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Es difícil pronosticar cómo pasará a la historia de España este tiempo de crisis sanitaria, institucional, social, democrática y económica que nos ha tocado vivir. Ahora carecemos de una mínima perspectiva y, todavía más importante, no conocemos el final ni el balance de daños de esta hecatombe. Sin embargo, a mitad de partido ya podemos prever que las crónicas de los futuros estudiosos narrarán la leyenda de un fiasco descomunal, un fracaso estrepitoso y una lista interminable de errores que convirtieron a nuestro país, envidiado y ensalzado entre todos los del planeta por su pujanza, su dinamismo y su capacidad de crecimiento durante los primeros años del siglo XXI, en lo peor de lo peor solo veinte años después.

Me pongo en la piel del erudito encargado de plasmar este capítulo del devenir de la nación, quizás un inglés o un norteamericano, porque siempre han sido ellos los que mejor han sabido diseccionar los hechos acontecidos en suelo patrio, intentando explicar a los humanos del año 2099, por ejemplo, lo que ocurrió en aquella España de 2020.

Se volverán locos buscando los motivos que llevaron a los ciudadanos de un país como el nuestro, desarrollado, moderno y con alto nivel de preparación, a confiar sus destinos a uno de los tipos más chulos, más mala gente y más insensatos de cuantos han pasado por el Congreso (que ya es decir). Un narcisista enfermizo, ayuno de cualquier valor moral y sin el menor atisbo de sentido de Estado. Un tal Pedro Sánchez, un joven y alto baloncestista que sometió a los cuadros de un partido de gran tradición como el PSOE y los convirtió en una corte de babosos aduladores. Un personaje cuya inigualable capacidad para mentir e incumplir promesas le llevó a cosechar al menos dos triunfos electorales gracias a la incompetencia/incomparecencia del centro derecha.

Sudarán tinta el inglés o el norteamericano cuando estudien aquel gobierno surgido del Congreso a finales de la segunda década del siglo, tratando de buscar una explicación a la presencia de vicepresidentes y ministros de un partido comunista... ¡treinta años después de que el mundo enterrase el horror de las dictaduras soviéticas en Europa! Un retroceso en el discurrir de la democracia, un atavismo inconcebible en cualquier rincón de la tierra que no sea lo peorcito del tercer mundo.

El británico y el yanqui, hijos de una tradición de siglos de democracias liberales, se frotarían los ojos y se negarían a creer que aquel gobierno sanchista-comunista hubiera nacido y crecido con el apoyo de grupos filoterroristas, nacionalistas antiespañoles y golpistas de diverso pelaje. ¿Cómo explicar que al mando de aquel país miembro de la Unión Europea se había instalado un equipo de arribistas sin escrúpulos, aliados con una jauría de separatistas confabulados para destruir ese mismo país? Sospecho que ambos acabarían desesperados revisando enciclopedias y anales para encontrar antecedentes de un disparate de semejante calibre.

Es de suponer que los estudiosos llegarían a la conclusión de que el estallido de una profunda crisis institucional, una tensión política insoportable y una ruptura de la convivencia con la división de la nación en mil pedazos era lo menos que podía ocurrir en aquella España de los años veinte. Con buena parte del Consejo de Ministros conjurado para acabar con la monarquía parlamentaria mediante ataques continuos al Rey, y con todos sus componentes dispuestos a tomar al asalto la Justicia, cambiando las más elementales reglas del juego democrático para protegerse de la acción de los jueces, lo extraño es que la nación no hubiera reventado antes de acabar aquel infausto 2020, cuando el coronavirus hundía el sistema sanitario, la economía y la sociedad españolas.

Ya veo al catedrático de Cambridge rascándose la cabeza ante las preguntas de los asombrados estudiantes británicos: “Entonces, ¿de verdad nos quiere decir usted que los españoles, en medio de la peor pandemia del siglo, tenían de ministro de Sanidad a un filósofo? ¿Se habían vuelto locos?”. Y al profesor de Harvard escondiéndose tras una pila de libros cuando los alumnos le interrogasen, así, a saco: “¿De verdad los políticos españoles estaban enzarzados en disputas barriobajeras por cuatro votos cuando tenían más de cincuenta mil muertos sobre la mesa? ¿En lugar de combatir la pandemia se dedicaron a echarse las culpas unos a otros mientras el país se iba al garete? ¿Y no fueron lapidados por la muchedumbre?”.

Es muy posible que en esos términos sea recordado este capítulo negro de la vida de los españoles. Lo que no sabemos es si los libros hablarán del final de cinco siglos de la historia de una gran nación o del increíble milagro, uno más, de su supervivencia.

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