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Los datos son demoledores. España envejece a pasos agigantados. Ya nos avisó la ONU. De seguir esta preocupante tendencia, nuestro país tendrá la población más avejentada del planeta en 2050, con un cuarenta por ciento de sus habitantes por encima de los sesenta años. Para que se hagan una idea, la edad media de los españoles en estos momentos está en 42,8 años y casi el 20% de la población tiene 65 o más años.

Y no les digo nada si ponemos la lupa sobre Salamanca. Nuestra provincia, junto a Zamora, Orense, Lugo y Soria, aparece siempre en los puestos de cabeza del envejecimiento. Les comento un par de detalles de lo más esclarecedores. Por un lado, nada menos que el 26,8 por ciento de los salmantinos tienen más de 65 años. Y lo que es peor, la curva de nuevos nacimientos se ha ido hundiendo en los últimos setenta años a marchas forzadas: si en 1951 –todavía en plena posguerra- nacieron 9.405 bebés, en 1971 descendieron hasta los 6.137, veinte años después alcanzaron los 3.173, hace una década supusieron 2.722 y el año pasado apenas se registraron 1.722 criaturas, el peor dato desde que el Instituto Nacional de Estadística tiene registros.

El caso es que la única playa que veo en Salamanca es la de Benidorm, a orillas del Tormes, y no está lo suficientemente acondicionada como para atraer jubilados de otras provincias que deseen pasar sus últimos días disfrutando de nuestras sanas temperaturas. Tan solo aprecio que los pocos jóvenes que nacen dentro de nuestras fronteras provinciales tienen un ojo y parte del otro puesto en otras provincias o en el extranjero para desarrollar una carrera profesional que les permita vivir con dignidad.

Con este panorama, cualquier ingenuo que no conozca cómo se las gasta el gobierno que padecemos podría pensar que urge adoptar políticas que favorezcan la natalidad con el fin de rejuvenecer la población. Por desgracia, no está en ello. Ni se le espera. Resulta mucho más interesante regalar 400 euros a aquellos chavales que cumplan ahora 18 años para que se los gasten en todavía no se sabe qué, justo cuando falta un año para que se celebren las elecciones generales. O emplear más de 20.000 millones de euros en un Plan Estratégico de Igualdad Efectiva entre Hombres y Mujeres para mayor gloria de la ministra podemita Irene Montero. El destino de esta ingente cantidad económica es, según el Ministerio de Igualdad, para “impulsar políticas feministas de forma transversal en todas las administraciones”.

A ver, si todo esto está muy bien, pero una de las funciones de un gobierno es priorizar las acciones en las que tiene que invertir. Y, qué quieren que les diga, las predicciones de la ONU que apuntaba al inicio de estas líneas no dejan lugar a muchas dudas sobre dónde hay que poner el acento de aquí a los próximos años si no queremos acabar más en la ruina en la que nos está metiendo Pedro Sánchez.

Es evidente que nuestro gobierno está más preocupado en catalogar los diferentes tipos de familias –nucleares, extensas, monoparentales, reconstituidas, homoparentales, multinucleares, de padres separados, unipersonales, DINK (sin hijos, que posponen o renuncian a la paternidad o maternidad), LAT (tienen una relación seria y estable pero no viven juntos)...- que en ayudar a la inmensa mayoría de ellas para que puedan tener más hijos y reforzar así la sostenibilidad del país. En otras naciones europeas, como Francia o Suecia, se dieron cuenta hace años de la gravedad de este problema de natalidad y le están poniendo remedio con éxito. Aquí, en lugar de afrontar los temas de calado con seriedad y valentía, preferimos vivir en el maquillaje.

A este paso, si nadie lo remedia, nos convertiremos en un país de viejos, que no de abuelos.

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