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Un poco de sentido común

Lunes, 5 de abril 2021, 05:00

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En abril de 2020, cuando llevábamos casi un mes encerrados en casa y el coronavirus se empezaba a cobrar una escandalosa cifra de muertos diarios, utilicé este mismo espacio para hacer una reflexión sobre el uso de las mascarillas. Eran tiempos en los que Fernando Simón y numerosos consejeros de Sanidad autonómicos aseguraban que no eran de utilidad. Incluso se atrevieron a decir que eran contraproducentes. Mi opinión en aquel momento no difería de la de otros españoles que también nos sentíamos engañados. El desabastecimiento se cubrió con una mentira. Una manipulación que puso en riesgo la vida de muchas personas y se llevó para siempre la de otras. Unos gobernantes honestos hubieran lanzado un mensaje diametralmente diferente. “Señoras y señores, no hay mascarillas en las tiendas ni las habrá en un largo periodo de tiempo, pero su uso resulta fundamental para combatir el virus. Fabríquenlas en casa con sábanas de algodón viejas o usen bragas térmicas cuando acudan al supermercado, a la panadería o a la farmacia”. Si entonces ya sabíamos que el virus se transmitía por las gotas que expulsábamos por la boca o la nariz, no había que ser muy listo para concluir que si ambas partes de nuestro rostro estaban cubiertas, había menos posibilidades de contagiar y de que nos contagiasen. Titulé aquella opinión “El engaño de las mascarillas” y exigía su obligatoriedad en espacios cerrados. Todavía hoy no he escuchado a los iluminados que desaconsejaron su uso pedir perdón.

Hoy esos mismos iluminados vuelven a tomarnos por idiotas. Resulta que cuanto más conocemos al virus y sabemos cómo se transmite, ellos ponen el foco en el lugar más equivocado. De locos. El pasado 30 de marzo el BOE publicó una modificación de la normativa sobre el uso de las mascarillas. Ante la sorpresa e indignación de propios y extraños descubrimos que se convertía en obligatorio llevarla en mitad de la naturaleza aunque no hubiera nadie en un kilómetro a la redonda. Rápidamente llegó la respuesta de expertos y ciudadanos en general tachando la medida de absurda. Los que disfrutamos con el senderismo no salimos de nuestro asombro. Obviamente nadie en su sano juicio, por mucho que lo diga una normativa, se va a poner la mascarilla cuando camine por un sendero de Las Arribes con la única compañía de los buitres leonados. Hasta la fecha todos teníamos el sentido común de colocárnosla en la boca cuando nos cruzábamos frente a frente con alguien. Sabemos de sobra que el virus no se contagia por decir un simple hasta luego durante décimas de segundo al aire libre. Es simple deferencia y respeto. Eso ya se hacía, porque existe una conciencia que nace de la educación. Sin embargo, los ineptos que legislan sin haber pisado el campo tienen el atrevimiento de crear un problema donde no lo hay. Solo una cabeza repleta de serrín puede pensar que haciendo una ruta por el monte te vas a traer el virus de vuelta. Por favor, déjennos respirar en el único sitio donde podemos hacerlo.

En un comunicado muy acertado, la Federación de Deportes de Montaña y Escalada (FEDME) pidió hace unos días modificar la redacción de ese artículo al considerarlo un sinsentido. Recordaba que la OMS desaconseja el uso de la mascarilla mientras se práctica deporte y mucho más cuando se trata de una actividad como es el senderismo que se suele realizar con tus convivientes o núcleo más cercano. Además, aminora la percepción de los sentidos y aumenta el riesgo de accidente. Comunidades autónomas como Canarias ya han anunciado que no aplicarán la normativa como autoridad sanitaria competente. Todas la regiones deberían seguir ese ejemplo y poner algo de sentido común ante semejante aberración. Mientras otros países empiezan a relajar el uso de la mascarilla en espacios abiertos, en España le ponemos puertas al campo. Con esto se consigue que algunas personas estén obsesionadas por no quitársela cuando salen a la calle y sin embargo, vayan a casa de unos amigos y el tapabocas desaparezca. El problema siguen siendo los espacios cerrados y las reuniones sociales. Ese es el caballo de batalla y el foco de los contagios. Es cuestión de sentido común.

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