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Si se juntan diez españoles en un bar es muy posible que cada uno pida un tipo de café diferente. Solo, cortado, con leche, descafeinado, americano, descafeinado de cafetera con leche, solo con unas gotas de coñac, irlandés, descafeinado largo de café, con leche desnatada... ¿Qué café habría pedido Francisco Igea el martes pasado si se hubiera producido la cita que solicitó con todo el cariño a Luis Tudanca, si ambos hubieran acudido a ese fallido encuentro discreto, casi secreto, que hoy todo el mundo comenta? ¿Habría pedido un café con (mala) leche? Y Tudanca, ¿un cortado?

Al solicitar ese encuentro, el vicepresidente de la Junta demostró una vez más su carácter agrio, indómito, salvaje en lo político, rebelde frente a todas las causas, incluida la de su propio partido. Porque concertó la entrevista con el líder de la oposición regional sin encomendarse a Dios ni a Santa Inés Arrimadas, convencido de su personal poder para destejer pactos al albur de sus ocurrencias.

Ese impetuoso arranque de independencia de Igea acabó como el rosario de la aurora, porque una ‘indisposición vicepresidencial’ frustró el encuentro. En respuesta al desplante, Tudanca, cortado y sin novia, acabó desvelando otros contactos clandestinos con el dirigente naranja y aireando sus vergüenzas y sus temores a ser espiado por su propio partido ante las sospechas de que negociaba, allá por mayo, el casorio con el PSOE en contra de las directrices de Rivera y de su hoy huérfana corte de aduladores.

Esto le ocurre al ‘vice’ por llevar demasiado lejos sus reflexiones, a menudo atinadas. Pudo acertar cuando propuso un entendimiento entre PSOE, PP y Ciudadanos para gobernar España y evitar así que Pedro Sánchez se arroje en brazos de los comunistas, los proetaras y los golpistas, pero de ahí a reunirse con el líder del PSOE en Castilla y León para ofrecerle la Junta en bandeja de plata a cambio del acuerdo nacional... va un trecho que Igea nunca debió recorrer.

Partiendo de la razón, el líder de Ciudadanos llega al sinsentido. Porque si el acuerdo entre los constitucionalistas resulta razonable, lo que no tiene sentido es darle de propina al PSOE una Comunidad como Castilla y León, cuyos habitantes no merecemos que nos traten como moneda de cambio en ninguna operación nacional. Abstenerse para que gobierne Sánchez, con la nariz tapada, por supuesto, ya es merced suficiente como no tener que acompañarla de dádivas tan jugosas como el Gobierno de esta Región.

En esa primera parte de la oferta está de acuerdo el propio presidente de la Junta, y así lo ha dejado claro Alfonso Fernández Mañueco cuando le ha pedido a Sánchez que busque “alguna fórmula de entendimiento del PSOE con las fuerzas constitucionalistas”. Y lo ha hecho alineándose con el gallego Alberto Núñez Feijóo y desmarcándose de la línea de Pablo Casado, que sigue enrocado en el ‘no es no’. La diferencia con el vicepresidente naranja es que los populares exigirían concesiones a cambio medidas en defensa de la unidad de la nación y en contra de una política económica suicida, mientras que Igea plantea regalos añadidos para el PSOE a cambio de sumarse a las fuerzas constitucionalistas.

Y es que el número dos de la Junta siempre ha tenido querencia por la izquierda y aversión por la derecha. Parecía que durante los últimos meses, en los que se habían prodigado los despiadados ataques de Tudanca, con críticas duras, personales y en ocasiones feroces contra Igea y otros miembros de la cúpula regional de Ciudadanos, habían trocado el amor en desamor, pero se ve que no, que la oportunidad ofrecida por la ausencia de autoridad en la formación naranja y las amistades peligrosas de Sánchez han provocado la vuelta de las viejas pasiones.

La minicrisis, si es que llega a tanto el episodio del café con leche, cortado y frustrado, se resolvió el viernes con un abrazo entre Mañueco e Igea y la declaración del ‘vice’ de que “hay un gobierno para cuatro años”. Una afirmación que el número dos de la Junta, con toda seguridad, se cree a pies juntillas en este momento. Lo que no sabemos es lo que creerá dentro de cuatro días.

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