Borrar

Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

El Viernes Santo es descendimiento en el Campo de San Francisco, al lado de la Vera Cruz, del cadáver de un hombre crucificado, que es depositado en un féretro bello, bellísimo, digno de un dios y de un entierro como el que desfila por la tarde, que es una representación de toda la Pasión que ese hombre pasó antes de exhalar el último aliento y encomendar su alma a las manos de su padre. Del sepulcro sabemos quiénes lo donaron, pero no quién lo realizó en 1678 para este Viernes Santo y para que descanse en él la figura descolgada de un cristo cadáver hecho por Pedro Hernández, en 1615. Las fechas indican que el sepulcro se pudo realizar para acoger a esa imagen, tan protagonista de este día. En las vísperas, se nos ha muerto Manuel Alcántara, columnista, que un día avanzó que moriría con las teclas puestas, y sucesor de Julio Camba y otros grandes del siglo pasado. Tallista de opiniones cinceladas con humor e intención. No se entiende el periodismo sin él. Quede tranquilo que no le despertaremos si dicen de resucitar.

No dijo que la torrija es oro que se come, pero podría haberlo escrito; el Viernes Santo es también torrijas y pestiños, y potaje, chocolate con churros (el día de más ventas del año) cuando guarde la Dominicana a sus pasos, incluida la Piedad de Luis Salvador Carmona, o bollo maimón, mojicones y bizcochos de soletilla en la merienda de esta tarde. Cuando el Cristo de la Liberación haga transbordo en Fonseca antes de regresar al cementerio habremos entrado en el Sábado de Gloria y en la estación de los hornazos, la Pascua de los hornazos. Enrique de Sena decía “su Majestad el hornazo” y Luciano González Egido, que pertenece al “reino de la magia”. En un juego de tronos de la gastronomía salmantina ganaría sin problemas. Después del Viernes Santo todo termina o comienza, de ambas formas puede verse, y llega tras una tarde de Jueves Santo de visitas a las iglesias, Oficios y Cenas del Señor, además de procesiones. Algo tiene el agua cuando la bendicen y algo hace cuando la maldicen los nazarenos desolados por no poder sacar a sus devociones a la calle después de un año de espera. La lluvia fue el miércoles una flagelación y una agonía.

El Jueves Santo trajo a Salamanca a Javier Ortega Smith, al que rogaron en Málaga que no apareciese en el entronamiento del Cristo de la Buena Muerte, para no mezclar política y Semana Santa. Vino a defender la Semana Santa de no se sabe qué peligros, porque hasta ateos y agnósticos, y no digamos cristianos no practicantes, forman parte de ella. Pero la noticia estaba en el trajín de los debates, como esta semana lo ha estado en el miedo a que nuestra catedral eche a arder. Me pregunto si la Plaza Mayor tiene un plan en caso de incendios, porque ahí el día que algo prenda puede preparar una muy gorda.

Pero estábamos en el Viernes Santo. Plenilunio. El primero de la primavera, que dicta la condición sagrada del día y del calendario sacro y hasta escolar. Hay una madrugada de soledad y liberación por delante, que mira al cielo, que esta semana se ha hecho mucho. Mirar al cielo. El mismo que se rompió entre la hora sexta y novena de aquel fatídico día en el que se crucificó a alguien que quiso rescatarnos de tantas cosas. Llámelo Rescatado, Nazareno, del Amor y de la Paz, Liberación, Yacente, de la Agonía... es el mismo en todos los casos.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios