La diadema de diamantes y perlas robada en el Louvre, en el Palacio de Monterrey
Dada su estrecha vinculación con María Eugenia de Montijo, la Casa de Alba posee un cuadro en el que la emperatriz francesa luce una de las joyas que el domingo se sustrajeron del museo más visitado del mundo
Con sus 212 perlas y sus 1.998 diamantes, una de las joyas desaparecidas en el insólito robo al Museo del Louvre del pasado domingo puede contemplarse en Salamanca. La diadema de la emperatriz María Eugenia de Montijo, que la Policía francesa busca sin descanso junto a las otras ocho valiosas piezas sustraídas, se encuentra sobre la cabeza de su propietaria original. La luce en el retrato que se custodia en el Palacio de Monterrey, propiedad de la Casa de Alba, con la que la mujer de Napoleón III mantuvo una estrecha relación.
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En una de las estancias privadas del palacio, sobre una chimenea, se encuentra el cuadro de María Eugenia de Montijo con la diadema diseñada por Alexandre-Gabriel Lemonnier en el año 1853. No es la pintura que realizó el alemán Franz Xavier Winterhalter en 1962, el artista que más retrató a la emperatriz Isabel de Baviera, popularmente conocida como Sissí. El cuadro original se quemó, según explican fuentes de la Casa de Alba. Se trata de una copia de la época. En ella, la granadina que llegó a ser reina de Francia posa con la valiosísima diadema. Custodia también bajo su mano derecha una corona muy similar a la que el comando de cuatro ladrones que asaltaron el Louvre perdieron en su huida. A pesar que comparten un diseño muy similar, la que se ha recuperado tras el robo tiene esmeraldas y diamantes, y la del lienzo tiene también rubíes engastados.
Pese a que se encuentra en una estancia no incluida en la visita turística, el cuadro se ha exhibido al público durante meses en Alba de Tormes. Gracias a un acuerdo con el duque, Carlos Fitz-James-Stuart y Martínez de Irujo, se integró en la exposición 'De Claris Mulieribus: Santas, Mártires, Sabias', una muestra que hasta principios de este año rindió homenaje a mujeres ilustres en la historia desde el siglo VI a.C. hasta la actualidad, a lo largo de más de 200 obras.
Aunque gran parte del patrimonio que la emperatriz legó a la Casa de Alba se encuentra en el Palacio de Liria (Madrid), en el Monterrey aún se conserva una elegante cama con dosel que María Eugenia de Montijo regaló a su sobrino nieto político, el XVII duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, con quien mantuvo muy buena relación. El lecho se conserva en una de las estancias privadas del edificio, no incluida en las visitas por el interior del palacio que se ofrecen al público.
Pero, ¿de dónde surge esa estrecha relación de la propietaria de las joyas robadas en el Louvre con Salamanca? María Manuela Kirkpatrick casó en 1844 a su hija mayor, María Francisca de Sales Portocarrero, con uno de los hombres más ricos de Europa, Jacobo Fitz-James Stuart, XV duque de Alba. A la hermana menor de esta, María Eugenia, la desposó con un emperador, Napoleón III, que acababa de ser rechazado por la sobrina de la reina Victoria de Inglaterra. Esta vinculación familiar liga con la provincia charra a la última de las reinas de Francia, quien murió el 11 de julio de 1920 en el Palacio de Liria.
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Paca Alba, como se conocía a María Francisca, falleció joven. Tras ser diagnosticada de tuberculosis, la emperatriz le envió su yate a Alicante para tratar de ofrecerle los cuidados médicos que requería. Fue trasladada a París donde falleció en 1860. Ante ello, María Eugenia de Montijo se preocupó de proteger el legado de su hermana, así como del cuidado de sus sobrinos, según explica Esther del Brío, catedrática de Economía de la Universidad de Salamanca, pero estudiosa también de las mujeres que han dejado huella en la historia de Salamanca.
Una vez destronado Napoleón III, María Eugenia se exilió a Inglaterra. Pese a convertirse en icono de la moda y ser una de las primeras «influencer» de la historia, la grande de España que estuvo presente en la inauguración del canal de Suez y promovió la integración de las mujeres en la Universidad de la Sorbona nunca perdió la relación con la Casa de Alba. Hay constancia de su paso por el Palacio de Liria (Madrid), así como por la Quinta de Carabanchel y el Palacio de Dueñas de Sevilla, propiedades del ducado. Sin embargo, no hay constancia de que se alojara en el salmantino Palacio de Monterrey, aunque en él se encuentra su cama.
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Gran parte del patrimonio de la emperatriz pasó a ser propiedad de los duques de Alba tras su fallecimiento. No fue el caso de las joyas reales que se quedaron en Francia tras la caída del imperio de Napoleón III. Pero en la III República no tenían especial aprecio a estos tesoros y muchos se sacaron a subasta, concretamente las piezas que el pasado domingo fueron robadas del museo más visitado del mundo. Fue en el siglo XX cuando, gracias a los esfuerzos de la Asociación de Amigos del Louvre, se logró recuperarlas y pasaron a formar parte del patrimonio nacional del país galo. Por eso, la diadema que la emperatriz de origen granadino luce en el cuadro de Winterhalter se podía contemplar en la pinacoteca francesa hasta que el pasado domingo fue sustraída en un robo que ha evidenciado la falta de seguridad del Louvre. Las piezas estaban en dos vitrinas de la galería Apolo, una conocida como la de los diamantes y otra que contenía joyas del Segundo Imperio. En esta última estaba la corona de la emperatriz Eugenia de Montijo. Entre lo que se llevaron los ladrones está la diadema de la reina María Amelia y de la reina Hortensia; un collar del conjunto de zafiro de las mismas reinas; un pendiente de ese mismo conjunto; un collar de esmeraldas de la reina María Luisa; un par de pendientes de esmeralda de María Luisa; un broche; y la diadema y un broche de la emperatriz Eugenia.
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