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Lunes, 16 de agosto 2021, 00:10
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Cristóbal, Lagunilla o El Cerro son sólo tres ejemplos de pueblos en los que el incremento de población en verano es notable. En su caso, además, con un acento diferente ya que una gran mayoría de ellos proceden de Francia, lugar donde emigraron ellos o sus padres.
Cristóbal es un claro ejemplo. El año pasado apenas hubo presencia de hijos del pueblo en verano. Una familia llegó, con autorización, con el objetivo de cuidar del padre, que es nonagenario. Pero, más allá de ellos, poco más. Este año, sin embargo, hay muchos más y, sobre todo, como señala el alcalde, Antonio Luengo, “muchos niños”. Y es que hay calles en las que todas las casas son segundas residencias ocupadas por los “franceses”.
Juan González es uno de ellos: “Yo paso bastante tiempo aquí, pero el año pasado sólo pude estar doce días. Ahora que tenemos ya las vacunas podemos venir más. Este viernes nos iremos y regresaremos en septiembre”, señala. Suele venir con su esposa, aunque ahora, como explica, “somos ocho”. “En casa de mi cuñado están nueve y en otra casa otros siete u ocho, todos en la misma plaza. Al otro lado, hay doce que también proceden de Francia. La mayoría venimos de la zona de Pau, donde también hay familias de Lagunilla o El Cerro”. Está jubilado y pasa más tiempo en el pueblo, pero otros como Valentín Cano, que para a saludar cuando pasa por la puerta de Juan, no. “Estamos quince días y hace ocho que llegamos”. Su caso pone de manifiesto la importancia del regreso a la tierra de sus raíces ya que, como explica, llevaba tiempo sin pisar Cristóbal: “Hacía tres años que no veníamos. El año pasado por culpa de la pandemia y hace dos, por los nietos”. Este año era el momento de regresar y de disfrutar, al menos durante unos días, de la tranquilidad del pueblo y de las raíces de la familia.
Como ellos, son numerosos los casos repartidos por toda la geografía provincial con historias similares. Hay pueblos con una mayor concentración de “franceses”, pero también los hay de “suecos”, como sucede en Montemayor del Río. Allí la emigración se dirigió al país escandinavo y rara es la familia que no tiene un pariente (o lo ha tenido) por aquellas tierras. Hay otras procedencias, también dentro de la geografía nacional y muchos son los hijos del pueblo que llenan estos días las casas de sus ancestros con acentos madrileños, catalanes, vascos o sevillanos.
Con la jubilación, muchos pasan ya más tiempo aquí. Es el caso de Juan que marchó a Francia desde Navaluenga (Ávila) con cinco años. A los 19 marchó al Golfo Pérsico a trabajar y ahora, ya jubilado, ha encontrado en Cristóbal, pueblo de su mujer, el lugar donde reposar (tiene nietos en Francia, así que aquel seguirá siendo su otro destino).
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