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Miércoles, 4 de marzo 2020, 13:15
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La Compañía de Jesús publicó el día 4 de febrero la esquela en LA GACETA de uno de sus miembros, el padre Manuel Carreira Vérez. Así acabó la apasionante historia de vida que cerró el día de San Blas por la tarde en la residencia de los Jesuitas de la ciudad del Tormes. Carreira fue un reconocido astrofísico, alumno del descubridor del neutrino Glyde Cowan, inventor, extraordinario fotógrafo del cosmos, colaborador de la NASA, del Observatorio Astronómico Vaticano y, por encima de todas las cosas, un enorme comunicador al que llamaban desde medio mundo para que ofreciera sus conferencias, especialmente aquella en la que atrapaba al público al comenzar explicando las partículas infraatómicas para terminar con la galaxia. “Eran hasta dulces”, recuerda Antonio Pérez García, jesuita y compañero de Carreira durante 27 años.
Aunque nació en Villarube, en la Coruña, su etapa de noviciado y juniorado la realizó en Salamanca, para partir a Comillas, donde se licenció en Filosofía, y a Estados Unidos, donde cursó Teología en West Waden Sprinntg, y en Cleveland Ciencias Físicas y Astronomía, así como Ciencias Físicas y Cosmología. Era la década de los 60 y 70 del siglo pasado cuando experimentó su mayor esplendor científico, que por mala suerte duró poco. Generalmente a nivel investigador si alguien entra en un equipo reconocido continúa en él y sigue investigando.
Alumno de un Premio Nobel. “Eligió a Glyde Cowan para que dirigiera su tesis y acertó”, relata Antonio Pérez. Con Cowan entró un kilómetro bajo tierra en una mina abandonada para registrar en sus pantallas los rayos que atravesaban el casi kilómetro de tierra que les separaba de la superficie y que ejercía de filtro de las partículas que llegaban del espacio lejano. Así elaboró un mapa de sus impactos, su naturaleza, su frecuencia y sus direcciones, un trabajo por el que le llamaron los doctores Hall Crammel y Kluss FitsFritsch del equipo de la NASA. Pero Cowan murió en 1974 —su compañero recogió en 1995 el Premio Nobel en nombre de los dos— y Carreira abandonó su faceta investigadora para profundizar en una nueva etapa como profesor y divulgador con la que fue ampliamente reconocido.
Era un conferenciante incansable. Impartió sus ponencias en México, Colombia, Perú, Argentina, Uruguay, Chile, Alemania, Irlanda, España; el Club Pasteur y el Mensa de Cleveland, Kent y Miami, así como en la Sociedad Geofísica de Ohio. “Solía ser invitado a los mismos sitios una y otra vez. Su estilo, las diapositivas que acompañaban su discurso y su claridad encantaban. Uno no quería que acabase de hablar”, recuerda su compañero y amigo. Ese gancho lo supo aprovechar después la televisión y además de participar en una serie de 13 programas sobre “De la ciencia a Dios”, sostuvo durante tiempo un programa semanal de la cadena de televisión intereconomía. A pesar de su faceta dulce y sensible, Antonio Pérez destaca que cuando tocaba el tema religioso era conservador y aguerrido, “algunas conferencias llegaban incluso a la violencia. Era fácil verle navegar entre ambas facetas”.
La Universidad John Carrol le otorgó en 1987 la “Centennial medal” por contribución a través de sus fotografías de la Compañía de Jesús y, en 1999, la Xunta le reconoció la Medalla Castellao como gallego ilustre. Su perfil científico se apoyaba en una importante fe que defendía con uñas y dientes.
En 2016 acabó su etapa como profesor y conferenciante para ingresar en la residencia de los Jesuitas de Salamanca. El alzhéimer empezó a borrar su memoria y con ella su apasionante trayectoria internacional.
Además de conferenciante, Carreira fue profesor de Filosofía y Naturaleza en la Universidad de Comillas y en la Católica John Carrol de Cleveland, en Estados Unidos. También enseñó Ciencias Humanas y sociales. Montó un taller a lo largo de los años en el que creó artilugios. En Estados Unidos tenía patentado un invento con el que podía ver las estrellas mirando hacia abajo gracias a una serie de espejos. La revista sky and telescope lo contó entre los diez productos más importantes del año 2001. Una empresa compró la patente y comenzó a fabricarlo, aunque solo vendía seis o siete al año. “No nos haremos ricos”, solía apuntar con ironía el profesor. También creó con unos espejos y medio bidón un artilugio con el que se podía recorrer la distancia de un telescopio convencional de varios metros. Pero su conocimiento de fotografía cósmica no se quedó atrás, ofreciendo en el Observatorio Astronómico del Vaticano cursos de uso de fotografía astronómica para el que se exigía el doctorado en Astrofísica.
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