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COMO pensó que nadie iba a enterarse, como había sucedido otras muchas veces en decenas de asuntos que delataban su predisposición a pasar por delante o por encima de los demás, hizo unas cuantas llamadas y en menos de lo que canta un gallo, ya tenía a la persona adecuada al otro lado del teléfono. Menudo era él. A ver quién podría negarle un favor. Que se lo pregunten a su secretaria.

Una vez que tenía a la persona adecuada al otro lado del teléfono, comenzó ese protocolo de cortesía que había ido depurando con los años, yéndose primero un poquito por las ramas, preguntándole qué tal estaba ella y su familia, al que le siguieron sin un punto de inflexión un par de minutos de dorarle la píldora con respecto a lo importante que estaba siendo su labor y la de todo el colectivo, frente a la difícil contingencia.

Cuando la persona que había del otro lado del teléfono ya se estaba preguntando el motivo por el que un cargo tan importante se acordaba de su existencia cuando nunca hasta ahora se había dignado ni a contestar una sola de sus misivas reclamando servicios muy esenciales nunca atendidos, el pez gordo dio por concluido el prólogo insustancial impuesto por la mera urbanidad y entró directamente en materia, pidiéndole máxima discreción.

El silencio incómodo de absoluto asombro que a tan extraordinaria petición encontró al otro lado del teléfono, fue de nuevo interrumpido por la voz autoritaria de la personalidad a este lado de la línea, percibiendo eso sí el interlocutor un cambio importante de registro que dejó de ser amable y lisonjero para empezar a esbozar la pertinente amenaza de que no le quedaba otro remedio que darle la cita si no quería ver peligrar su puesto de trabajo.

A las doce en punto del día siguiente, el chófer de aquel señor importante ya le estaba abriendo la puerta trasera del coche oficial, ese buga de alta gama que tan solo asomaba por el barrio en periodo electoral. Con todo, a pesar de la ostentosa y poco discreta comitiva, el pez gordo saltó disparado del asiento trasero y entró como una exhalación en las dependencias de la clínica, mirando a derecha e izquierda, como si alguien le pudiera estar vigilando.

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