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Podría decirse que los últimos días de este mes de septiembre son netamente unamunianos. En efecto, el pasado viernes tuvo lugar el homenaje y la ofrenda floral ante el busto de Victorio Macho, desde el que don Miguel observa el bullicioso tránsito de estudiantes por el Palacio de Anaya. Tras la conferencia de Pollux Hernúñez, que repasó los nueve dramas y tres sainetes que Unamuno escribió para los escenarios, y el discurso de José Antonio Sayagués glosando la efeméride, el coro Salinas interpretó el siempre emotivo Gaudeamus. Este acto, que organizan los Amigos de Unamuno, conmemora el aniversario de su jubilación y pretende revivir la fecha del 29 de septiembre de 1934, cuando el gobierno de la nación, desde el presidente de la República y sus ministros hasta la totalidad de rectores españoles y decenas de autoridades y representantes de los distintos estamentos sociales, obsequiaron al perpetuo rector con la celebración que probablemente constituiría una de sus últimas alegrías. Entre banquetes (con champán francés incluido), conciertos, conferencias, desfiles y representaciones teatrales, podría decirse que el gobierno republicano echó la casa por la ventana. La ciudad entera vibró con don Miguel y reconoció los méritos de uno de sus más preclaros vecinos. Cuán lejos de aventurar las agrias reacciones, los denuestos y humillaciones que recibiría por parte de los “hunos” y los “hotros” apenas dos años más tarde.

El otro acontecimiento cultural, social y cinematográfico de estos últimos días de septiembre fue el preestreno de la última obra de Amenábar Mientras dure la guerra. La película venía precedida por el atractivo popular despertado hace unos meses con motivo del rodaje en la ciudad, cuando Salamanca se vio transformada por obra y arte de los milagros del cine en escenario de los inicios de la guerra incivil. Con independencia de algunas autorizadas opiniones más centradas en los aspectos históricos del discurrir vital de Unamuno, predominaron las alabanzas hacia la película, la dirección y los intérpretes. Todos ellos desfilaron por la alfombra roja como si de Cannes se tratara. Los curiosos se agolparon en la plaza del Liceo para ver pasar al elenco de profesionales que, desde el punto de vista artístico, cosecharon un rotundo éxito.

A lo anterior cabría añadir la aparición del nuevo libro del matrimonio Rabaté y el avance de otro próximo. Por su parte, Paco Blanco anda enredado también en escrituras unamunianas de las que no adelanta detalles. Y la ciudad honrará de nuevo a Unamuno el último día del año frente a las Úrsulas. Digamos, en resumen, que Unamuno fue un hombre “salmantinizado”, hechizado por una ciudad que, aunque no siempre correspondiera a sus afectos, ha hecho de él uno de sus más universales emblemas.

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