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“ Esa Cruz -en alusión a la de la Victoria- significa también tu cruz. Tu cruz de Rey”, le dijo Juan Carlos I a su hijo cuando Felipe de Borbón y Grecia, a punto de cumplir los 10 años, fue proclamado Príncipe de Asturias. Entonces era posible aventurar que 47 años después el hijo llevaría el peso de esa cruz, pero imposible adivinar que sería con tanto añadido.

Al finalizar el acto de Covadonga, se abrió la capota del coche que llevaba a la Familia Real y el Príncipe asomó para saludar a las miles de personas que le aclamaban porque quien conducía, el mismo Juan Carlos I, consideró en uno de esos gestos con los que sabía ganarse al pueblo que su hijo tenía que devolver tanto cariño. “Ni un minuto de descanso, ni el temblor del desfallecimiento, ni una duda en el servicio a los españoles y a sus destinos”, le había dicho el padre al hijo. Felipe salió de allí aupado por los “juancarlistas”, multitud incluso entre los no monárquicos. Ahora, con la salida de España de su padre, Felipe VI se ve privado de muchos de estos apoyos.

A Felipe VI le queda ahora, además del respaldo de su madre -que vive en un complejo equilibrio entre el Rey emérito, sus hijas y su hijo- el incuestionable de Letizia y de sus hijas... y el de Pedro Sánchez, que fue quien forzó la marcha de Juan Carlos I y presionó a Felipe VI para que viera en esta dura decisión de hijo la única salida para la continuidad de la monarquía, cuando hay una parte de la población a la que se le ha dado pie a interpretarlo como reconocimiento de la culpabilidad y huida. Felipe VI se encontró en un callejón sin salida presionado por Pedro Sánchez, que encontró la excusa de que Pablo Iglesias le atornillaba. A nadie se le escapa que Podemos no está en posición de condicionar al PSOE y mucho menos un Iglesias que ya venía muy tocado por el batacazo en las elecciones gallegas y vascas, por el ‘caso Dina’ y por una caja ‘b’ que le convierte en ‘p. Iglesias’. Lo que diga son fuegos de artificio, por mucho teatro que le ponga el PSOE.

Es más, nunca puede ser una sorpresa que Pablo Iglesias presione para que Felipe VI abdique: sí lo es que el PSOE gobierne en coalición con un partido como Podemos, declaradamente republicano y con el apoyo de ERC, que comparte el ideario. Nunca se han ocultado. Fue Irene Montero, la ministra y mujer del vicepresidente, quien ya en 2013 escribió en Twitter aquello de “Felipe no serás Rey que vienen nuestros recortes y serán con guillotina” y remataba con un “todos los borbones a los tiburones”. Lo extraño sería que Iglesias apoyara a Felipe VI.

Oficialmente le apoya Pedro Sánchez que, abiertamente republicano, ha escrito una carta a las bases del PSOE para explicarles que defiende al Rey para “no regalar a los conservadores la exclusividad del legado constitucional”. A la vez se anuncia la reapertura del debate sobre la monarquía vía CIS, con el cocinero Tezanos, porque es la forma más disfrazada de hacernos creer que es un gran problema y que necesitamos una reforma constitucional que acabe con la figura del Rey.

Felipe VI ha dado pasos confiando en Pedro Sánchez. Felipe González también le apoyó en un principio y acabó diciendo aquello de “me siento engañado”, que le llevó al “exilio” del socialismo en 2016. “Me dice: pienso hacer esta cosa y luego hace una completamente distinta”, advertía.

Pues ahora Felipe VI está en sus manos y a pesar de que está siendo un gran Rey, la cruz lleva el peso de su padre, con vía judicial abierta; de Urdangarín... y sobre todo de Sánchez, que es quien mantiene con sus pactos a todos los que quieren cargarse la monarquía, entre los que antes de ser presidente también reconocía que se encontraba él.

Hoy como primer aviso y gran provocación claramente evitable el presidente duerme en el palacio que regalaron los reyes jordanos a Juan Carlos I y que, por su ejemplaridad, Felipe VI cedió al Estado en 2015 pero para promocionar en La Mareta la marca España. Cuando el presidente haya disfrutado de sus vacaciones, le recibirá el Rey, que este año se queda sin ellas. A lo mejor, como en otros actos, Felipe VI le tiene que indicar dónde situarse, porque es propenso a ponerse en el sitio de otro, preferiblemente el que debería ocupar Su Majestad. Pedro Sánchez es su cruz de Rey y lo malo es que Felipe VI a lo mejor no lo sabe.

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