Chema Sánchez, el aventurero de Carbajosa: «La estabilidad no es mi fuerte»
Vecino de Carbajosa, tras recorrer ya medio planeta en busca de experiencias y enfrentarse al riesgo en lugares remotos, regresa siempre al municipio, donde encuentra paz y equilibrio
Carbajosa de la Sagrada
Viernes, 24 de octubre 2025
Huye de la estabilidad como quien huye de un sueño que no le pertenece. A Chema Sánchez la rutina le ahoga. «Cuanto más fácil es mi vida, más necesito la acción para sentirme vivo», confiesa. Nació en Madrid, pero hace más de trece años que encontró su «rincón de paz» en Carbajosa de la Sagrada, al que siempre regresa después de cada aventura. Entre calles sin semáforos y vecinos que se saludan al pasar, se encuentra su «base nido», como él lo llama. El lugar donde su vida se detiene y vuelve a empezar y desde donde se crea el «veneno» para volver a proyectar un nuevo viaje.
Viaja porque no sabe estar quieto. Porque, como él mismo reconoce entre risas, «tengo un TDAH sin diagnosticar; era el peor estudiante, pero ahora vivo de mi esfuerzo y de mi tiempo». Se define como un hombre «hiperactivo e intenso», alguien que no concibe el descanso como una meta, sino como una pausa entre dos movimientos. «He trabajado 15 o 20 horas al día durante años solo para tener tiempo y dinero para viajar. Hasta que no lo conseguí, no paré.»
Ha recorrido 131 países (el 132 lo sumará en Jamaica, para el que ya tiene su próximo billete comprado), pero en cada uno ha buscado más que un paisaje o una foto: ha buscado experiencias que lo sacudan. «Soy viajero, no turista. El turista va a hacerse una foto; el viajero quiere entender por qué esa foto existe». Esa diferencia, dice, es la que marca toda su filosofía de vida. Huir de lo cómodo, de lo previsible, de lo que no deja huella.
El riesgo como necesidad
Su historia está llena de capítulos que parecen de ficción. En Nicaragua durmió en un centro de conservación de tortugas donde, en mitad de la noche, sonaron disparos de furtivos; en África acampó entre hienas, llegando a acariciar a una de ellas; en una favela de Brasil le apuntaron con una pistola a la cabeza. «Me encanta el riesgo. Mis amigos me llaman 'riesguito'. Me siento vivo cuando tengo un problema. Si tengo un momento cómodo, me duermo», dice riendo.
Pero no todo es adrenalina. También hay ternura en sus aventuras. En Bolivia encontró a una niña abandonada y decidió ayudarla. Le compró comida, ropa, juguetes, y consiguió que su tía la cuidase con más dignidad. «A día de hoy sigo recibiendo fotos de ella. Esa historia me marcó».
De cada viaje aprende trae una lección. «El racismo es falta de perspectiva. He conocido gente encantadora en lugares donde muchos ni se atreverían a ir». Y, sin embargo, admite que tanta exposición al dolor lo ha cambiado: «Una de las peores cosas de viajar es que te haces inmune a la dureza. Te acostumbras a ver sufrimiento».
A veces reconoce que tanta búsqueda puede ser una «huida hacia delante». Perdió a su padre cuando tenía tres años y su madre lo crió trabajando sin descanso. «Quizá todo esto venga de ahí. No lo sé. Pero no puedo estar quieto. Cuando llego a casa ya estoy mirando vuelos».
Su compañera de vida, Mireia, lo acompaña en muchas aventuras. «Ella es una todoterreno, ha sacado sobresaliente en muchas cosas pero le doy a elegir y le cuento cómo van a ser los viajes y a lo que se expone si me acompaña». También sonriendo afirma que «reconozco que tengo algo 'fundido' en la cabeza, que no es muy normal que me guste lo extremo, por ejemplo tengo en mente escalar el Everest».
Chema viaja sin planes, con una mochila y la certeza de que cada destino tiene algo que enseñarle. No busca acumular países, sino experiencias. «No sé si me dará la vida para hacer todo lo que quiero. Mi madre siempre me dijo que era como un pato: que nada, vuela y anda, y nada lo hace bien», de nuevo ríe.