta más que la tercera. Se aprende a usar las herramientas. Y haciendo talleres, dos másteres, un doctorado... pues una acaba teniendo un bagaje. Se gana cierta seguridad, porque el oficio de artista tiene siempre cierta incertidumbre, que es algo intrínseco al oficio. Pero esa incertidumbre es también el acicate a la hora de hacer cosas nuevas. Y eso ahora me da menos miedo que antes.
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