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Lunes, 4 de octubre 2021, 17:10
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El jurado del Premio de Novela Ciudad de Salamanca se fijó en la obra del escritor Xavier Carbonell, un joven periodista residente en el corazón cubano hasta el que llegaron las bases de un certamen que le permitirá seguir con su pasión literaria. “El fin del juego” ya queda en la historia de la vigesimoquinta edición del premio. No es casualidad que el Premio haya llegado a Cuba. En esta edición ha habido participantes de 32 países con gran presencia de Argentina (231), Colombia (73) o México (68). De hecho, del país cubano han concurrido otras 48 novelas. Carbonell es corresponsal de la Asociación Católica Mundial y ya ha obtenido otros premios, sin tanto prestigio como el actual, como el Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara en 2020 o el Premio de Periodismo Cultural Paco Rabal.
¿Qué ha supuesto conseguir el Premio Novela Ciudad de Salamanca?
Un premio de este calibre lo pone a uno, de pronto, frente a toda clase de situaciones nuevas. Cuando uno tiene una carrera más sólida, de un par de décadas al menos, siempre se está preparado para esto. Sin embargo, a mi edad todo se recibe con inquietud. Escribo novelas desde los veinte años, ‘secretamente’, con la comodidad del desconocimiento. Trabajo como editor en mi ciudad y como periodista para varios medios. Pero este premio supone, de cierto modo, una encrucijada creativa: quizás sea el momento de explorar más los límites de la ficción, saber qué puedo decir en los próximos tres, cinco años, y seguir trabajando el lenguaje para ello. Dedicarme más a fondo a la novela. Vamos a ver qué pasa.
¿Es el reconocimiento de más prestigio y cuantía en su trayectoria?
Sí, desde luego. Había recibido antes, en España, el Premio Paco Rabal de Periodismo Cultural, en la categoría de Joven Promesa, por una serie de artículos sobre cine cubano. También recibí un premio en Cuba en 2020, por mi primera novela, que aún no se ha publicado. Pero este ha sido un premio-catapulta, no solo por el impulso económico, que se traduce en tiempo y comodidad para seguir escribiendo, sino porque será la primera vez que publiquen una novela mía en el extranjero. Cuando uno tiene 26 años y vive en el interior de Cuba, esta circunstancia es, como mínimo, increíble.
Es un Premio en el que había una gran competencia, ¿cuáles han sido los ingredientes que pueden haber convencido al jurado entre las otras 1.263 novelas?
Un gran honor y también mucha suerte. Agradezco mucho al jurado, que es extraordinario y muy prestigioso. Estoy seguro de que, entre más de mil novelas, alguna tiene que ser mucho mejor que la mía. Sucede que quizás ‘El fin del juego’ corrió con un poco más de fortuna, fue leída probablemente en el momento preciso, despertó algún tipo de sentimiento de cercanía con el lector, se le notaba el olor del tabaco, el calor del trópico. A lo mejor tanto cariño por Cuba, su cultura, su lenguaje, fue lo decisivo. En todo caso, estoy muy agradecido a los que apostaron por esta historia.
¿Cómo llega a usted la posibilidad de participar en un certamen a 6.985 kilómetros de distancia?
Escuché del premio en plataformas de noticias para escritores, leí la convocatoria y puedo decirle con entera franqueza que cuando vi la ‘recompensa’, la oportunidad de publicación, y el valor simbólico que tenía, dije: “bueno, lo envío de todos modos”, pero sin ninguna esperanza de ganar. Como el humor cubano no conoce límites razonables, hasta que no hablé con el alcalde y vi la noticia en los periódicos dejé abierta la posibilidad de que se tratara de una broma.
¿Cuál es la línea argumental de ‘El fin del juego?
La novela puede ser considerada, en lo lineal, como un relato más o menos policial: un hombre busca explicación para dieciséis litografías misteriosas que ha encontrado. Esas imágenes lo hechizan, le cambian la vida, van llevándolo dentro de un laberinto de complicaciones. Pero también es una aventura metafísica al interior de lo cubano: un homenaje a maestros que han guiado mi escritura siempre —José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante, Fernando Ortiz, Severo Sarduy— y aquello que la isla tiene de entrañable, el tabaco, la música, el café, la amistad perruna, la comida, los «safaris semánticos». También contiene mucho dolor, mucha ausencia que necesita colmarse, un vacío que al final se llena de palabras y no de muerte.
¿Influyó de alguna manera la pandemia en su faceta de escritor?
Escribí ‘El fin del juego’ en el segundo semestre de 2019, cuando aún no sabíamos nada de la pandemia (acababa de graduarme en Filología y ya había comenzado a trabajar como editor en una revista). Luego la guardé por un tiempo, como los libros viejos de los que habla la novela. La envié a un par de concursos y me dediqué a escribir otras cosas —dos novelas más y mucho periodismo—. A pesar de todo el dolor y las pérdidas, la pandemia ha sido buena para escribir y mejor para leer. La escritura es siempre un culto a la soledad.
¿Qué va a suponer este premio para su carrera, aún empezando?
Un impulso y una responsabilidad, pero los acojo ambos con gusto.
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