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LOS informativos de la noche son los que más audiencia tienen. Medio minuto en un ‘telediario’ de las 21:00 genera un impacto brutal. Para bien o para mal.

Todos los años, en alguna noche de jueves de diciembre, las distintas cadenas de televisión suelen conectar con Salamanca para mostrar las imágenes de una Plaza Mayor abarrotada, con miles de jóvenes celebrando por adelantado la Nochevieja con gominolas en vez de uvas, y con alguna marca de ron en lugar de champán. Sobre todo lo del ron. En cualquier caso transmiten la imagen de una ciudad divertida, joven, con cierto sentido del humor y mucho sentido de la fiesta.

Pero si esas conexiones en directo se hubieran producido el próximo 16 de diciembre sospecho que no sería para destacar las bondades de una ciudad hospitalaria y universitaria, sino más bien para señalar con el dedo un acto de irresponsabilidad “absolutamente inoportuno”, como han dicho desde el Colegio de Médicos.

Aquí hay un dato significativo y es que los hosteleros, esta vez sí, están divididos. Hay un sector minoritario del negocio que quiere que el fiestón siga adelante, pero existe otra facción que sabe que tiene todas las de perder. Primero porque esa es una noche en la que muchos salmantinos deciden que es mejor quedarse en casa. Hay un perfil de cliente que sale fuera a cenar o a tapear y que ese tipo de días evita pasar por el centro de la ciudad. Hablo de la época anterior al covid, cuando el miedo de cruzarte con 18.000 jóvenes no tenía nada que ver con el riesgo de un contagio. Este año es aún peor.

En segundo lugar, hay muchos hosteleros en contra porque después de lo que llevan sufrido, saben que lo peor que les puede pasar es una nueva ola epidémica que les obligue a retirar la mitad de sus mesas, a cerrar a las 23:00 horas o a volver a depender solo de las terrazas.

Por otra parte, el hecho de que no se celebre la Nochevieja Universitaria no significa que los establecimientos tengan que cerrar ese día. Pueden seguir funcionando con normalidad. Aquí de lo que se huye es, precisamente, de la anormalidad.

No es un momento para demonizar a nadie. Esto se había planificado hace muchos meses, cuando la incidencia acumulada de Salamanca –y de casi toda España- era excepcional: con cifras muy por debajo de lo que puede ser una epidemia de gripe en un año normal. No era tan descabellado plantearse el regreso de esta fiesta. Pero, sintiéndolo mucho, la situación ha cambiado y lo sigue haciendo. No se podía mirar hacia otro lado por el hecho de que ya se hayan vendido entradas en algunos locales –como puede pasar cualquier otro jueves- o resignarse a decir que “van a montar la fiesta igual”. No, igual no. Ni parecido.

Eso mismo se decía en Burgos, cuando la famosa champanada navideña mandaba a Urgencias a decenas de estudiantes con graves intoxicaciones etílicas y la respuesta oficial era que no se podía evitar. Ahora ya a nadie se le ocurre organizar un botellón en las principales plazas si no existe un permiso municipal. Los jóvenes se pueden ir a beber a los parques, pero no es lo mismo. La Nochevieja Universitaria de Salamanca es la Plaza Mayor de Salamanca. No creo que nadie coja un bus desde Córdoba para emborracharse a escondidas debajo del Puente Romano.

También se puede debatir la actitud de la Universidad, que podría ser bastante más estricta cuando un grupo de alumnos medio enjuagados irrumpe en mitad de la clase para vender bonos de copas pero es mal momento para asomar la pata, porque en mitad de una campaña electoral para elegir rector, ni el equipo de Rivero ni el de Esteban habrá querido verse perjudicados por fastidiarle la fiesta a miles de potenciales votantes.

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