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Pablo Casado tuvo el detalle de elegir Salamanca, Ciudad de Saberes y cuna de la primera universidad de España, para lanzar las grandes líneas de su programa de educación ante las elecciones generales del 28-A. Pero el acierto del candidato del PP a la presidencia del Gobierno de la nación va más allá del lugar escogido para dar a conocer sus propuestas: acertó también con el contenido y la filosofía de su oferta.

Lo más relevante y lo más afortunado de su programa educativo es la obligatoriedad del castellano como lengua vehicular en todos los centros de educación de España. Una iniciativa con la que están de acuerdo una amplísima mayoría de ciudadanos, y que solo rechazan los nacionalistas vascos y gallegos y los separatistas catalanes, que llevan cuarenta años intentando marginar al español por motivos políticos, en su lucha por romper la nación.

Es una vergüenza, sin paliativos ni paños calientes, que muchos hijos de españoles no puedan estudiar en español en buena parte del territorio nacional. Esa ignominia la han consentido, cuando no incentivado, los gobiernos del PSOE y del PP desde 1982. Y Pablo Casado parece dispuesto a superar ese complejo de inferioridad y ese espíritu de resignación que ha caracterizado a la derecha cuando ha llegado al poder. Otra cosa es que los votos y las combinaciones postelectorales le concedan esa oportunidad.

La gratuidad de las guarderías (educación de cero a tres años) supone un paso adelante significativo, pero no constituye un signo distintivo respecto a la izquierda y a los neocomunistas. Lo que sí resulta particular y relevante es que el PP se comprometa a someter a los niños y niñas a exámenes de evaluación al final de cada etapa, y a instaurar una prueba de selectividad uniforme para todo el territorio nacional. Porque una de las grandes lacras de la educación en España en los últimos cuarenta años ha sido la filosofía del ‘todo vale’ impuesta por los socialistas, la del coladero de alumnos con suspensos, la del buenismo frente al esfuerzo y la disciplina.

Otro de los pilares fundamentales para recuperar el nivel y la seriedad en la enseñanza en España pasa por reforzar la autoridad de los enseñantes y por mantener el peso en el currículo escolar de las asignaturas de Humanidades, un ámbito en el que la Universidad de Salamanca siempre se ha presentado como referencia nacional e internacional.

La recuperación del español como lengua vehicular contribuiría sin duda a desmontar el programa basado en el fomento del odio a España impuesto en Cataluña y el País Vasco, pero no resultaría eficaz si, como propone Casado, no se fortalecen las competencias sancionadoras de la inspección educativa del Estado, que debe ser el ariete democrático contra el adoctrinamiento separatista. Otro acierto.

En conjunto, el decálogo educativo del candidato del PP ofrece un camino lleno de coherencia a favor de una enseñanza libre y de calidad, como la que viene funcionando en Castilla y León de manos de la Junta de Juan Vicente Herrera, que ha fracasado en otros ámbitos importantes como el de la despoblación, pero que en educación y servicios sociales ha cursado la carrera con sobresaliente. Quizás le sobra al programa del PP la insistencia en el apoyo a la escuela privada y a la libertad de elección de centro, que ni están amenazadas ni han sido puestas en peligro por los gobiernos socialistas desde González a Sánchez, pasando por Zapatero, pero tampoco está de más recordarlo.

Casado puede no ganar las elecciones, es más, casi seguro que las va a perder frente al PSOE sanchista, pero al menos está configurando una oferta para recuperar a los votantes tradicionales del centro derecha. Es más de lo que pueden decir otros.

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