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Con el país hecho unos zorros, Vox intentó echar a la calle al personal este domingo. Lo mismo hicieron los sindicatos UGT y CCOO en Castilla y León. Y es que ni a unos ni a otros les gusta el gobierno que tienen, es decir, el que salió legítimamente de las urnas.

Los primeros, los que mezclan el verde con el rojo y gualda en sus concentraciones, consideran que Pedro Sánchez nos está llevando a la ruina y que España no aguanta así ni un minuto más. Pues no les queda. El Gobierno acaba de sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado para el año que viene con una holgada mayoría, así que su presidente ya duerme tranquilo. Bien es cierto que lo ha conseguido a base de ofrecer infames prebendas a partidos como Bildu, pero este tipo es quien ganó las elecciones generales hace ahora dos años y gobierna con bastante placidez junto a Unidas Podemos y sus ministres mariachis.

Los segundos, a los que les agrada envolverse en rojo y morado, ven con buenos ojos a Pedro Sánchez. Igual no le aplauden, pero lo soportan. Sin embargo, aquí en Castilla y León, a quien no pueden ni ver es al vicepresidente de la Junta, Juan García Gallardo. Y el domingo también le plantaron una manifestación para reclamar ¡pásmense! democracia.

Debe ser que el Gobierno regional no salió de las urnas o que se perdieron la clase de aritmética. Dado que los dos grandes partidos no se pusieron de acuerdo tras las elecciones, a Mañueco no le quedó otra que pactar con Gallardo. De lo contrario hubiera tenido que convocar unas nuevos comicios. Y en estas estamos. En una situación incómoda, pero de momento estable.

Es cierto que la llegada de Vox al gobierno regional ha dinamitado un diálogo social que se había ido gestando a lo largo de las dos últimas décadas, gracias al buen hacer de los consejeros del PP y de la buena voluntad de los sindicatos y de la patronal. Pero eso no quiere decir que en Castilla y León no haya libertad ni democracia. Por fortuna, tenemos instrumentos para que eso no ocurra.

Entiendo que Gallardo pueda sacar de quicio a los sindicatos. En la manifestación de Salamanca le gritaban a modo de desahogo: “Gallardo, Gallardo, eres un bigardo”. Entiendo que se referirían a la primera acepción del diccionario de la RAE. Pero lo único que consiguen con este juego es que se sienta más cómodo en el papel de enemigo público número uno de todo lo que huela a izquierda. Ya es famoso por sus continuas salidas de pata de banco. La última, en la concentración de hace dos días en Valladolid cuando dijo eso de que “nuestras hermanas, novias no pueden volver solas a casa porque Irene Montero las ha rodeado de personas que no respetan su dignidad”. Otra más para que el presidente de la Junta lo llame a capítulo y le pida que se relaje.

El caso es que si de algo sirvieron ambas manifestaciones es para comprobar que tanto unos como otros tienen una escasa capacidad de convocatoria. Hasta un Salamanca UDS en horas bajas, en Tercera Federación y gobernado por un dueño extranjero tiene más tirón en el Helmántico una tarde de frío invierno. Apenas unas 600 personas desfilaron por San Pablo con banderas rojas y moradas. Otras tantas se pusieron firmes, marciales y con la barbilla levantada en la Plaza Mayor al escuchar el himno nacional después de oír las soflamas de sus líderes.

Nada, cantidades que no inquietan lo más mínimo a dos personas -Sánchez y Mañueco- que el domingo por la noche, después de ver el resultado de las movilizaciones, les dirían a sus respectivas: “Y yo preocupao”.

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