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El abogado colombiano ha defendido durante prácticamente sus 46 años de profesión a mafiosos, entre ellos a Pablo Escobar. No lo oculta, porque no estudió «para defender a monjas». Admite que sigue vivo porque nunca sobrepasó el límite de lo profesional con sus clientes, aunque le han amenazado en su despacho, por teléfono y le han enviado coronas de flores. Visita Salamanca y San Miguel de Valero acompañado por el escritor salmantino Santiago Alonso, que acaba de publicar el libro «Desmontando las narcoseries. Mitos del Cártel de Medellín».
Gustavo Salazar y el pago al gobierno de Felipe González
¿No le molesta que le llamen abogado de la mafia?
-No y es verdad que no hay muchos abogados que elijan este tipo de cliente.
¿Por qué empezó a representarles?
-Sencillamente porque el día que me gradué no fue para defender a monjas, sino a criminales. Moralmente, legalmente, cualquier individuo es digno de ser defendido. Carrara decía que de los 200 delitos que puede haber en un Código a todos se nos pueden imputar al menos uno o dos a lo largo de la vida.
¿Cómo empezó a contactar con ellos?
-Se me nombró defensor de oficio de Jon Hader Álvarez, el primer extraditado en Colombia por narcotráfico, más o menos a los dos o tres años de haberme graduado, nadie lo conocía. Por esas fechas empezó ya a surgir el tema de la extradición. Se me llamó para dar conceptos sobre los años 82-86, hasta diciembre que fue declarada ilegal la extradición.
Impacta que se presente a las claras como defensor de la mafia.
-Claro y todavía lo hago. A día de hoy un sobrino mío se encuentra en la República Argentina defendiendo un caso de narcotráfico transnacional: Bolivia, Paraguay y Argentina. Se me llama muy a menudo y creo que en el mundo muy poquitos han defendido tantos mafiosos como yo, igual que he defendido gente de a pie y personas humildes. Hago igual la defensa para un Pablo Escobar, para un Rodríguez Gacha, para un Pacho Herrera que para el campesino más humilde.
¿Entre sus clientes, Pablo Escobar es el más conocido?
-Sí, es el mundialmente más conocido. Pacho Herrera, por ejemplo, no es tan conocido pero es uno de los narcos más ricos. Incluso José Gonzalo Rodríguez Gacha era diez veces más mafioso, ya que mandaba más droga que Pablo Escobar y fui abogado de él mucho antes.
¿Cómo empezó con Escobar?
-Se me llamó más o menos hacia el año 1983 para participar en el programa «El Juicio» en contra de la extradición, que entonces estaba de moda en la televisión de Colombia
¿A partir de ahí defendió a miembros de la mafia colombiana?
-Ya había defendido por supuesto a Los Extraditables, el grupo dirigido por Pablo Escobar.
¿Quiénes eran Los Extraditables?
-Era un grupo clandestino, algo así como ETA, un grupo terrorista, por supuesto, porque ponían bombas, secuestraba, mataban... Estaba conformado por supuestamente todos aquellos que tenían la potencialidad de ser enviados en extradición, liderados por Pablo Escobar. Ellos decían: «Preferimos una tumba en Colombia que una celda o un calabozo en Estados Unidos».
¿Ahí empezó todo?
-Sí, porque yo me había convertido, más o menos, en erudito en la materia tras dos años de especialización y maestría en Derecho Penal y Criminología. Llevo 46 años trabajando únicamente en derecho criminal.
¿Cómo fue ese primer contacto con Pablo Escobar?
-Ellos lo contrataban a uno por intermediarios. Me llamaron unos abogados que tenían las oficinas en el barrio aristocrático de Medellín. Se me llamó y se me dijo: «Usted va a trabajar para un grupo liderado por Pablo Escobar». La verdad es que en ese momento no lo conocía, ni me interesaba.
¿Por qué no le interesaba saber quién era Pablo Escobar?
-Yo iba a las reuniones y no preguntaba «usted cómo se llamaba». Les decía: «Señores, qué quieren». Muchas veces me decían: «ve al señor que le dirige a la palabra, es Pablo Escobar, el señor es Roberto Escobar, el señor es...». No me importa. Simplemente iba a trabajar para un grupo y me pagaban.
¿Cuál fue su primera impresión sobre Pablo Escobar?
-De todos estos señores, normalmente, la impresión era de hombres sencillos, campesinos. Por lo menos Pablo no era un hombre que mostraba mucho. Era un hombre de bigote, de ruana (un poncho sin mangas) y sencillo.
¿Su presencia impactaba?
-Era un hombre sencillo, como «El Mexicano», como «Los Mejías» o como Pacho Herrera, nada de hombres del otro mundo. De un trato sencillo, callados. Por ejemplo, Urdinola era un campesino que se dedicó casi toda su vida a asistir una carnicería.
¿El trabajo con Escobar le permitió conocer sus actividades?
-No, al contrario. Nunca, y esa la razón por la que doy gracias a la vida, al cosmos y a la naturaleza de que esté vivo. Nunca quise ir con ellos ni de fiesta, excepcionalmente lo hice, ni mezclarme. Lo mío era escribir, estar en los estrados judiciales… Les dije: «Conmigo no cuenten para nada distinto a lo profesional».
¿Cómo llegó a conocer la supuesta entrega de 5 millones de dólares al Gobierno de Felipe González?
-En junio de 1984 conozco en España a Jaime Piedrahíta Cardona. Después me contó que efectivamente él fue uno de los abogados que en España dirigió la defensa de Jorge Luis Ochoa Vázquez (del Cártel de Medellín) y del señor Gilberto Rodríguez Orejuela (del Cártel de Cali), capturados en Majadahonda. Del 84 al 86 se llevó a cabo ese proceso en el que indudablemente hubo dinero, 5 millones de dólares, para el Ejecutivo de la época. No sé si se lo darían directamente a Felipe González, pero para el Gobierno del señor González lo hubo, que lo haya recibido un ministro o un tercero... Pero lo hubo y eso está corroborado. Inclusive en el libro del señor Santiago Alonso se documenta de una fuente de primera línea aquí en España.
Se trata de una afirmación polémica. ¿Alguna vez le habló Escobar de ello?
-No, porque directamente el proceso de extradición lo manejaron los hermanos de Ochoa. Pablo no tuvo nada que ver, aunque era muy amigo de González. Ese dinero salió del Cártel de Medellín, pero no de Pablo Escobar. Esto lo manejaron los Rodríguez Orejuela con los Ochoa Vázquez. Ese dinero era para evitar la extradición a EEUU que tramitó la Audiencia Nacional, que finalmente no se produjo y les llevaron a Colombia. La jugada era maestra.
¿Cómo era el día a día con Escobar?
-Lo que se sabía era que él iba a La Oficina, que eran varios apartamentos, y allí recibía a su gente y hacía sus negocios de narcotráfico. Lo más bello es que de noche trabajaba por los pobres. Iba a los barrios a construir, a delinear el barrio que hoy alberga a 2.700 familias. Les llevaba luz, les llevaba estadios, les hacía casas. La revista «Manos» en el 82 dijo «Nació el Robin Hood colombiano». Pablo en sus inicios era un hombre de un alma sensible, es que solamente se habla del Pablo que ponía muchas bombas en el avión de Avianca, en los centros comerciales... Pero Pablo en sus inicios era un hombre bondadoso, de un alma y una gran sensibilidad.
¿Qué ocurrió con el cártel cuando mataron a Pablo Escobar?
-Recuerdo que fue un jueves. Por casualidad, me encontraba yo en diligencias con varios muchachos del Cárcel de Medellín. Ahí me dijeron: «Doctor hay que suspender las diligencias que acaban de matar a Pablo Escobar». Para venderlo al mundo, mataron a un criminal. La misma prensa decía que se acaba el narcotráfico y la hermana de Pablo les dijo: «Señor periodista, ¿usted cree que matando a mi hermano se acaba el narcotráfico? Está muy equivocado». La estructura del narcotráfico funciona porque los políticos son los aliados clandestinos, explícitos o implícitos. Jamás hubiera podido operar los cárteles sin la anuencia en Estados Unidos, en Cuba, en Centroamérica, en donde sea. La mafia no es la cocaína, la mafia es un concepto de poder.
¿Usted cree moralmente que es positivo que se eleve a la categoría de mito una persona así?
-Los mitos le hacen falta al ser humano porque necesita creer en algo y crear héroes. Le fascinan los mitos.
¿Por qué cree que está vivo?
-(Silencio largo) Han muerto más de 800 abogados por la mafia en México y en Colombia pasan de los 200. En mi caso la respuesta es sencilla: Jamás mentí ni hice nada distinto a abogar en los estrados judiciales. Yo nunca me metí en temas de vaya y lleve esta carta... No. Cada abogado que sirvió de estafeta fue ejecutado por los Pepes, los perseguidos por Pablo, los enemigos. A mí ellos me juzgaron en Bogotá y a mediados del año 93 me retuvieron, me llevaron en una camioneta y yo les dije: «Señores, se están equivocando. Yo no hago más que defender en derecho». Por eso estoy vivo. Cuando defendía a El Mexicano me mandaron coronas fúnebres con una leyenda nada grata: «Gustavo Salazar Pineda, descansa en paz». Me llegaban sufragios, llamadas telefónicas de agentes del estado secretos. No me dejaban dormir. Me decían, «vas a morir hijo de puta por defender a ese criminal». Pero no renuncié porque nunca creí que hacían nada ilegal.
¿Teme por su vida?
-No ahora, pero el que diga que no siente miedo es un fanfarrón. Nunca puedes decir jamás sentí miedo. Incluso me tocó enfrentar en mi oficina a un supuesto sicario del Cárcel de Medellín que me reclamaba porque yo visitaba más a Pacho Herrera que a él. Sentí miedo, claro, pero no fue superior a mi razón.
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