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¡Vaya con Dios! Fue lo primero que pensé cuando, antes de despedir el año, supe que Salvador Illa era designado candidato del PSC para las regionales catalanas. Disparate insensato me pareció descabezar el Ministerio de Sanidad entrando en la tercera ola, igual que insensato disparate me pareció en su día la moción de censura de Vox en septiembre. No es juicioso desmochar un gobierno, por muy mal que lo esté haciendo, en mitad de semejante batalla. Leo ahora que Espinosa de los Monteros amenaza ya con otra moción para 2021. Será que le parece que hay poco desorden y confusión. Más atinada se me antojaría la crítica constructiva, la empinada e ingrata tarea de hacer propuestas y abrir los ojos a gobernantes y gobernados en dirección a las restricciones correctas. Más acertado el gesto de apretar los dientes y arrimar el hombro, a la espera del momento de pasar factura política. A todo cargo público, más tarde o más temprano, le llega su San Martín. Pero se ve que Espinosa de los Monteros y Pedro Sánchez tienen en común su desprecio por la estabilidad de las instituciones en tiempos de zozobra. O quizá fuera que el presidente vio en esa maniobra el vericueto por el que deshacerse del baldío ministro sin abrir una crisis de gobierno, que en términos políticos equivale siempre a reconocer una derrota. El caso es que era Sánchez el que nos libraba de Illa y, fuera cual fuera el nuevo nombramiento, me resultaba imposible visualizar un peor escenario. Así que repetí para mis adentros el ¡vaya con Dios! y confié en el rápido traspaso de cartera que, no podía ser de otra forma, situaría al frente del Ministerio a alguien más competente.

El caso es que nos comimos las uvas ya sin ministro al mando de la desescalada navideña. Nos comimos después el roscón sin atisbo de nuevo nombramiento y, a este paso, nos comeremos el hornazo con el Ministerio en piloto automático y las Comunidades Autónomas haciendo de su capa un sayo en la gestión de una pandemia, que es global. El no-ministro Illa, que no se da ido, no toma ya decisiones ni interviene. Se limita a hacer declaraciones de campaña con las que solo aporta desconcierto y ruido, porque ¿qué autoridad reviste a un no-ministro? Ahí sigue cobardeando en tablas en la arena del sainete nacional, en el que se reduce el suministro de vacunas sin que una sola autoridad levante la voz y en el que se retan en duelo al atardecer las diferentes administraciones por ver quién manda en qué territorio, mientras comienzan a espesar las brumas de un nuevo confinamiento domiciliario. El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.

Aplazan ya las catalanas hasta mayo y el no-presidente del Gobierno no da muestras de estar al menos trabajando en el relevo del no-ministro. La mayor crisis sanitaria a la que recordamos habernos enfrentado y nosotros con un ministro de prestado, que se iba pero que no se acaba de marchar, como si las regionales marcasen el paso de la lucha contra el virus, como si pudiese haber alguna otra prioridad que no fuese la de dirigir el sistema sanitario. Que se va, pero que se queda. Que se iba, pero que ahora no le viene bien. ¡Vaya con Dios!, ya que tiene otros objetivos en su horizonte, pero que se vaya ya.

En Madrid cuchichean los nombres de Silvia Calzón y de Carolina Darias como posibles sucesoras, pero todo son cábalas porque el presidente no mueve ficha. Igual es que está ofreciendo el Ministerio y nadie lo acepta. Puede ser que entre los expertos en el sistema sanitario español no haya uno solo que asuma la pesada responsabilidad de coger por los cuernos al virus, poner orden en las cuentas de los muertos y cabeza en el suministro de equipos y recursos a los hospitales. Quizá tenga que mendigar Sánchez entre colaboradores y allegados para cubrir la plaza. Incluso es posible que se plantee tenernos así hasta mayo, con ministro a tiempo parcial. Y lo que yo digo es que, si en plena pandemia podemos, efectivamente, pasar sin ministro de Sanidad en condiciones, bien podríamos prescindir completamente de todo el gabinete. ¡Vaya con Dios!

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