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La Gaceta
Martes, 26 de noviembre 2024, 18:20
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Cuenta la leyenda que en un municipio salmantino una crecida cambió la historia de la localidad para siempre. Fue un antes y un después para estos salmantinos que incluso se quedarían con un nuevo sobrenombre. Incluso Iker Jiménez quedó fascinado de esta leyenda.
Un día el río Margañán se desbordó y la localidad de Santiago de la Puebla sufría sus consecuencias, pero con un protagonista tan inesperado como terrorífico. El fuerte caudal había provocado que un caimán llegara a la localidad salmantina. Cuando el nivel del agua volvió a su posición natural, los vecinos regresaron a la normalidad, pero el animal no se había ido.
Pasó el tiempo sin que nadie se percatase de que el caimán estaba todavía en las aguas del río Margañán a su paso por esta localidad. Un día unos niños jugaban despreocupados a la orilla del río. El caimán hambriento no tuvo reparos en lanzarse a por sus presas menudas. Se encaprichó de una niña rubia y centró sus miras en ellas mientras que indultaba al resto.
De un gran bocado se la comió y se volvió a su guarida en las profundidades del río. Despavoridos, los niños salieron corriendo hacia el pueblo en busca de sus padres. Gritaban sin cesar. ¡Un lagarto! ¡Un lagarto se la ha comido! ¡Un lagarto en el río tan grande como un caballo! El temor se apoderó de los vecinos de Santiago de la Puebla.
Los más valientes del pueblo rápidamente formaron un grupo para ir en busca del caimán con sed de venganza. No tardaron en encontrarlo. El caimán había salido a la superficie para degustar lentamente a la niña. Allí estaba, desafiante y con apetito. Dieron caza al caimán y descubrieron que milagrosamente la niña había sobrevivido. Estaba sana y salva. El caimán no corrió la misma suerte y desde aquel día su piel, sin cabeza, está expuesta colgada de uno de los pilares próximos a la puerta meridional de la iglesia de Santiago, y a los vecinos de la localidad también se les conoce como los del pueblo del lagarto o lagartos.
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