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Daniel del Castillo
Martes, 23 de julio 2024, 15:37
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El ser humano siente la necesidad de pasear. Iniciar el movimiento que demuestre la plena confianza en el lugar desconocido al que uno se dirige, avanzar sabiendo que allá donde uno vaya, es donde realmente donde quiere ir, aún sin pensar en cual es ese sitio.
Uno se puede encontrar en Salamanca con muchas cosas en las que pararse, y, allí, donde la crítica y el público tienen su origen, también se encuentra su razón. La Plaza de los Bandos, en donde, por mucho que se acabe de iniciar ese paseo, es de obligatorio cumplimiento pararse, es testigo de un recuerdo que este martes cumple 24 años de un luto perenne, y en diciembre, cumplirá 99 de un nacimiento que se consagró a la eternidad a través de sus libros.
De todas las emociones que uno puede recibir en esta plaza, llama la atención la frialdad de una escultura tallada en bronce y que acompaña a todo aquel que quiera ir a un balneario (obra de la escritora en 1955), 'irse de casa' (1998) o conocer la historia de 'Caperucita en Manhattan' (1990).
La escultura que se encuentra en los bandos está dedicada a Carmen Martín Gaite, escritora salmantina que falleció un 23 de julio del año 2000. 24 años después de su muerte, su legado no solo permanece en bibliotecas, sino también en los versos que hacen propios tantos lectores, quienes realmente hacen perdurar su herencia inmortal, la de las letras.
Carmen Martín Gaite nació en Salamanca en el año 1925. No acudió a ningún tipo de escuela. Su padre, José Martín, de ideas liberales, rechazaba la idea de que su hija fuera educada por las instituciones religiosas. Él mismo instruyó en las letras a sus dos hijas, Carmen y Ana.
La Guerra Civil obligó a Carmen a estudiar el bachillerato en el Instituto femenino de Salamanca, hoy el Lucía de Medrano, y no en Madrid, como su hermana Ana.
Como si fuera algo sencillo el hecho de representar a través de las palabras el panorama de la Salamanca en posguerra, Carmen Martín Gaite comenzó a escribir su primera novela, 'Entre visillos'. Pese a que hay teorías que definen la época de la narración entre los años 50, si se centra la atención en que 'Natalia', alter ego de Carmen en la obra, tiene 16 años, hace pensar en que los hechos se desarrollan a partir de los años 40 en la capital charra.
La obra narra desde las fiestas de la ciudad en septiembre hasta la llegada de la Navidad. Los personajes interactúan pero marcando una diferencia entre los hombres y las mujeres, quienes, estas últimas, están relegadas a las tareas del hogar mientras los hombres protagonizan las tertulias del casino. Escritora y obra se alzaron con el Premio Nadal del año 1957. En 1998 obtuvo el Príncipe de Asturias de las letras.
De los dos hijos que contrajo en el matrimonio con Rafael Sánchez Ferlosio, el primero falleció a los ocho meses. Dos años después, Carmen dio a luz a una niña que se llamaría Marta, fue filóloga y colaboró el el conocido programa de televisión española «La Clave», pero perdió la vida con 28 años por su relación con las drogas y su posterior diagnóstico de SIDA.
Desde su llegada a Madrid, Carmen Martín Gaite vivió siempre en el barrio del Retiro, por donde le gustaba pasear. En el año 2000 se le diagnosticó el cáncer que acabó con su vida el 23 de julio.
El legado de la escritora salmantina tiene obras como 'El balneario', 'El cuarto de atrás', y 'Caperucita en Manhattan'. Alcanza más de 40 volúmenes, entre los que hay géneros como la poesía, la narrativa, relato y novela corta. Los premios que recibió muestran el verdadero significado de una vocación de entrega al servicio público más puro, el de enseñar sin necesidad de argumentos, sino a través de sentimientos que se pueden reflejar en palabras que nunca encontrarán el olvido.
A Carmen Martín Gaite le hubiera encantado que de ese paseo con el que uno se encuentra con su escultura, se hubiera fijado en ella, aunque seguro que dudaría de que los que pasasen por allí, se parasen a mirar. Y es que, en su obra 'De viva voz' muestra preocupación por quienes pasean y no miran: «Parecerá una bobada, pero ahora no se miran las cosas con pausa, porque no se pasea, y yo creo que el que no pasea no se entera bien de nada, porque no mira».
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