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El cortacino, en plena tarea. FOTOS: JAVIER LORENZO
La fantasía de desnudar las encinas en la dehesa charra

La fantasía de desnudar las encinas en la dehesa charra

El cortacino se encaramó al árbol, se perdió en su copa y no apareció hasta que segundos después ese bosque suspendido comenzó a desprenderse. Los impulsos de la motosierra desmochaban ramas para dejar a la encina casi desnuda. Una profesión desconocida y necesaria para salvaguardar el orgullo y el emblema del Campo Charro

Jueves, 18 de febrero 2021, 21:07

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El ruido de la motosierra rompe la paz serena del campo, donde el silencio se siente y casi se toca en un incomparable paraíso, en tonos verdes y ocres, tupido de una vida solitaria. Es primera hora de la mañana y, a lo lejos, donde ese sonido inconfundible se siente, se ubica la única actividad dentro de un remanso de paz. Ajeno a todo, se ve como caen algunas ramas a esa alfombra tupida de hierba sobre las que se anclan ancestrales encinas. Símbolo y emblema del Campo Charro. Testigo de una historia secular en medio de la más poderosa y envidiable naturaleza, donde se cría el toro bravo dentro de una biodiversidad desconocida para quien se atreve a dar lecciones de ecologismo y animalismo desde oficinas urbanitas sin conocer la realidad de la flora y la fauna. El edén desconocido, orgullo de los hombres del campo. La esencia y la vida del medio rural. Ese ruido ubica a un hombre encaramado en el cuerpo de la encina, de donde caen ramas hasta dejarla casi desnuda. Es el cortacino. Así se llama en Salamanca a quien se dedica a esta tarea, en un vocablo surgido de esa otra inmensa sabiduría que no se aprende en la Universidad. Dos lexemas de palabras simples (‘corta’ y ‘encino’) se unen para definir y dar personalidad a una profesión para muchos desconocida.

Resulta un sencillo y maravilloso espectáculo ver como despoja de casi todo su abrigo a las encinas. Casi con la precisión de un bisturí, poco a poco, e inmerso en el corazón de la copa, el cortacino va podando con sabiduría y no poco misterio las imponentes ramas que, tras el contundente y poderoso paso de la cadena de la motosierra, se acomodan sobre el suelo, tras la violencia del viaje. Su frondosidad parece ralentizar el vuelo. Una caída a plomo que no asusta. Por contradictorio que parezca, ese desmoche, le está dando vida a un árbol que conoce como nadie: “La encina llega un momento que se para, no tira más. Se seca o deja de crecer, por eso necesita una limpieza”, afirma el cortacino cuando explica el sentido de su trabajo: “Si la cortas le das vida, sale de nuevo todo con más fuerza”, matiza nuestro protagonista que rápido se vuelve a encaramar a lo más alto de otra presa para seguir su labor. Una encina puede llegar a alcanzar los quince metros de altura, se asienta sobre un grueso tronco y logra su redondeada forma ramificándose a partir de numerosos brazos de los que parten múltiples ramas que dan forma a su majestuosa copa. Vida centenaria. Nadie logra una vida paralela. El cortacino apoya la escalera en el tronco, sube los peldaños y se pierde en la frondosidad de un bosque suspendido. Arranca la motosierra y parte el silencio en dos. El movimiento de la cadena cortante vuelve a imponerse a partir de impulsos. El estruendo de su motor, en plena agitación, va partiendo las ramas y, cuando para, da paso a aquella sinfonía mucho más melodiosa, e intensamente breve, de ese ligero segundo de silencio que se rompe cuando se desploma y llega al suelo. Y vuelta a empezar. En una jornada de trabajo, un solo cortacino, puede desmochar una treintena de encinas. En apenas quince minutos desnuda a cada una. Se mueve por las ramas con tanta agilidad como destreza y maestría. No encuentra obstáculo pese al laberinto en el que se desenvuelve. Deambula en busca de su nuevo objetivo con una precisión asombrosa y, poco a poco, va redondeando y completando la vuelta a la copa para dejarla casi al descubierto. En el suelo, alrededor del tronco, se forma una maraña de hojas, ramas y troncos que él pondrá en orden.

De una encina como las que aparecen en el reportaje pueden salir entre 400 y 600 kilos de leña

TRIPLE DESTINO

Todo se aprovecha. Antes de retirar lo que se ha cortado del campo, se echa una tropa de vacas para que se coman las hojas. Una buena alimentación. Por ello, el cortacino confiesa que, en vez de tirarse muchos días en una misma finca, va alternando la tarea en varias a la vez, así pueden aprovecharlo como pasto diferentes ganaderos. Todo lo demás se corta. Las ramas pequeñas se trocean y van a la producción de pellets para estufas y calderas. Los palos más gruesos se trocean para leña. De todo ello se hace cisco. De una encina como las que aparecen en el reportaje pueden salir entre 400 y 600 kilos de leña: “No es mucho (advierte), antes había encinas que podían dar hasta 4.000, eran más grandes, porque apenas las desmochaban. Y se cortaban brazos más gordos. Eso ahora está prohibido”, concreta. Todo el desmoche que se lleva a cabo estos días, y que ya está en el suelo, quedará recogido, y totalmente limpio de la finca antes de abril o, a lo más tardar, mayo.

La encina ha quedado con poco más que su esqueleto al descubierto. Únicamente varias ramas, coronadas con sus frondosas y pequeñas copas elegidas de manera estratégica, se salvan del desmoche: “Las últimas se dejan para que cojan el oxígeno suficiente y puedan seguir creciendo. Todo lo que se corta vuelve a brotar”. “Si se cortaran todas, se podría secar”, explica el cortacino que empezó en la tarea con apenas doce años y ya se encuentra en los cincuenta. Cuarenta en la profesión de la limpieza de la dehesa salmantina. Esas ramas que se quedan las llama esperas, guías o brazos. A la encina hay que hacerle como “una copa”, matiza. Y la norma de la Junta de Castilla y León impone que no se pueden cortar ramas con un diámetro superior a quince centímetros. Esta tarea se llama desmoche y se lleva a cabo en las que están más viejas. Las que tienen los tallos nuevos no, hay que dejarlas crecer o, en su defecto, olivarlas. En Salamanca, a diferencia de otras regiones, existe una doble modalidad: desmochar y olivar. La segunda, a diferencia de la primera, consiste en hacer una poda por el interior de la copa más liviana: “limpiarla por dentro”, advierte haciendo referencia a cortar los palos más finos y pequeños que van dándole cuerpo al interior de la corona. “Los encinos nuevos brotan enseguida, lo hacen pronto y con mucha fuerza”, aclara. Por eso la tarea de olivar, menos habitual, se hace con mayor frecuencia, cada diez años. El desmoche no supera dos veces en un siglo.

El calendario tiene marcada la época de desmochar la encina del 1 de octubre al 30 de mayo. Con el fresno se empieza antes, desde el 15 de agosto hasta marzo. El roble, de octubre a marzo. En función del tipo de árbol tiene un periodo u otro. Y cada uno lleva una faena distinta.

EL TALADRO DE LA ENCINA

Un mal desmoche, como todo, juega en su contra. No todos los cortes valen, ni tampoco hacerlos de cualquier manera. Uno mal hecho o en exceso, puede secar la encina. De la misma manera que si se tarda en hacer mucho tiempo es perjudicial. Efectos del temporal como el reciente de Filomena, que cubrió de nieve el Campo Charro, pueden resultar fatales. La gran cantidad de ramas o copas sin limpiar y muy cuajadas, hacen que se acumule mayor cantidad de nieve, y el peso llega a tronchar los brazos de mala manera e incluso puede acabar con su vida. Sin embargo, ni el agua, ni los fríos, ni los hielos le afectan. La encina no quiere mucha agua. Es de calor. Y, salvo desmochar u olivar, no necesita mantenimiento: “Hace años se sulfataba con los aviones para evitar las orugas. Le viene muy bien labrar el campo a su alrededor. Si lo labras superficialmente, con apenas cinco centímetros de profundidad, con gradas o discos, se rompe el césped, entra oxígeno a la tierra y lo cogen las raíces y le da más fuerza. Las raíces son superficiales y a lo mejor puede tener cuatro o cinco metros”.

En Salamanca, a diferencia de otras regiones, existe una doble modalidad: desmochar y olivar

Olivar y desmochar de manera correcta le da vida al árbol, aumenta su producción de bellotas, alimento primordial para el cerdo ibérico de ‘Champions’, y multiplica la salud de la encina para darle aún más continuidad a su secular vida. Una vida que pone en jaque el “cerambys”, que es un animal traicionero. Le llaman el ‘taladro de la encina’ y es su principal enemigo. Cuando aún es una larva, se introduce en la encina y luego se la come desde el interior. En apariencia, el árbol está completamente sano, aunque por dentro llega a quedarse hueco. Muchas veces solo se aprecia su enfermedad cuando viene una racha de viento y le pone los huesos a la encina en el suelo. Se lo lleva como si fuera un papel. Al pasar por delante de una encina en la que se ven los agujeros taladrados por el “cerambyx” el cortacino la mira con ojos de pena sabedor de que está sufriendo su fiel compañera. Sabe que a esa encina ya no podrá desnudarla para seguir dándole vida.

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