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Duele a los ojos contemplar el mapa publicado en LA GACETA ayer sábado sobre lo que el Gobierno sanchista-comunista llama “transición a la nueva normalidad”. Duele ver cómo Castilla y León se ha quedado sola en la zona de castigo, con Madrid, Barcelona y un cachito de Lérida. Los demás, el 70% de los españoles, pasan a Fase 2, que no es ningún salto hacia la gloria, pero que sin duda acerca el ansiado final de las restricciones que con tanto placer nos aplica el Doctor Sánchez... por nuestro bien, claro está.

Lo peor de esa adscripción al grupo de cola es que uno no sabe si estamos donde nos merecemos o donde han querido colocarnos los dirigentes de la Comunidad. Mirando los mismos mapas del sábado podemos comprobar que hay autonomías como Cantabria, Navarra, Aragón, Castilla-La Mancha o La Rioja que sufren una incidencia de contagios en la última semana superior a Castilla y León y que desde mañana disfrutarán del consuelo de la Fase 2.

Desde el inicio del estado de alarma, la Junta ha optado por la prudencia, la cautela y la prevención. Con dos médicos al frente del equipo de crisis, el vicepresidente Francisco Igea y la consejera de Sanidad Verónica Casado, Castilla y León ha adoptado la estrategia más conservadora, la menos arriesgada, la más segura, pero también la que más daño provoca a la sociedad y la economía de los castellanos y leoneses. Tanto Igea como Casado insistieron en el peligro que corrían otros territorios que avanzaban en la desescalada con iguales o peores cifras. De momento ese peligro no se ha confirmado: no ha habido rebrotes de importancia ni conatos de vuelta al contagio comunitario en ningún punto de España. Tampoco se está viendo, a juzgar por los resultados, que la permanencia durante más tiempo en Fase 0 antes y en Fase 1 ahora, reporte mejores datos en cuanto a control del coronavirus. Prácticamente todas las provincias y autonomías van rebajando el número de casos sin que el mayor grado de libertad de movimientos resulte decisivo. De esta forma, todo apunta a que esas regiones tendrán ventaja sobre nosotros a la hora de recuperar la actividad económica, social, cultural y deportiva. Y a nosotros se nos quedará cara de tontos, porque, al contrario que Madrid, nuestros dirigentes nunca han intentado ponernos al mismo ritmo que el resto. Nunca sabremos lo que habría ocurrido en Castilla y León si entramos en Fase 1 cuando lo hizo casi toda España, pero sí sabemos cómo les ha ido a los más veloces. Y les ha ido bien.

El conformismo de la Junta resulta especialmente dañino para pueblos como Miranda del Castañar, Robleda y Aldeadávila, que llevan ya tres semanas en Fase 1 por el descontrol de este Gobierno de ultraizquierda y la incapacidad de la Consejería de Sanidad de la Junta para convencer al equipo del ministro Illa. El esfuerzo de obediencia y rigor en el confinamiento de los habitantes de estos pueblos salmantinos no ha obtenido la gratificación de ir por delante, o al menos la compensación de no quedarse atrás respecto al resto de España.

Alfonso Fernández Mañueco ha sido, de lejos, el barón autonómico más disciplinado, el más remiso a la hora de pedir y el que menos problemas le ha creado a Sánchez. Sin embargo, esa lealtad no ha servido para que le concedan a Castilla y León la única ‘merced’ que ha solicitado desde el inicio del estado de alarma. El jueves la consejera Verónica Casado le pidió a Illa un alivio de horarios para los mayores y los niños de Castilla y León, y el ministro ni siquiera ha tenido el detalle de contestar a su ruego. A veces ser leal solo obtiene como recompensa el desprecio. Sobre todo cuando la lealtad se mantiene respecto a quien vive de la mentira y el engaño, practica la imposición como sustituto del diálogo y no cede más que ante la presión y el chantaje de quienes le tienen cogido por los votos.

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